Dice el expresidente Carter, un hombre de convicciones, que buena medida de las agrias acusaciones y los insultos que está recibiendo el señor Obama se debe al color de su piel porque todavía queda un poso de racismo en la sociedad gringa. Responde, sin embargo, el interesado diciendo que no es así, que el Presidente está inmerso en la habitual batalla política y el racismo tiene poco que ver con ello.
En mi modesta opinión lleva la razón el Presidente. Sin duda la barbaridades, procacidades, denuestos e insultos que sufrió el pasado fin de semana tienen su origen en la concentración de ultraderechistas, supremacistas blancos y simples orates que se celebró en esa fecha como parte del programa de movilizaciones de la extrema derecha en contra de la reforma del sistema sanitario. Por supuesto el color de la piel de Obama es importante y racismo hay un rato largo en Gringolandia y no sólo un poso, pero el objeto esencial del odio de la derecha está en las políticas del Presidente y muy especialmente en la dotación de un sistema integral de atención sanitaria en los Estados Unidos.
Para la derecha estadounidense, cuya representante más acabada debe de ser la exgobernadora de Alaska, la señora Sandra Palin (a quien no conviene infravalorar pues puede llegar a su vez a presidenta del país), el señor Obama, además de negro, es un socialista, cuando no un furibundo bolchevique. Este tipo de exageraciones, similar al que hace la derecha española al tildar de "radicales" al señor Rodríguez Zapatero y sus colaboradores, es muy típico de las posiciones políticas simples y maniqueas, pero tiene mucha fuerza propagandística y en un país en el que hay millones de armas de fuego en manos de otros tantos ciudadanos, extraordinariamente peligroso.
El "socialismo" del señor Obama se reduce a la pretensión de que los estadounidenses disfruten de lo que para la inmensa mayoría de los europeos occidentales constituye uno de los pilares del Estado del bienestar que da por supuesta, esto es, una cobertura sanitaria universal, cosa que también la derecha europea está tratando de destruir, como se evidencia en las políticas privatizadoras de la sanidad del gobierno de la señora Aguirre en Madrid.
El mismo Mr. Obama subrayó hace poco que los EEUU son la única democracia avanzada que no tiene un sistema similar. Los dos programas en vigor, Medicaid, para los pobres de solemnidad y Medicare para la población anciana, siendo muy necesarios, apenas pueden pasar por algo parecido a los sistemas europeos y deja desprotegida, sin seguridad médica a más de la sexta parte de la población. Este proyecto de reformar la sanidad gringa haciéndola pública y, a ser posible, gratuita, ha sido la piedra en la que han tropezado algunos intentos, el último, el del señor Clinton, merced a la feroz oposición de la mencionada derecha, en buena medida sostenida y financiada por las poderosas empresas de seguros médicos y las farmacéuticas. El negocio sanitario mueve un porcentaje apreciable del PIB estadounidense y no es de esperar que quienes se benefician de él, faciliten la tarea de hacerlo accesible sin coste o con costes mínimos a los que más lo necesitan. Esa es la razón última de la feroz oposición al señor Obama y no su negritud, aunque su negritud pueda servir también para descalificarlo ante ciertos auditorios.
Finalmente, la Comisión de Asuntos Financieros del Senado ha presentado una proposición de ley que rebaja algo las pretensiones del Presidente (singularmente, la implantación de un sistema público de salud) pero atiende a su objetivo último de conseguir la universalización de la atención sanitaria con cargo a una nueva batería de impuestos (que gravarán sobre todo a las aseguradoras, compañías farmacéuticas, médicas, etc) y racionalización del gasto de forma que, aunque el coste sigue siendo elevado, no aumentará el abultado déficit estadounidense. La administración se hará facilitando la contratación de seguros privados a través de subvenciones y ayudas para las familias que no puedan permitírselos y poniendo en pie una red de cooperativas sin ánimo de lucro. Todas las familias estarán obligadas a suscribir cobertura médica por estas vías bajo amenaza de una importante penalización económica; sólo quedarán fuera los inmigrantes ilegales, calculados en unos doce millones de personas. La ley regula de modo más estricto a las aseguradoras privadas de forma que no puedan recurrir a prácticas perversas para maximizar beneficios como la de excluir a aquellos asegurados que contraen enfermedades caras y prolongadas.
En resumen, un sistema flexible que pretende conjugar universalidad con sistema privado, todavía muy alejado de los públicos europeos pero que la prensa gringa ya celebra como un eco de la revolucionaria ley que estableció la seguridad social en la era Roosevelt, en 1935. Y por esto, que es algo de justicia elemental, la derecha berrea que el señor Obama es un peligroso comunista. Un negro comunista o un comunista negro.