El rostro del Emperador.
El Emperador dio por terminada la audiencia con un chasquido de los dedos. El súbdito se retiró caminando hacia atrás, la cerviz inclinada, mirando las lujosas baldosas del salón imperial, porque nadie puede poner sus ojos en el rostro del Emperador, hijo del sol. Las había puesto su padre, el más afamado solador del Imperio. Después de ponerlas, el padre del súbdito recibió una tanda de azotes por haber osado mirar el rostro imperial explicándosele que, de no haber sido por su obra de pavimento, hubiera muerto en el sitio. Al recuperarse el padre del súbdito imprimió y difundió por todo el Imperio un manifiesto en contra del Emperador al que acusaba de tirano, y a favor de una República benefactora. Fue detenido y recluido en una oscura mazmorra sin que se supiera más de él. Al cabo de cierto tiempo su hijo presentó una respetuosa solicitud de audiencia al Emperador con el propósito de invocar el derecho de habeas corpus e inquirir por el paradero de su padre. Entre tanto, el movimiento republicano fue cobrando creciente fuerza, sumándose a él la mayor parte de los sectores sociales, los sindicatos, los empresarios, las asociaciones profesionales, las deportivas y finalmente el ejército. El Emperador abdicó y huyó al extranjero rodeado de su familia y sus incondicionales, estableciendo su corte en la capital de un pequeño Reino contiguo que vivía de explotar una red de casinos. Las fuerzas armadas acabaron por liberar al padre del súbdito de la lóbrega mazmorra con ánimo de proclamarlo presidente de la República benefactora. Camino del palacio presidencial el solador más afamado del Imperio convenció al general que mandaba la tropa de que lo suyo no era establecer la República sino restaurar la Corona imperial. El solador quedó proclamado Emperador y lo primero que hizo fue proseguir con la agenda de trabajo de su predecesor en el trono. La actividad prevista aquel día y hora era la audiencia de un súbdito que venía a invocar el derecho de habeas corpus y a preguntar por el paradero de su padre. El súbdito entró con la vista puesta en las baldosas, el Emperador escuchó su petición, le aseguró que ordenaría se hicieran las pesquisas pertinentes y dio por terminada la audiencia con un chasquido de los dedos.
(La imagen es un anónimo chino que representa al Emperador Cheng Tsu, de la dinastía Ming).