diumenge, 30 de novembre del 2008

Aguirre, la brava.

La señora Aguirre salió por pies de Bombay, sin pararse a recoger las deportivas con las que pisó sangre ajena y sin quedarse a saber qué había pasado con sus compañeros de gira. Es decir, en román paladino: recurrió al sálvese quien pueda, puso pies en polvorosa, escurrió el bulto, se escabulló, se escaqueó, se dio el piro, salió de naja, huyó como alma que lleva el diablo del lugar de la quema.

Ese comportamiento dictado por el pavor irrefrenable es comprensible porque no todos los seres humanos están obligados a ser héroes y estoy seguro de que la opinión pública no se lo hubiera tomado a mal. Al fin y al cabo la señora Aguirre tuvo una reacción instintiva de supervivencia y las gentes tenemos la prudencia también instintiva de no saber lo que habríamos hecho nosotros en su lugar por lo cual nadie la hubiera juzgado. Sobraban pues algunas explicaciones que he leído por ahí acerca de si la señora Aguirre es una dirigente y la vida de los dirigentes tiene una importancia suprema, lo que justifica que se la protega especialmente retirándola a toda pastilla del lugar de peligro. Este razonamiento huele a justificación de lacayuna. Hubiera sido mejor no formularlo.

Lo malo es que, además, otros edecanes pretendieron dar la vuelta al calcetín, hablando de la presencia de ánimo de la mandataria, de su decisión y coraje para indicar el camino de la huída y hasta de su portentosa baraka que la asimilaría al caudillo invicto. Eso ya estaba peor aunque también era comprensible en este perro mundo. Si quien te da las licencias de televisión y otros momios incluso saltándose la legalidad está en un apuro es lógico que se le eche una manita. Cosa que hicieron obsequiosos en El Mundo y la COPE. Es de bien nacidos etc, etc.

Lo malo, lo realmente malo es que haya sido la propia Aguirre quien, apenas aterrizada en Madrid en su precipitada huida, se haya puesto a largar por los medios, ensalzando su bravura, su clarividencia y decisión, su capacidad para orientar a los demás. Que el cobarde y el desertor comparezca después de la batalla a que le pongan la medalla al valor demuestra que esta señora, además de carecer de coraje, carece de vergüenza.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).