La importancia de los juegos olímpicos casi nunca tiene que ver con los juegos olímpicos sino con otros afanes y menesteres humanos, singularmente económicos y políticos. Los económicos suelen tener precedencia: una lluvia de millones, obras de remodelación urbana, estadísticas de turismo, empresas, servicios, eldorado deportivo, la locura. Ligados están los políticos: conflictos internos, carreras en ascenso, ofertas partidistas, alianzas al servicio de los supremos intereses de la nación y, ya con los juegos en marcha, al concentrarse los focos sobre la ciudad agraciada, mil y una opciones políticas tratan de conseguir relevancia mundial, desde grupos terroristas hasta anhelos independentistas o denuncias de agresiones a los derechos humanos. Solo en segundo o tercer plano aparece el mundo del atletismo, la competencia, las plusmarcas y siempre que se puedan relatar en términos anecdóticos y personales. Por último, en el fondo de la jarra de Pandora, en donde quedó la esperanza, asoma el llamado espíritu olímpico del que nadie se acuerda, aunque fue el que se invocó para resucitar los juegos a fines del siglo XIX, un espíritu como de tregua de Dios o de fraternidad universal que nunca se ha respetado porque, como todas las ñoñerías, se diluye al contacto con la realidad.
En clave menor, de patria chica, queda el capítulo de los sueños de barrio, de las ilusiones compartidas por la peña de amigos. Madrid, rompeolas de las Españas, símbolo en su día del restablecimiento de una democracia que había aniquilado el fascismo al pasar, abrigaba la esperanza de refulgir ahora como una nueva cosmópolis, cruce intercontinental de caminos, lugar de encuentro de Europa con América, el África y Asia, melting pot de civilizaciones y culturas. Y se ha quedado a las puertas, noqueado por una contundente victoria de una rival que supo esgrimir la mezcla de pujanza con el secular agravio suramericano.
Como madrileño y no empresario hotelero no siento una decepción especial por el fracaso de una candidatura que no me afectaba y, aunque haya hecho algún prudente esfuerzo por entender qué celebraban los reunidos en la Plaza de Oriente, tampoco creo que perder esa votación vaya a afectar el estado de ánimo colectivo. Es cierto que las autoridades estaban todas exultantes o hacían como que lo estaban: el Rey, el presidente del Gobierno, el dirigente de la principal fuerza de la oposición, la presidenta de la Comunidad de Madrid, el alcalde, empresarios, deportistas, iban todos a una que parecían boys scouts de excursión, tan entusiasmados que hasta dejaron de hablar de la corrupción, pero me da la impresión de que los madrileños no teníamos un especial empeño en el asunto.
Por último, la nota personal: el señor Ruiz Gallardón se encuentra en un momento delicado de su biografía. Si apuesta por Madrid 2020 seguramente tendrá las de ganar al menos en el capítulo de la perseverancia y la contumacia, pero corre el riego de quedarse para los restos como "alcalde olímpico" y de cerrarse las puertas a una carrera política nacional a la que aspira desde hace tiempo.
(La imagen es una foto de Culpix, bajo licencia de Creative Commons).