Cuando era chaval, en lo más negro del negro franquismo, la Semana Santa era algo insufrible. En aquellos días encarnaba en la realidad el fundamento ideológico mismo del régimen, el nacionalcatolicismo. Los curas se apropiaban de las callas y plazas; se suprimían todos los espectáculos públicos; los teatros cerraban; la programación habitual de cine se sustituía por unos espantosos engendros sobre la pasión de Cristo generalmente hablados en mexicano; la radio enmudecía y sólo trasmitía música religiosa; los espacios públicos, calles, plazas, jardines, estaban a entera disposición del clero para sus chundaratas y procesiones. En estas últimas, que invadían, las calles, cortaban el tráfico y daban la murga cuanto podían, participaba el ejército, normalmente con escuadras de gastadores y bandas de música así como todas las autoridades civiles y militares.
Hoy día las cosas han cambiado un poco, aunque supongo que a los curas más burros les parecerá que hemos llegado a la degeneración del Anticristo, y la iglesia no puede obligar a cerrar espectáculos o a proyectar determinado material. Además la gente toma las de Villadiego y se va a torrarse a la playa. No obstante, por lo que sé, y lo sé de oídas y leídas, las procesiones siguen como antaño. Esas ceremonias en que se glorifica la muerte, la sangre, la tortura, el sufrimiento continúan circulando por las calles para edificación de las jóvenes generaciones que, con un poco de suerte, pueden ver cómo unos enajenados pasan descalzos, arrastrando cadenas y sacándose literalmente la piel a tiras con unos vergajos. Por supuesto, todo ello con entero desprecio a quienes abominamos de tan bárbaros ritos, pero tenemos que soportar que algún otro orate nos ilustre sobre las arraigadas y ancestrales costumbres de nuestro pueblo.
Según noticias, en esta ocasión, además de escenificar la habitual orgía de martirio y sufrimiento, los curas pretenden instrumentalizar eso que se conoce como la "piedad popular" para hacer campaña en contra del proyecto de ley que regula el aborto, pidiendo que los participantes luzcan unos lazos blancos. Pero parece que el tiro está saliéndoles por la culata. Me alegro.
PS: el valor de la piedad, la devoción y la profunda religiosidad de estos actos públicos lo da, entre otras cosas, el hecho de que un personaje como el señor Trillo sea costalero en una procesión.
(La imagen es una foto mía de la procesión del Divino Cautivo de 2007).