Ayer, a primera hora de la mañana, antes de que arrancara la segunda parte del debate sobre los Presupuestos Generales del Estado (PGE), La Moncloa hizo saber que había crisis de Gobierno y de magnitud considerable. Algún titular en los medios digitales hablaba de terremoto. El Presidente daría los detalles en conferencia de prensa. Zapatazo.
Los PGE pasaron de ser rabiosa actualidad a convertirse en un vago recuerdo del pasado. Y nunca mejor dicho lo de rabiosa porque, siendo resultado del pacto entre el Gobierno, el PNV y Coalición Canaria, tenían a la oposición de derecha bufando en el ruedo y cargando al final contra el que ella lucía en Canarias.
Los medios se volcaron en la noticia y acumularon en cosa de horas análisis, currículos y opiniones en una carrera por ver quién era más rápido. El día lo ganaron, claro, los online y los audiovisuales. Hoy será el de los de papel, que vienen editorializando y discurseando sobre una noticia que ya conoce todo el mundo pero que ayer no olía nadie. Nadie. La esfera pública se llenó de inmediato de comentarios pero ninguno que yo sepa señalaba el rasgo más característico de esta crisis de Gobierno: que siendo la más profunda, Zapatero la mantuvo secreta hasta el final, sin una filtración, sin un rumor, nada.
Los gobernantes españoles suelen creer que su liderazgo descansa, entre otros pilares, en su hermetismo a la hora de ciertas decisiones como ésta de cambiar de Gobierno. Pero nunca han podido mantenerlo por entero. Con González los medios hacían porras y quinielas, y Aznar, que no soltaba nombres, esgrimía maliciosamente un cuaderno de tapas azules sobre el que todo eran cábalas. Con Zapatero no hay ni cábalas. Cuando todos creían que sólo Corbacho hacía el petate, ha resultado que con él se ha ido la mitad del Gobierno. Y los medios, a la luna de Valencia.
Toda la blogosfera se sintió obligada a opinar. Este modesto bloguero colgó una entrada a medio día por ese prurito de no verse "madrugado" por el presidente del Gobierno, que ha "madrugado" a todo el establecimiento mediático. La entrada me machacaba una que creía me había quedado muy chula acerca de cómo los franceses organizan de vez en cuando una révolution, Sire, cosa que los españoles, al menos algunos, envidiamos. Concluía en clave de pesimismo nacional que los españoles estamos a años luz. Se me olvidaba el rasgo de la Raza, la furia española. De pronto Zapatero da un zapatazo sobre la mesa y el escenario queda patas arriba. La interpretación es unánime: el Gobierno retoma la iniciativa, se consolida parlamentariamente, se recompone con "pesos pesados", aumenta su discurso político, enfila los próximos procesos electorales con voluntad de victoria, incluido el de 2012, Zapatero se crece y su candidatura se da por hecha contando además con el activo del fin de ETA.
Y ¿qué decir de la oposición conservadora, entretenida en romper el pacto en Canarias, impugnar ante el Constitucional la prohibición de los toros en Cataluña, perseguir al juez Garzón y ver cómo se libra del caso Gürtel? Que como no convoque un congreso extraordinario para nombrar un nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno, el señor Rajoy, con sus doce puntos de ventaja, puede perder tranquilamente las elecciones.
En realidad, la sorpresa de esta crisis es producto de los erróneos análisis del pasado que consideraban a Zapatero prácticamente liquidado, a punto de tirar la toalla, hasta el extremo de que los más avispados hablaban del postzapaterismo. Un examen desapasionado no puede dejar de comprobar que cabe acusar de muchas cosas a Zapatero pero no de indecisión, vacilación o inseguridad. Zapatero es lo contrario de Rajoy. Así que el Gobierno que preside jamás ha perdido la iniciativa. Sus decisiones pueden gustar más o menos, hasta hay quien las considera traiciones (prometo hablar sobre esto próximamente), pero se toman. Unas son acertadas; otras, no. Pero, insisto, se toman; se han tomado siempre y si alguna crítica pueden suscitar es que, víctima el Presidente de una especie de Overkill político, a veces aquellas son excesivas o demasiado rigurosas.
El acierto del cambio de Gobierno está a la vista en la generalizada sensación de confianza que inspira. Los tres hombres que adquieren mayor relieve (Rubalcaba, Jáuregui y Gómez) son tres puntos muy fuertes porque reúnen de sobra el requisito que ya Herodoto consideraba necesario para saber mandar, que es haber sabido obedecer. Las tres mujeres con nuevos cargos, cada una es, me parece, un caso en sí misma. No entiendo bien el nombramiento de Jiménez, aunque supongo que cabe atribuirlo al margen de discrecionalidad que debe tener el Presidente. El de Leire Pajín tiene que ver con las relaciones entre el Gobierno y su partido. El más significativo con mucho es el de Rosa Aquilar. Mientras las posiciones respectivas de IU y el PSOE sean las que son es inevitable que haya un goteo permanente, una "fuga de cerebros" de la primera al segundo. En la medida en que éste se muestre receptivo, prueba que la izquierda es un campo continuo y refuta la tesis de las barreras "infranqueables" entre la socialdemocracia y la "verdadera" izquierda por lo que la gente con más ambiciones de ésta sabe que puede proseguir su carrera en aquella. De forma que si el zapatazo desmantela la oposición de derecha, no mejor queda la de izquierda.
(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).