divendres, 31 de juliol del 2009

La verdad de las cosas.

La pureza de la raza, la Patria en peligro, los derechos inalienables del pueblo, el amor a la tierra, la cultura ancestral, la lengua originaria, el espíritu colectivo, la autodeterminación, los atavismos seculares, las peculiaridades locales, la riqueza del folklore, la sucesión de generaciones, la interacción naturaleza-sociedad, el genuino valor de la etnia, el encanto de las costumbres populares, todo eso es mierda cuando se invoca sobre dos cadáveres de dos chavales de veintiocho y veintisiete años.

La revolución socialista, la emancipación del pueblo trabajador, el fin de la explotación del hombre por el hombre, la solidaridad entre los pueblos, la justicia social, la nacionalización de la industria, los servicios y el crédito, el progreso socioeconómico, los nuevos derechos sociales, la garantía de los bienes públicos, la socialización de las medios de producción, la redistribución, todo eso también es mierda cuando se reivindica sobre dos cadáveres de dos chicos que apenas comenzaban a vivir.

Y una mierda con otra mierda hacen dos mierdas juntas, las que llevan en el alma los asesinos que perpetran estas fechorías y quienes los jalean, apoyan, amparan y celebran, esto es, la parte de la llamada "izquierda abertzale", "patriotas de izquierda" o socialistas que hagan eso: mierda. (N.B. para el chivato de turno que luego se escandaliza en Kaos en la red o Rebelión: no sólo estoy llamando a la izquierda abertzale que calla y otorga en estos crímenes "granujas" o "correveidiles de los pistoleros", que también, sino directamente mierda).

Cuando una causa se defiende matando gente a traición la causa es mentira y quienes la defienden, meros asesinos, mentirosos, mierda. Toda la palabrería, la hueca ideología, las razones y los ergotismos, los sofismas y las justificaciones son eso, hojarasca indigna ante la realidad inmediata, palpitante, de un mal irremediable, el de dos vidas humanas que algún imbécil intelectual y moralmente abyecto (o varios) interrumpe abruptamente considerándose con derecho para ello. Más tarde, cuando estos concretos imbéciles abyectos estén cumpliendo las larguísimas penas de cárcel que les caigan, a lo mejor se hace la luz en sus obtusos espíritus y comprenden el inmenso mal que han hecho segando dos vidas humanas únicas, personalísimas, irrepetibles, en el altar de una obsesión, una estúpida quimera. Para entonces ya será tarde porque los muertos no resucitan. Pero sí cabe que los demás deseemos que los asesinos se pudran en la cárcel atenazados por la angustia de haber cometido un espantoso crimen por el que nadie los perdonará porque las víctimas ya no pueden y los demás no somos quiénes para perdonar una canallada que no nos haya afectado directamente.

Y quede claro de quién se habla aquí: los pistoleros y sus cómplices, esos intelectuales del rencor y la envidia, los fanáticos educados en el odio y la manga de cobardes que creen que así se aseguran de que no les suceda lo mismo que a los dos guardias civiles asesinados.(La imagen es una foto de My Web Page, bajo licencia de Creative Commons).