Según parece, las autoridades melillenses van a dar por fin cumplimiento a la llamada Ley de la Memoria Histórica y, en los próximos días, retirarán la estatua de Franco que, a estas alturas, debe de ser una de las últimas, si no la última, de las que había en España. Bien hecho. Las generaciones futuras no entenderán cómo pudimos tener durante más de treinta años estatuas y otros monumentos de un asesino en plazas y calles de nuestras ciudades.
Esta estatua de Melilla, por cierto, no está mal y tiene cierta originalidad. No es ecuestre, sino que representa a Franco pie a tierra, como la que había en Guadalajara. Pero no con capote militar y rango de general, como en la capital alcarreña, sino con uniforme de regulares de África y grado de comandante que era el que tenía al llegar a la plaza.
No es esa la única peculiaridad de la estatua melillense. La otra, más significativa, es que la erección de la estatua la decidió el entonces Ayuntamiento de la ciudad en 1975 y se puso sobre su pedestal en 1977. Es decir, es una estatua póstuma de Franco.
Que ya hace falta ser franquistas...