diumenge, 11 de gener del 2009

Caminar sin rumbo (XXXIV).

La evolución personal.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXXIII), titulada La frontera cerrada.

No había duda de que Lobo tenía eso que se llama "capacidad de convocatoria". El salón de actos del Círculo Cultural estaba a rebosar. Lucía el local una impronta franquista en su aspecto, los ornamentos, unos vitrales. Claro que eso no es extraño. Tanto Melilla como Ceuta, las dos plazas de soberanía, hoy "ciudades autónomas" son los últimos enclaves africanos de España y Franco fue el último general "africanista" español. Lobo nos dijo que, con el follón de la frontera, tanto el presidente de la Ciudad Autónoma como el delegado del Gobierno no podían asistir y que ya veríamos si conseguían llegar para la hora de la cena. Añadió que ya que las autoridades excusaban su asistencia, quizá me apeteciera sentarme en la mesa presidencial pero le dije que no y, mientras él ocupaba su sitio junto al conferenciante, Eugenio y yo tomamos asiento en primera fila para no perder ripio.

Agustín del Valle hablaba bien. Se le notaban las tablas. Era alto, delgado, huesudo y tenía unas manos de finos dedos que movía mientras hablaba de una forma muy personal, subrayando lo que decía pero sin parecerlo. Lucía unos globos oculares protuberantes y cierta fiereza en la mirada con lo que su mera presencia imponía. Su discurso consistió en un encendido elogio de la nación española, milagroso ente colectivo autorreflexivo que estuvo a punto de situar en las cuevas de Altamira en el paleolítico pero que al final hizo arrancar de la guerra de la independencia contra el francés. Aquí hallan muchos el nacimiento de la nación española como autorreferente muy probablemente desde el momento en que la guerra de la independencia ayuda mucho a identificar un elemento esencial en su visión como es el extraño, el ajeno, el otro, el enemigo, en este caso el gabacho. La segunda parte de la charla estuvo destinada a atacar a los nacionalismos "periféricos" que se obstinaban en defender el erróneo punto de vista de que hay varias naciones en la Península Ibérica siendo así que está clarísimo que sólo hay dos, la portuguesa y la española que proceden de un mismo origen y tienen tantos elementos en común. Tuvo mucho éxito entre un público, compuesto por hombres maduros de cuarenta y cincuenta con sus esposas, empeñadas en quitarse por lo menos diez ante el espejo, todas peinadas de peloquería. No hubo preguntas del público, excepto una intervención de un hombre con pinta de brigada que quería saber algo concreto sobre la financiación de las comunidades autónomas de lo que Del Valle no parecía tener mucha idea con lo que no dijo más que vaguedades.

La cena tuvo lugar en un lujoso restaurante del centro de la ciudad, uno que se preciaba de servir langostino de la Mar Chica si bien no esa noche pues no había habido pesca a causa del temporal. Finalmente las autoridades no pudieron asistir. Se vivían momentos tensos y de problemas. En la mesa, además del conferenciante y Heriberto Lobo, estaba su señora, una mujerona que casi le sacaba la cabeza. con un gesto adusto e intemperante que trataba de suavizar inútilmente con mucho maquillage y otros dos matrimonios a quienes también tomé por militares sin saber muy bien por qué, un periodista, amigo de Heriberto y director de una radio local cuyo nombre no retuve y el director de una asociación cultural hispano-islámica, llamado Mahmud.

En la primera parte de la cena se trató el asunto de la frontera que, según el marido de uno de los dos matrimonios, estaba más fea que de costumbre.

- En todo caso parece que los dos muertos los han causado los marroquíes.

- No es que sea una buena noticia- dijo Heriberto- pero nos permite un descanso. Imagináos la que se nos viene encima si nos los cargan a nosotros.

Agustín del Valle mostró interés por informarse acerca de los problemas de la inmigración ilegal en la ciudad.

- Esto es un coladero -aseguró el otro militar que aún no había hablado.- Y no podemos hacer nada porque en la Península no quieren saber nada de nosotros.

- Tampoco es para tanto -terció Heriberto que era muy crítico con lo que llamaba el "victimismo" melillense.- En ese aspecto no podemos quejarnos; tenemos los recursos que necesitamos.

- Eso es siempre según se mire -insistió el otro.- En mi opinión, necesitamos hombres. Los que hay no son suficientes. Una bandera de la legión nos vendría de miedo.

Su mujer soltó una risita como dando a entender que aquel problema de logística militar no le era enteramente desconocido.

Intervino Mahmud diciendo que el problema verdadero no estaba a nuestro lado de la verja sino al otro, en donde se acumulaba mucha desesperación. Y no solamente marroquí, sino africana en general. Si los países europeos -y parecía deleitarse al pronunciar "europeos", como queriendo saborear las consecuencias del sonido- nos tomáramos en serio la situación y ayudáramos a la gente en sus países de origen, la mayoría no emprendería la aventura de escapar que es siempre muy incierta. Y no se refería sólo a Marruecos de donde al fin ya al cabo no sale mucha inmigración ilegal sino de los países más abajo, al sur del Sahara.

- Claro -dijo el militar- seguramente tienes razón, Mahmud, pero nosotros somos responsables aquí de esta frontera. Lo otro son los planes de los políticos que estarán muy bien seguramente pero no tienen mucho que ver con las necesidades reales, sobre el terreno. -Y, mirando a Heriberto, dando la impresión de que buscaba su aquiescencia, añadió: una bandera de la legión. Con una bandera de la legión me comprometo a sellar la frontera mientras los políticos arreglan la situación de África al sur del sahara.

- De eso no quiere saber nadie nada -terció el periodista que parecía un hombre taciturno.- Siempre pasa igual. Sólo se habla de nosotros cuando hay malas noticias. Del hecho de que seamos los guardianes de una puerta por la que quiere entrar un continente nadie dice nada.

Eugenio dio un respingo.

- Un continente por una puerta- me dijo por lo bajo.- No está mal la imagen.

- No es una imagen -contestó el otro que lo había oído-. Qué más quisiéramos nosotros. Es la realidad, el día a día. Estamos conteniendo un continente con una valla.

- Con una valla y con la ayuda de Marruecos -dijo Heriberto.- Cosa esencial.

- Al fin y al cabo -tercié yo que no tenía muchas ganas de escuchar una teórica sobre las necesidades de defensa fronteriza en Melilla- el ejército está para eso, para defender a la patria, a la nación española, sobre la que nos ha ilustrado Agustín.

Éste me miró con cierta sorpresa. Estaba seguro de que igual que yo a él, me conocía, aunque nunca hubiéramos coincidido. Supongo que decidió salir al paso de lo que podía suponer fuera irónico por mi parte.

- No te convence lo de la nación española, ¿verdad? En la izquierda tenéis un verdadero lío con eso.

- No, no creas. O quizá sí. No sabría decirte. -Los otros comensales me escuchaban con atención, como si estuvieran esperando que me aclarase. - Pero, en todo caso, no es la nación española lo que más me interesa, ahora que tengo la oportunidad de hablar contigo sino algo distinto que siempre me ha preocupado y que me gustaría plantearte si no te parece inconveniente.

- Por supuesto, por supuesto -dijo Del Valle, dejando los cubiertos sobre el plato en un gesto que parecía contradecir la disponibilidad que anunciaban sus palabras.

- No vayas tan seguro -intervino de pronto Eugenio que hasta entonces no había dado muestras de especial interés en la conversación.- Te va a preguntar por tus convicciones políticas.

Del Valle enarcó las cejas, como si no entendiera.

- Bueno, sí, verás- arranqué yo antes de que Eugenio acabara de fastidiarme la intención.- Tengo curiosidad por tu cambio de actitud. Tú eras un significado izquierdista, comunista incluso; recuerdo haber leído cosas tuyas en que se hacían planteamientos del partido. De pronto, cambias de opiniones y te haces propagandista de la derecha. ¿Por qué? ¿Qué te movió a eso?

Antes de que Del Valle pudiera hablar se adelantó Heriberto que debía de pensar que entraba en sus obligaciones acudir al quite de su invitado si alguien lo ponía en un compromiso.

- No tiene nada de extraño que la gente cambie. Se cambia con el tiempo. Además, ese tipo de cambio, que quizá sea más bien una evolución, ¿no? lo ha experimentado mucha gente.

- Ya te digo- exclamó con cierta sorna Eugenio.

Se había acercado un vendedor de fósiles que traía algunos ejemplares sobre una especie de gamuza y Eugenio se quedó mirando una especie de trilobites incrustado en una piedra mientras el otro se lo acercaba diciéndole que tenía doscientos cincuenta millones de años.

- Pero es que estos casos -dije yo- no me parecen muestra de una evolución, que lleva siempre tiempo y una transformación progresiva. Más me parecen mutaciones y repentinas.

- Bueno -dijo Del Valle, haciendo ondular sus bellas manos y señalándose el pecho- si es mutación o evolución, la procesión va siempre por dentro. Uno tiene sus dudas, se las calla, o las habla con los íntimos, vacilaciones, reconsideraciones, hasta que...

- Hasta que uno ve la luz -dijo Eugenio, que había devuelto el trilobites a la gamuza y no estaba interesado en escuchar las ofertas del vendedor- y actúa uno en consecuencia.

- Algo así, algo así -contestó Del Valle- pero eso es irrelevante. Aquí supongo que lo que te interesa -y se dirigió expresamente a mí- no es cómo se hace eso, sino por qué, por qué abandona uno la izquierda. Y aviso de que no digo por qué se pasa uno de la izquierda a la derecha porque no me reconozco en ese periplo. Sí, he dejado de ser de izquierda...

- Incluso abominas de ella -dije.

- Abomino, sí, por muy justificadas razones. Al principio, en tiempos de Franco, lo único sensato que se podía ser era de izquierda porque sólo la izquierda estaba contra la Dictadura. Lo que sucedía era que estaba contra la Dictadura pero no a favor de la democracia, sino a favor de una dictadura distinta.

- Mientras que tú sí estabas a favor de la democracia.

- De la democracia y de algo más que no hay que olvidar: de la libertad individual, de la unidad de la Nación española. Ese es un elemento esencial. Si por la izquierda fuera esto se habría ido ya al garete.

- No me parece tan claro.

- Clarísimo. Otra cosa es que quieras engañarte u ocultar algo. Todas aquellas tonterías de la izquierda con el derecho de autodeterminación eran eso: destruir la nación española. Como son las componendas con los nacionalismos periféricos, todos empeñados en destruir la nación española y con los terroristas. La izquierda no soporta la idea de España y apuesta siempre por la leyenda negra.

Veía en los otros comensales claros gestos de asentimiento y creo que no aplaudían por no singularizarse demasiado. Hasta Heriberto, habitualmente comedido seguía la alocución de Del Valle con la mirada brillante y un gesto de atención e interés notable.

- Bueno -prosiguió éste- ya inspirado. La izquierda tiene muchas propuestas específicas en muchos terrenos pero todo acaba llegando siempre a lo mismo: la negación de la nación española.

- La antiespaña -dije, tratando de que no se me notara mucho la burla, pero sin éxito.

- Puedes hacer las bromas que quieras pero es así. La izquierda sostiene muchos disparates. Lo veo ahora con claridad. Disparates sobre la sociedad, el Estado, el mercado, la propiedad, los impuestos... prácticamente todo lo que dice la izquierda desde sus puntos de vista son disparates. Pero en lo que respecta a nosotros, los españoles, esos disparates se orientan siempre a debilitar la idea de la nación española, dejarla inerme frente a quienes sepultarla en el olvido.

- ¿A qué esperas, que no respondes enarbolando tu sentido patriótico? -me preguntó Eugenio. Están llamándote vendepatrias.

- O algo peor -dije- Antiespañol.

Del Valle sonrió con el gesto de quien espera una respuesta que sabe inevitable y la obtiene y puso gesto de "¿qué había dicho yo?" y añadió:

- Conozco ese sedicente patriotismo de la izquierda. Es el de la tradición liberal republicana, las historias de la Institución Libre de Enseñanza y el krausismo, alimentada con algo de costismo y lucha contra los males que afligen a la patria. Lo que sucede es que el mayor mal que ha afligido siempre a la patria ha sido la izquierda. La tradición liberal, el llamado nacionalismo español liberal ha sido siempre pusilánime y, de hecho, en cuanto ha podido, se ha echado en manos de extranjeros. Eso es lo que es el krausismo, influencia extranjera, como el marxismo, todo doctrinas extranjeras que no se adaptan a nuestro ser nacional.

- Que está mucho mejor representado en Donoso Cortés.

- Pues sí, mira. Ya sé que lo dices con ironía. Pero fíjate, Donoso es un pensador español que se encuentra en la obra de importantes pensadores del siglo XX, como Carl Schmitt...

- Sí, estas cuestiones son muy claras y se refieren a las cuestiones digamos públicas, en donde se debaten las ideas. Y eso es lo que dice la derecha: Balmes, Donoso, el pensamiento reaccionario que reputan esencialmente español. Es el discurso público. Pero lo que me interesa es un asunto distinto, privado, mi pregunta es si ese cambio de perspectiva es o no sincero, esto es, si crees en lo que dices. Tendrás que admitir que la duda es razonable. Como ves, eso no se nos plantea a quienes nos hemos mantenido más o menos fielmente en nuestras convicciones. Se nos puede acusar de rígidos, de ir en contra de la esencia misma de la realidad que dice que todo cambia, todo fluye, nadie se baña dos veces en el mismo río; pero lo que no se puede poner en duda es la sinceridad de nuestras convicciones mientras que en el caso de quienes las habéis cambiado...

- Sí, sé lo que quieres decir: que se plantea un problema de sinceridad. Eso ha pasado siempre con los conversos. Y nosotros somos conversos. Hemos abandonado el sueño sectario de la izquierda y hemos abrazado...

- Otro sueño sectario -atajó Eugenio con una sonrisa.

- Nada de eso. La izquierda es sectaria. Abandonar el sectarismo te cura de espantos. Por eso no me gusta nada que me digan que he pasado de la izquierda a la derecha. Desde luego, he dejado la izquierda porque es ideológicamente insatisfactoria, pero eso no me hace de derechas.

Después de unos primeros instantes en lo que los otros comensales siguieron la conversación, la unidad discursiva se había roto. Las tres esposas de los militares, no muy interesadas en cuestiones políticas, se pusieron a hablar de sus cosas, interrumpiendo sus intercambios con abundantes risas. Los cinco hombres, a su vez fueron desenganchándose de la controversia izquierda-derecha y comenzaron a hablar entre sí y, por las frases que llegaban al lugar en el que nos encontrábamos, seguían tratando el problema de la frontera.

- Sin embargo -y a las pruebas me remito- se hable de lo que se hable siempre coincides con los puntos que defiende la derecha.

- Pura coincidencia.

- Ya. Pura pero total porque coincidís en todo.

- Porque sigues pensando que quienes hemos cambiado, los que hemos dejado la izquierda, convencidos de que es una forma de pensamiento profundamente errónea, tenemos un problema de sinceridad, de verosimilitud y por lo tanto de crédito.

- No tendría que extrañarte si tú mismo reconoces que estás en la actitud del converso. Pero no es por ahí por donde van mis tiros. Al fin y al cabo no es muy productivo enfrentarse a lo que dice alguien poniendo en cuestión que crea de verdad en ello o no.

- ¿Por dónde van tus tiros? -preguntó Eugenio, que le gustaba afear el uso de frases hechas.

- Déjame preguntarte algo -dije a lo que él asintió con la cabeza- si has abandonado las posiciones de la izquierda, ¿se debe a que crees ahora que estabas equivocado?

- Desde luego.

¿Y qué te hace pensar que no vayas a estarlo una segunda vez?

Del Valle soltó una carcajada que hizo que los demás comensales interrumpieran sus conversaciones y nos miraran.

- ¿Ves? Eso es lo que os preocupa en la izquierda: estar o no en lo cierto. No es mi caso ahora. Ahora no me equivoco porque no presumo de estar en lo cierto. Sostengo lo que me parece probable y nada más.

Pero aquello tampoco daba la impresión de ser muy cierto. En la conferencia en aquel salón tan hispánico y marcial, había hablado con fe de misionero. Antes de que pudiera responderle sonó el móvil de Heriberto que estuvo un par de minutos escuchando lo que parecía un informe con unos sí, si o no, no. Al interrumpir la comunicación se volvió a nuestro lado de la mesa para decir:

- Como estaba previsto. Mañana seguirá cerrada la frontera con Marruecos y se restablecerá el servicio de ferry con Almería.

(Continuará).

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley).