Como para no creerlo. Los dos sondeos que publican hoy El País y Público dan ganador al PP en las elecciones europeas. Uno por cuatro y otro por dos puntos porcentuales. ¿Qué sucede? ¿Que a los electores no les importa la corrupción? ¿Que, como sostienen algunos, al contrario, no solamente no les importa sino que es pedigrí para ganar votaciones? Déjenme creer que no, que no vivo en un país de dementes y pícaros, que mis compatriotas no premian a los ladrones, los sinvergüenzas, los delincuentes, todos ellos presuntos, desde luego. Déjenme encontrar alguna explicación lógica a este aparente desatino.
Porque desatino y mayúsculo es que vaya en cabeza un partido que tiene un presidente de Comunidad y varios altos cargos de su Gobierno imputados en proceso penal por cohecho; un presidente de Diputación Provincial procesado por falsificación con petición fiscal de dos años, así como imputado en media docena más de casos penales; decenas de consejeros, alcaldes, y altos cargos de ls provincia de Madrid imputados en una gigantesca trama de delincuencia organizada; varios altos cargos del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) imputados en otro proceso penal por presuntos espionajes de unos a otros; una presidenta del Gobierno de la CAM bajo sospecha de financiación ilegal a cuenta de la Fundación FUNDESCAM cuyo patronato preside.
El desatino se convierte en pura provocación cuando el señor Rajoy escoge la provincia de Castellón para dar un mitin y se presenta allí del brazo de los principales acusados e imputados de la corrupcion valenciana, señores Camps y Fabra, a los que defiende en público volviendo a hablar de inquisiciones cuando estas dos personas están siendo objeto de proceso e indagaciones judiciales por órganos legales en procedimientos con plenas garantías en un Estado de derecho. Ese espectáculo del presidente del PP dedicado a atacar a las instituciones del Estado de derecho, agarrado del brazo del siniestro señor Fabra sólo tiene la interpretación de que se está tratando de intimidar a la justicia y de que, aunque la justicia condene y encarcele al señor Fabra, como entra dentro de lo posible, el señor Fabra continuará rigiendo la Diputación de Castellón desde el trullo. No será el primero en hacer negocios desde la cárcel. Si tal cosa sucede, el responsable será el PP, cuyo apego a la justicia depende de que ésta falle en su favor; si lo hace en contra, se declara en abierta rebeldía, según vemos.
Definitivamente no puedo creer que mis paisanos voten a un partido en el que se ampara a presuntos delincuentes y se hace gala de ello. La explicación tiene que estar otra parte. Probablemente en el modo de hacer campaña electoral de unos y otros.
Las campañas electorales sirven, entre otras cosas, para llevar a la calle y someter a público escrutinio los asuntos que cada partido considera más relevantes; sirven, por tanto para establecer el orden del día de los debates. El PP, que entiende esto de modo magistral concentra su discurso en forma elemental y machacona en el desastre de la crisis, endosando al Gobierno los cuatro millones de parados (de los que más de la mitad, según parece, trabaja en la economía sumergida) y, en el colmo de la desfachatez, acusando de corrupción al Gobierno por el uso indebido de recursos públicos, al tiempo que suprime toda referencia pública a sus tribulaciones con la justicia.
El PSOE, en cambio, no sólo no concentra su pegada en los asuntos de corrupción de su adversario, sino que disemina sus puntos de atención en una madeja de razonamientos que la opinión pública no puede asimilar en tan escaso plazo y permite que su adversario le marque la agenda, lleve el debate al terreno que le interesa y lo obligue a defenderse de los ataques de corrupción cuando era él quien tenía que estar haciéndolos.
Si esto en lugar de España fuera Suecia seguramente el PSOE ganaría las elecciones con esta campaña electoral basada en la obsesión por el fair play. Pero no es el caso. El PP se ha puesto en manos de sus asesores neocons para contrarrestar la imagen de partido corrupto acuñando otra a la inversa, en la que se demuestra que el PSOE es el verdadero partido (y Gobierno) corruptos, en aplicación de la ley del embudo: tus imputados y acusados deben dimitir, pero los míos, no.
(La imagen es una foto de Periódico La Democracia, bajo licencia de Creative Commons)