Como si hubiera leído a Palinuro ayer y para evitar ser el hazmerreír de los mentideros nacionales, el señor Rajoy decidió actuar con contundencia, como si no fuera él mismo, y forzar la destitución del señor Costa, poniendo fin a las marrullerías, ficciones y embustes del Curita que había ido liándose en su deseo de dar gusto a todos y quedar por encima de la contienda: acatar la decisión de la dirección nacional sin hacerlo del todo, destituir a su segundo aquí "temporalmente" y mantenerlo allí sempiternamente y conseguir el respaldo del bastión del caciquismo tradicionalista del señor Fabra.
"Ahora ya sabe el país quién manda en el PP", dicen las crónicas que dejó oír el señor Rajoy cuando, entre risas de unos y lágrimas de otros, se produjo la sustitución del señor Costa en su doble condición de secretario y portavoz por un negacionista y otro que no quiere ocupar el puesto del destituido.
Lo que no está claro es si el señor Rajoy intuye la que se avecina en su partido ahora que ya se sabe que el señor Costa se va por algo en lo que quien ha ejecutado su marcha, el señor Camps, es consumado maestro: las amistades peligrosas de la Gürtel, las vergonzantes relaciones con el Bigotes. Porque si hasta ayer el PP de Valencia mostraba la unidad de un puño cerrado como el del Cid en torno al Curita, la decision de Génova ha cuarteado el mapa e introducido agravios en las filas conservadoras valencianas en donde hasta la señora Barberá duda del papel que le toca representar en la pieza. Los mismísimos aliados del señor Camps empiezan a vacilar al ver que su jefe pierde en el enfrentamiento con la dirección nacional y queda, como dicen, "tocado". Cunden los escrúpulos acerca de la sabiduría de seguir en el mismo barco que el Curita. Y no hay nada más peligroso que un político con escrúpulos. Sobre todo cuando en torno merodea la sombra del señor Zaplana y sus planes de venganza.
(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).