Ayer me dejé caer por las nuevas salas que el Prado ha abierto con el fin de pagar una deuda antigua que la casa tenía con la pintura española del XIX, que ya era hora. Estupenda decisión que permite a los visitantes no salir ya del museo con la idea de que la pintura española se acaba con Goya. Ni mucho menos.
Las salas están muy bien (aunque aún falta información sobre algunas piezas, incluidos cuadros celebérrimos como el de Los poetas contemporáneos, de Esquivel) y perfectamente situadas después de Goya. Es un placer visitarlas y encontrar en ellas obras que generaciones enteras sólo han podido contemplar en reproducciones, como El fusilamiento de Torrijos y otros. Es verdad que no es, en general, una pintura deslumbrante, original o rompedora, que está sometida a gustos extranjeros y encorsetada por convenciones de género; pero es nuestra, narra historias españolas y cuenta con lo mejor que este arte ha dado en cada momento, desde Alenza a Sorolla, pasando por el inefable Beruete. Prometo seguir en algunas entradas posteriores. De momento no me resisto a traer aquí al bueno de Pradilla con su fabulosa Juana la Loca, una imagen que, al menos yo y, supongo, todos los de mi generación, tenemos grabada desde pequeños, de los libros de bachillerato y que vivió siempre ajena al museo, alojada en el Casón. Obsérvense los gestos de todos los acompañantes de Juana. Son los del pueblo español ante los disparates tradicionales de sus clases dirigentes.
Bien por El Prado. Aplausos.