A menos de mes y medio de las elecciones al Parlamento europeo los datos del Publiscopio de ayer son negativos para el PSOE y positivos para el PP que se distancia del partido del Gobierno en 2,3 puntos porcentuales, uno más que en marzo. Es sabiduría convencional que el electorado aprovecha las elecciones europeas, llamadas "de segundo orden" para castigar a bajo coste al partido del Gobierno. Si a esta tendencia se añade la acumulación de desastres sobre el PSOE, los cuatro millones de parados, aspecto más feo de la torva faz de la crisis, la posible pandemia de la gripe porcina y el haber cambiado parte substancial del Gobierno recientemente, en verdad lo sorprendente es que el PP lleve tan exigua ventaja a su rival en mitad de este desbarajuste ruidoso. Uno esperaría una distancia de cinco puntos cuando menos. A la hora de valorar eso de que el electorado castiga al partido gobernante en las elecciones europeas hay que admitir que no todo el mundo echa la culpa de la crisis al Gobierno; pero también habrá que aceptar que menos se las echará a la oposición. Y, sin embargo ésta no se distancia de su competidor. Entiendo que hay dos razones que explican la situación: en primer lugar, el PP carece de alternativas. El señor Rajoy dice y redice que el PP sabe la forma de salir de la crisis pero no explica cómo, cual si su partido fuera una especie de taumaturgo que opera por procedimientos milagrosos de los que no tiene por qué dar explicaciones. En cambio, el señor Aznar anda por ahí dando las recetas mágicas concretas a quien quiere escucharlo, todo lo cual contribuye a suscitar mayor desconfianza en el PP. El segundo lugar es que, en efecto, como también muestra el Publiscopio, el PP inspira mucha más desconfianza y rechazo que el PSOE y ese es un dato determinante en unas elecciones generales.
Esto no quiere decir que el PSOE deba dar por perdidas dichas elecciones europeas o ir a ellas con moral de derrota; pero sí que tampoco desorbite su importancia real. Claro que, si las gana, el PP les dará un valor decisivo, sosteniendo que obligan a abrir nuevo periodo electoral. Pero ese es el punto de vista de parte de la oposición. El problema sólo resultará ser tal si se complica la situación parlamentaria del Gobierno, que ya es suficientemente horrorosa, pues no cuenta con compromiso firme de apoyo de ninguna de las otras fuerzas políticas. Sólo entonces a lo mejor es conveniente que el señor Rodríguez Zapatero presente la cuestión de confianza. Es una jugada de riesgo pero, si le sale bien, consolida la posición del Gobierno hasta las próximas elecciones generales. Y, por supuesto, compensaría con creces por la derrota en Europa.
La peor noticia para el PSOE es que cuenta con una fidelidad de votantes muy inferior a la del PP. Le interesa por tanto reconquistarlos. Pero si no puede y si la campaña no consigue dar la vuelta a la situación y el PSOE pierde las elecciones europeas no es el fin del mundo. Al contrario. Quedan tres años hasta las próximas legislativas y un resultado adverso en las europeas puede actuar como un movilizador del voto socialista. La cuestión consiste en mejorar la capacidad comunicativa del Gobierno, sorprendentemente baja, una vez que las nuevas ministras/os hayan comenzado a hacer algo.
Si el PP gana las europeas querrá ver en ellas una especie de moción de censura de la calle al señor Rodríguez Zapatero y pedirá elecciones anticipadas. Es lo que hace siempre. Sin embargo, la situación reintegra la política al ámbito parlamentario. Si el señor Rajoy quiere echar al señor Rodríguez Zapatero, sólo tiene que presentar una moción de censura. Pero no lo hace ni quiere hacerlo porque podría resultar, seguramente resultará, que él mismo, el candidato alternativo que es forzoso presentar tiene menos apoyos que el censurado.