El debate de ayer no tuvo la agresividad y vistosidad de otros, pero dejó en evidencia dos estilos distintos y opuestos de hacer política. De un lado, el del presidente del Gobierno quien, aun no teniendo puntos firmes de apoyo, ni mensaje concreto que trasmitir, no trayendo nada específico y suficientemente desarrollado, sabe dosificar la información de que dispone, organiza su proyecto y se adapta a las circunstancias. De otro el del señor Rajoy, también carente de estructura y de datos concretos y tangibles y ayuno de toda responsabilidd por poner en práctica lo que se dice ya que no se dice nada. Las intervenciones del señor Rajoy, intemperante, condescendiente, a veces despreciativo y con muy escaso margen para enderezar es el ejemplo perfecto de lo que no hay que hacer. Sobre todo en los momentos polémicos.
Ciertamente, el señor Rodríguez Zapatero es liviano y, si alguna vez tuvo eso que llaman carisma -basado en el hecho de ser una persona bien educada que no salta a la yugular del interlocutor- ha mucho tiempo que lo perdió y cuya mejor defensa es el hecho de que su contrincante y pretendiente a la vez es el señor Rajoy quien jamás en seis años que llevan frente a frente, ha conseguido no ya superar al presidente en aprobación popular sino simplemente acercársele.
Eso en cuanto a las formas. En cuanto al fondo el resultado es igualmente anodino: el presidente estaba seguro de que los ciudadanos entenderemos que aumente la presión fiscal "moderadamente" a la vista de las circunstancias catastróficas por las que atravesamos. Como, al mismo tiempo, no dio datos específicos de quiénes pagarían cuánto más, estaba en lo cierto al presumir aquiescencia. En cuanto al dirigente de la oposición mayoritaria, se limitó a elaborar su habitual discurso negativista, hipercrítico y tremendista, sin advertir que, aunque el presidente no conseguía generar una corriente de apoyo o simpatía en la cámara, menos lo hacía él y, de este modo, el debate consistió en un intercambio de vaguedades e inconcreciones entre dos mónadas leibnizianas ambas ajenas al mundo exterior. No obstante, el señor Rajoy consiguió bordar su número más característico, el que prueba que los dioses no lo han llamado por el camino que tan inútilmente se empeña en seguir, el de la política: tocó a rebato, llamó la atención, hizo su altisonante oferta de acuerdo y diálogo... y la vinculó a una condición que de antemano sabía tanto él como la audiencia que era imposible de cumplir: acuerdo de ambos partidos para acometer la crisis y reducir el gasto público... a condición de no subir los impuestos que era, precisamente, todo el contenido del debate de ayer.
(La imagen es una foto de guillaumepaumier, bajo licencia de Creative Commons).