Leo en El País que Felipe González dice de Europa que lleva veinte años distraída. Sí, desde que se puso en marcha la dicotomía "profundización/ampliación" en la que unos sostenían que, antes de admitir miembros nuevos en la Unión, era preciso profundizar en ella y reforzarla mientras que otros, entre los que estaba él mismo, propugnaban que se hiciera la ampliación a toda costa y luego ya veríamos cómo se consolidaba. La situación al día de hoy y tras la absorción de diez nuevos miembros en 2004 y otros dos (Rumania y Bulgaria) en 2007, es la que es, con una Unión Europea sumida en una crisis de identidad, con un (segundo) proyecto de Constitución rechazado y una revisión de los tratados a través del Tratado de Lisboa también en similar situación de callejón sin salida. Aparentemente en una situación agónica. Si bien es cierto que tampoco debe la Unión proyectar una imagen tan macilenta cuando Islandia (o lo que queda de ella después del latrocinio neo-liberal) solicita abrir negociaciones de adhesión. Será estupendo hacer negocios con gente que se llame Ostogtebittir o cosas así.
Entre tanto, el señor Sarkozy propone al señor González como presidente de Europa, idea que aplaudo calurosamente aunque no sea más que por ver qué careto se le pone al señor Aznar, el prodigio de los siete mares. No estará mal, además, que el señor González remediara algo del desastre producido por aquella ampliación desde un puesto de responsabilidad. En este caso poner rostro a ese ente magmático que llamamos Unión Europea. Buena idea que ese rostro sea el de Felipe y no el de Aznar con sus muecas.
Y de Europa ¿qué? Elaboro aquí algo más mi teoría de la chapuza europea. La Unión saldrá adelante de esta crisis porque la alternativa no-Europa no es pensable. Discutiremos más o menos; los irlandeses tendrán que reconsiderar su "no" al tratado de Lisboa o estudiar la posibilidad de go on their own way porque la Comunidad tiene que funcionar con arreglo al principio de la mayoría y no al de la unanimidad, que es parálisis garantizada.
Los europeos tenemos que salir de la crisis reforzados como tales europeos. Debemos tener un presidente, cuyo estado civil no es muy canónico (con lo que mostramos que, en efecto, somos europeos) y también un pasaporte europeo. El sueño europeo se hará realidad a medida que toquemos los símbolos que son los reclamos de la lealtad. La unión debiera abrir embajadas en todos los países del mundo y los miembros de la Unión debiéramos suprimir nuestro respectivo servicio exterior para integrarlo en el de la Unión en su conjunto. Eso unificaría mucho la visión que los ciudadanos tenemos del invento. Basta con imaginar una situación en que un ciudadano español en Pekín, por ejemplo, requiera los servicios de la embajada europea y le atienda un embajador británico, por ejemplo. Visualizarnos como europeos implica aceptarnos como somos en nuestra complejidad y variedad.