Nadie estaba preparado para la que se vino encima el viernes pasado: Barajas cerrado, decenas de miles de viajeros en tierra, atascos de horas en todas las vías de acceso a Madrid, accidentes, salidas de emergencia de los bomberos que no daban abasto. Nadie estaba preparado excepto los medios de comunicación que se echaron a la calle más veloces que los niños a los parques a hacer muñecos de nieve. Tal es el primer efecto que tienen estos fenómenos en la era de la aldea global: que todos accedemos a la información de modo directo e inmediato con lo cual ésta, además de agigantarse, parece hacerse más grave. No es lo mismo leer uno o dos días después en un periódico que el aeropuerto se cerró y se cancelaron tropecientos vuelos que verlo en directo y escuchar a la gente desorientada y desesperada que lleva horas esperando o le han cancelado los vuelos sin más información, allí tirada, con las maletas, los niños, en medio de la confusión. Parece como si nos compenetráramos más con la catástrofe que se ha abatido sobre ellas.
Como tampoco es lo mismo leer una crónica sobre cómo el temporal de nieve afectó al tráfico en las entradas de la capital que acompañar al reportero y al cámara a entrevistar a los conductores parados en mitad del monumental atasco en el que llevan horas resoplando de ira y de frío. No, no es lo mismo. Los medios amplifican estos desastres y nos los hacen patentes con toda crudeza, de forma que nos formamos una idea cabal del monumental lío en que está metida la gente que los padece. Y nos identificamos con ella porque quien más quien menos ha pasado por circunstancias similares y guarda memorias.
Conocida la magnitud del follón fue un espectáculo ver a las autoridades repartiéndose las culpas como en una competición de ver quién escupe más lejos. La conclusión que puede obtener cualquier observador imparcial es que todas estaban en la inopia, no se esperaban lo que se les vino encima, no reaccionaron a tiempo y, encima, no estaban coordinadas. En fin, que son todas culpables y quizá lo mejor que pueden hacer es pedir disculpas y procurar que no vuelva a suceder. Y digo que son culpables porque si bien no es muy justo acusarlas por falta de reacción ante un fenómeno que no esperaban lo es y mucho ponerlas a bajar de un burro por no estar coordinadas porque la coordinación debía estar establecida en todo caso, fuera o no previsible el fenómeno.
Algo más respecto a la ministra de Fomento, la señora Magdalena Álvarez. Por supuesto, escuchar al señor Rajoy, el de los "hilillos de plastilina" hablar de incompetencia, de desastre y pedir la dimisión de la ministra mueve algo a risa. Oír que la señora Monserrat Nebrera llama "cosa" a la misma ministra y se mofa de su acento andaluz no mueve tanto a risa y sí a irritación. Alguien debiera explicar a esta arrogante ignara que todo el mundo tiene acento hablando cualquier lengua y que del de los catalanes alguien con la misma falta de entendederas que ella podría decir algo muy similar.
Al margen de todo ello está claro que a la señora Álvarez le ha tocado la mota negra de los infortunios y sus combativas comparecencias empiezan a ser un poco estridentes. Sin duda no tiene la culpa de cuantas desgracias se han cebado con ella en su mandato pero las reglas no escritas de la democracia mandan que a veces uno piense en dimitir aunque no sea personalmente responsable de los desastres que se producen en su jurisdicción.
(La imagen es una foto de Alejandro Espinosa, bajo licencia de Creative Commons).