dimarts, 13 de gener del 2009

Caminar sin rumbo (XXXV).

Vuelta a casa.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXXIV), titulada La evolución personal.

La parte local de la mesa no pareció dar mayor importancia a la situación. Era su experiencia más o menos cotidiana. Yo, en cambio, decidí entonces clausurar mi proyecto marroquí. En lugar de esperar a pasar la frontera, daría media vuelta y regresaría a la Península. Seguramente Eugenio seguiría conmigo y a lo mejor me decidía a cambiar Casablanca por Sevilla. Heriberto miraba a su señora como si quisiera comprobar que había recibido el mensaje de quién mandaba allí, quién tenía la información, pero no me dio la impresión de que la mujer estuviera interesada. El vendedor de fósiles había vuelto. Ahora mostraba un nummulites del que decía que tenía cuarenta millones y medio de años. Le pregunté cómo sabía lo del medio millón e hizo como que no entendía.

Del Valle se iba en un avión a la mañana siguiente y quiso saber si nosotros nos volvíamos y cómo y al decirle que en el ferry afirmó que le hubiera gustado acompañarnos porque amaba el mar, pero tenía asuntos urgentes en la Península.

- De todas formas -dijo, como si estuviera despidiéndose- en ese asunto del abandono de posiciones o de cambio de opinión, si quieres..-

- No, no de opinión. De opinión cambia cualquiera. Un cambio de la máquina de hacer opinión, o sea, de la ideología.

- Sea.

- Es que es importante porque es un cambio de ideología, de convicciones que se tuvieron cuando se era joven.

- E impulsivo e irreflexivo.

- Y noble. La juventud es la única época en la vida en que se tienen convicciones no interesadas.

- Así es.

- Y por eso es tan terrible renegar de esas convicciones porque, sean o no erróneas, son las que tuviste por eso, por la pura convicción, y no por interés. O sea, el mejor momento de la vida.

- Eso es lo que te mueve a ti: que no pase el tiempo, no madurar, ser eternamente joven; pero eso, querido amigo, es una quimera.

- Ese el interés de los sesentayocheros: perseguir quimeras.

- Muy bien, maestro -dijo Eugenio cuando se dio la cena por acabada y comenzaron las despedidas- te has ganado el aplauso de la juventud a la que, como sabes, tan bien represento.

La verdad era que este chaval, Eugenio, estaba resultando ser un tipo majo; muy joven, impulsivo, pero inteligente, que solía saber en dónde estaba, qué se esperaba de él y lo combinaba todo para dar una imagen bastante dinámica. Me gustaba y creo que nos entendimos bien durante el viaje. Ambos habíamos perdido repentinamente el interés en la ciudad y, el día siguiente salimos en un ferry de la mañana. Él pasó el viaje leyendo El rojo y el negro yo, colgado de la red y el navío moviéndose un poco porque aún andaba la mar algo picada. Aproveché para poner al día mi blog o bitácora, que lo tenía muy abandonado. Un blog o bitácora cerrado para mí mismo, que sólo puedo consultar yo. Lo empleo como diario a la antigua usanza, ese cuaderno que abres al final del día, en la intimidad de la noche, para mirarte y tratar de explicarte. Alguna vez haré trasvase de blogs y dejaré que las entradas de aquel invadan éste, como en un juego de espejos enfrentados, un blog que habla de un blog. Y viceversa. No es difícil y tiene su encanto literario. Una literatura que no es capaz de tejerse con las nuevas tecnologías no merece nombre de tal. Lo actualicé contando a mi modo nuestra estancia en Melilla. Tenía interés en ahondar en la conversación con Agustín del Valle. Me sentía satisfecho por la especie de resumen que hice sobre los rasgos esenciales de ese cambio de ideología tan frecuente en intelectuales y comunicadores de la izquierda. Lo más notable venía a ser eso de abandonar y repudiar las convicciones que uno tuvo en la mejor época de la vida, que es la juventud, la de mayor plenitud, inconsciencia y alegría. Porque sólo se vive cuando se es joven; antes, se está a la expectativa y, después, la existencia apenas merece el nombre de vida. La cuestión que quería dejar clara en mi blog era la de si en verdad considera uno que el hecho de ser fiel a lo mejor que se ha tenido en la vida compensa por la falta de comodidad económica, notoriedad y relieve social que suelen alcanzar todos los que, habiendo destacado en la izquierda, se convierten en adalidades del conservadurismo. La razón fundamental por la que se producen esas transformaciones está en la pasta. Touchez pas au grisby. Y nada más. Cuando pasen los años el interés residiría en averiguar qué de nuevo o bueno hayan hecho los tránsfugas, los que han cruzado las líneas. Merodeé un rato por facebook, mirando un álbum de fotos que había subido mi hijo Esteban reflejando un viaje al lago Titicaca. Le puse un par de comentarios sobre lo buenas que eran y después vi en Skype que Laura me había dejado otro mensaje hacía cuarenta y ocho horas. Decidí continuar. Al fin y al cabo andaba lejos, a mil y pico kilómetros de Madrid. No me contestó de inmediato, pero lo haría más tarde por la noche. Daba ya por supuesto que fijaríamos un lugar de encuentro. Le contesté que lo pensaría y se lo comunicaría en cuanto lo pensara. Cuando desembarcamos en un luminoso mediodía de Almería pregunté a Eugenio qué le parecía que hicéramos.

- ¡Ah! -dijo.- ¿se puede opinar quiero decir, opinar sabiendo que lo que opine cuenta?

- Naturalmente.

Pero no era tan natural. Normalmente la opinión no se convierte en acción, no va acompañada de efecto alguno, aunque ahora sí por estricta decisión mía.

- Es que se me ocurre que... ¿Tú tienes que ir a algún sitio en concreto? Le dije que desde el principio venía siendo un viaje sin objetivo alguno y que sólo se determinaba por sus jornadas. Terminada la jornada de Melilla podía empezar cualquier otra.

- Por ejemplo, la jornada de Jerez de la Frontera.

- ¿Por qué?

- Porque tengo ahí unos amigos que estarán encantados de vernos.

- ¿Gente de bien?

- Absolutamente.

- Y ¿qué hacen aquí?

- No sé. Nada, supongo. Vivir. Él es veterinario; trabaja en el Ayuntamiento. Ella es dentista.

- Pues mira tú qué bien.

Podemos pasar allí un par de días y luego seguir. Eugenio no tenía prisa alguna en verse camino de la casa de sus padres. Pensé que la carretera se nos haría menos pesada si la alternábamos con una estancia en algún lugar nuevo, aunque fuera como cliente en hotel. No, no; nos acogerían en su casa. Estaba seguro de ellos. Son mayores. Es gente que se casó, esperó a tener hijos y ya los tuvieron mayores. Le pregunté qué entendía por "mayores". Sus edades estaban comprendidas entre la de Eugenio y la mía.

- Para entendernos: vosotros estáis en los sesenta; nosotros en los veinte y ellos en los cuarenta. Están en medio. El juste milieu.

- O el contenido del bocadillo.

- Oye, tío, ¿sabes que tienes gracia?

Eran padres de un par de niños muy pequeños, uno de ellos de días y el otro como de un año o algo más.

- Fíjate que así cumplo con la visita que ya me pesaba. Dije que los visitaría cuando nació el primero y no lo hice. Ahora van por el segundo. Son padres mayores.

- Tú también eres hijo de padres mayores, ¿no? Entre tu hermano y tú hay una distancia como de diez o doce años, ¿no?

- Trece y medio exactamente. He tenido la enorme suerte de tener un padre que quería ser mi hermano y hermano que quería ser mi padre. Pero bueno, no me quejo. Todo el mundo tiene que sobrevivir allí en donde haya ido a nacer.

- Y a estos, tú, ¿cómo los conoces?

- Precisamente porque Hamilton es veterinario. Trabajaba en una clínica cerca de casa a la que llevábamos a Doggy.- Doggy había sido su perro desde niño. Ahora estaba muy viejo, apenas si veía y, desde luego, no andaba. Pasaba los días de su dulce vejez en casa de los padres, probablemente añorando la vuelta de su amo.- Después, cuando ellos decidieron ir a vivir a Jerez, continuamos la amistad. Nos vemos de vez en cuando. Y siempre son ellos quienes van a Madrid. Yo nunca he bajado. Por eso sé que les molará.

No veía por qué no iba a aceptar la sugerencia de Eugenio salvo por la muy ridícula afectación de que fuera un chaval de veinte años quien tomara las decisiones donde era yo quien debía hacerlo. Aunque descubrí de inmediato que tenía su lado amable. Lo descarga a uno de preocupaciones y le permite pensar en lo que quiera, cosa que no sucede cuando hay que estar pendiente de algo.

El tramo de carretera de Almería hasta Jerez de la Frontera atraviesa la Costa del Sol, el lugar más típico del desarrollo turístico español, zona de especulación salvaje, crecimiento desordenado, pura rapiña del suelo, delincuencia, tráfico de drogas, tráfico de cualquier otra cosa, de personas, de niños, centro de blanqueo de capitales, meca de los vividores, pied à terre de los ricos del momento, lugar en el que hay que hacerse ver si se quiere ser alguien en según y cómo dónde.

El paisaje ha desaparecido, sumergido en una oleada de construcción continuada a lo largo de kilómetros y kilómetros de carretera. Parece la invasión de la hormigonera que atruena más que la razónen marcha, acompañada de las grúas que se alzan por doquiera como las grandes columnas de un templo disparatdo que pretendiera sostener la bóveda del cielo. Apenas se ven tierras de cultivo ni baldías. Si acaso de vez en cuando una triste yuca en mitad de un terreno que ya es solar y nunca volverá a ser campo. Animales, los pintados en vallas de reclamos. Y todo lleno de publicidad sin limites, anuncios de inmobiliarias, urbanizaciones, clubs de golf, grandes superficies, supermercados, y tiendas, tiendas, tiendas a lo largo de kilómetros y kilómetros y kilómetros.

- Esto es otro mundo, ¿verdad?

Otro mundo, otro planeta, otra galaxia. Uno espera ver surgir ejércitos de alienígenas entre los postes publicitarios al borde de la carretera. Eugenio estaba asombrado de la vista que se iba desplegando ante nosotros y yo también. La Costa del Sol es el lugar de vacaciones de Europa entera y medio mundo; allí se aglomeran varias lenguas, inglés, alemán, danés, noruego, francés, ruso, árabe con una población venida de todos los puntos de la rosa de los vientos y se enhebra una abigarrada mezcla de locales, centros de diversión, boutiques, restaurantes étnicos, lugares exóticos, la carta entera de tabernas europeas, bistrós franceses, pubs ingleses, kneipes alemanas, smorrebrot e iglesia de los santos del último día o Jesucristo te ama, empresas de alquiler de automóviles y de cualquier otro objeto móvil, peluquerías de perros, notarías y tiendas de deportes. Toda la Costa del Sol es una calle comercial atiborrada desde Málaga hasta Cádiz. Por fortuna Jerez de la Frontera queda un poco retranqueada en el interior y eso le ha permitido salvarse de momento de la inundación de ladrillo y cemento que ha sumergido la costa. Tierra adentro se ven olivares, pitas, cactus, agaves, chumberas, palmitos y más vegetación propia de la zona en tierra abierta. Un regalo para la vista que sólo ha podido ver trozos de mar azul enmarcados por construcciones residenciales.

La pareja vivía en un chalet a la entrada de Jerez con una pequeña parcela en donde Hamilton, cultivaba un huerto, algún tomate, pimientos, patatas y unas judías. Lo suficiente para entretenerse. Lo ayudaba en la tarea Ivvy, la dentista que trabajaba en una clínica dental tipo franquicia en el centro de Jerez. Sólo entonces me dijo Eugenio que eran colombianos, inmigrantes ya muy hechos. Él no los consideraba inmigrantes. Esa noticia aumentó mi interés por el encuentro. Lo de cambiarse de ciudad no me parecía muy propio de inmigrantes, aunque debía confesar que no sabía gran cosa de ellos. Se me hacía más cosa de españoles, no sé por qué puesto que tampoco los españoles que conozco son dados al nomadismo. Con eso ya veía a Hamilton e Ivvy con otros ojos. Y lo merecían porque eran una pareja especial.

(Continuará).

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).