diumenge, 19 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (I).

INICIO.

Me dispongo a emprender un viaje que no sé a dónde me llevará ni cuánto durará pues no tiene rumbo ni itinerario ni objetivo concreto alguno. Es un viaje interior o, mejor dicho, la exteriorización del viaje interior en que consiste la vida, la cuenta de eso que se llama el vivir y está hecho de la materia de los sueños como se sabe. Ignoro qué forma tendrá aunque imagino que habrá estados de ánimo, paisajes, tiempos pasados y memorias, encuentros fortuitos con vivos y muertos, con gentes reales y ficciones, sobresaltos, proyectos, amoríos, pesadillas, reflexiones; habrá ocasiones, coloquios, despedidas, ámbitos para disentir, orden y desorden, desafíos al cosmos, ganas de morirse, angustia de recién nacido; habrá hombres, dioses, mujeres, niños, bestias, fantasmas y colegas de la oficina.

Tropezaré con el tiempo, trataré de engañarlo, me engañará, me engañaré, le confesaré que pasa sin sentir y cuando es acordado, ya se sabe, da dolor, lo perseguiré con saña y huiré de él buscando la nada en la que nadie quiere morar y es nuestro último refugio. Querré departir con los poderosos de este mundo y del otro, ocupar sus casas, disponer sus aperos y encontrarme con los miserables para encenderme de enojo. Resumiré todas las causas en una sola con una única pregunta que iré a depositar a los pies del principio de todas las cosas. Me volveré contra mí mismo por haberme perdido tantas veces y no querré soltarme sin acabar de confesarme en toda mi indignidad.

Sé que el itinerario pasará de lo posible a lo imposible como el ser se hace nada sin habérselo propuesto siquiera. Preguntaré a los que saben hasta encontrar la fuente de su ignorancia y me orientaré en cualquier dirección que se me ocurra, incluida la que me indiquen, pero no siempre porque un viaje a ninguna parte no puede tener un fin conocido ni dejar de tenerlo. Iré mirando las estrellas y pulsando la ley moral en mi corazón para que las unas y la otra puedan tener una conversación muda, hecha de infinita indiferencia y rendida admiración. Pienso moverme en el torbellino de la vida buscando una pauta de silencio que sé que sólo se puede encontrar si no se busca. Pero ¿por qué no voy a reconocer que si he de soportarme hasta el fin de mis días, bien puedo tratar de cambiarme por otro? ¿Y a dónde iré a buscarlo?

A ninguna parte.

La vida, el arte, el pensamiento, la acción, los cuentos y las cuentas de la vieja, querré registrarlo todo, observar su impacto en mi ánimo y traducirlo de alguna forma para que pueda entenderlo cuando menos yo. Quiero descubrir qué me lleva a escribir cuando se está tan a gusto paseando al atardecer; qué me induce a pelearme con las palabras cuando me rodean como ristras de chorizos que salen de la televisión o del susurro de la amante; qué puñetas me lleva a imaginar que lo que me ocurre o se me ocurre pueda tener interés para alguien más que no sea yo mismo de quien, por no saber, no sé si me intereso: o sí lo sé y sé que no y por eso ando disimulando con lo de que voy a hacer un viaje a ninguna parte, a salva sea la parte, a la parte de los infieles, a la parte del que reparte y a la del que la comparte.

Me las prometo felices deambulando en todas las dimensiones, cuarta, quinta y sexta incluidas pues sé que de la virtud haré necesidad e iré dando noticias de mi periplo según vaya teniéndolas yo, no necesariamente de modo regular. Palinuro me cede un hueco gentilmente pero no quiero abusar de su hospitalidad.

Así que aquí lo dejo, agarrado a la enésima taza de café en cuyos posos del fondo creo ver cómo titila la promesa de una o muchas aventuras. Al fin y al cabo, ¿no sería cuestión de ponerme en camino ya? Y eso es lo que he hecho: aprestar un lápiz y papel, abrir los ojos, mirar por encima de mis prejuicios, ver el mundo, el demonio y la carne y declararme rendido admirador de los tres que en el fondo son uno solo, exactamente lo que hay ahí fuera, majestuoso e ignorante de mis afanes con la misma razón con la que yo lo estoy de los suyos. ¿No he reiterado en los posts la experiencia del blog como un cuaderno de libertad en el que no hay que atender a respetos humanos? Con todo no olvido que el ejercicio de la libertad propia puede ser una peste para el vecino y como mi convicción me lleva siempre a pensar en los demás cuando me propongo algo, váyase mi libertad de escribir por la libertad de los demás de no leer.

Me pongo en camino en mi primera jornada con el ánimo henchido de expectativas. No es poca cosa haber llegado hasta aquí en esta explicación, releerla y dejarla estar como ejercicio de virtuosismo a la hora de explicar lo que encuentro inexplicable, ese impulso que me lleva a intentar caminos, a mirar por las ventanas, a preguntar por dónde voy a donde no quiero ir, a querer saber sin ignorar que tanto más se sabe cuanto más se olvida. Porque el saber que se sabe suele ser profesoral, aburrido y estar muerto ya que sólo es saber el que no se sabe sabiendo. Lo demás es impostación o deseos de que lo nombren a uno asesor de cualquier idiota. En la primera jornada el viajero tiene una tarea grata: ha de hacerse camino, luz, distancia y perderse por los huecos de la nada, jugando con alegría exaltada a mirarse en vida, en vida que inquiere qué se hace de las demás y busca encontrarse con ellas para sumar y seguir.

Como si eso, vano iluso, fuera posible; como si comunicarse directamente fuera posible y sin olvidar que indirectamente tampoco lo es. La primera jornada, como el momento en que el nadador friolero se acerca al agua, sólo puede resolverse tirándose de cabeza a ver qué pasa y lo que pasa es lo que te pasa por la cabeza, ni más ni menos. Lo horrible de la vida cotidiana y lo que fuerza a buscarla fuera de ella misma, quizá en otro continente u otro tiempo u otra clase, religión, cultura, lengua es que está inventariada y cronometrada.

Si quieres vivir libre de la tiranía del orden tienes quie ir para atrás hasta alcanzar la edad de la inocencia y como por definición, ésta no se impone una vez que se ha perdido sólo queda el recurso de ser inocente.

Ya veremos qué sucede.

(Las imágenes son sendos cuadros de Caspar David Friedrich, uno de 1822, titulado Mujer a la ventana que se encuentra en la Nationalgallerie de Berlín y el otro de 1818 Mujer frente al sol poniente, en el Museo Folkwang, Essen).