En esta tercera entrega de la reseña de Michael J. Sandel, (Filosofía pública. Ensayos sobre moral en política Barcelona, Marbot ediciones, 2008, 366 págs) se dará cuenta de la crítica de Sandel a la Teoría de la justicia de Rawls en un terreno más filosófico e incluso lógico. Si, como dice Whitehead, la historia de la filosofía no es más que una serie de notas a Platón, puede afirmarse que la de la filosofía política contemporánea no es más que una serie de notas a Rawls. Ya sólo fijar la posición de un filósofo contemporáneo por relación a Rawls es como conocer las coordenadas para averiguar en dónde se encuentra un navío en su derrota. Y a esta tarea, de aclararse a sí mismo por referencia a Rawls es a la que dedica Sandel la mayor parte de la tercera y será lo que se vea ahora. Hay también dos interesantes capítulos en los que no puedo entretenerme para no hacer este post excesivamente largo: en uno se explica cómo el liberalismo basado en derechos (Rawls, los "progresistas") ha intentado capitalizar la figura de Dewey a través de una interpretación sui generis del pragmatismo que Sandel ve más cercano a las tesis del comunitarismo, por raro que pueda parecer y el otro es una crítica al Liberalismo político, la otra obra crucial de Rawls y la última, en la que el filósofo reajustaba su teoría de la justicia y se defendía de las críticas. No está mál, pero lo interesante es ver cómo Sandel brega con Teoría de la justicia que es el verdadero gigante/molino de nuestro tiempo
Sandel empieza por sostener que la defensa relativista del liberalismo es una contradicción insalvable ya que si no cabe pronunciarse sobre los valores sino ser neutral frente a ellos, lo mismo cabe decir de los valores liberales como tolerancia, libertad y equidad que son también valores y carece de sentido defenderlos asegurando que son meramente subjetivos. Tradicionalmente la defensa de los valores se encargó al utilitarismo, cosa que hace Stuart Mill. Sin embargo esa defensa es problemática porque no garantiza los derechos de las minorías. Se plantea así el retorno a la crítica kantiana que ve en el utilitarismo una instrumentalización de unos seres humanos por otros, lo que es rechazable. Los valores se defienden desde la perspectiva del sujeto trascendental (p. 207). Pero eso no le parece suficiente a Rawls, quien propugna "desligar la fuerza y el contenido de la doctrina de Kant de sus orígenes en el idealismo trascendental y reformularlos dentro de los cánones de un empirismo razonable." (p. 219)
Frente a esa actitud del liberalismo, los comunitaristas "sostienen que no podemos justificar ninguna disposición política sin hacer referencia a unos propósitos y unos fines comunes, y que tampoco podemos concebirnos a nosotros mismos sin hacer referencia a nuestro papel como ciudadanos, como participantes en una vida común." (p. 209). A la crítica obvia de que esta actitud justifica una sumisión del hombre al Estado, un estatalismo, Sandel advierte que los comunitaristas deben no caer en peligro del chauvinismo pero que "sugerir que la solidaridad es un camino casi seguro hacia el estatalismo es una caricatura de tremendas proporciones." (p.244)
Sin embargo, se me ocurre que las críticas al comunitarismo y a la crítica comunitarista al liberalismo son de otra condicion. En primer lugar no me parece aceptable decir que el sujeto trascendental no es compatible con la concepción liberal del neutralismo valorativo ya que ese sujeto empieza por reconocer que, como todos los valores son subjetivos, los suyos también y que precisamente el debate consiste en que cada cual defiende los valores subjetivos que profesa. Luego la comunidad decide. En segundo lugar entiendo que la reducción de la persona al producto de la comunidad (por decirlo con algo de rudeza) presupone que nunca haya antagonismo o enfrentamiento entre la comunidad y sus miembros, negando a estos la posibilidad de enfrentarse a ella. Muchas veces hay una comunidad territorial, histórica si se quiere, que no va acompañada de comunidad personal o de conciencia de comunidad personal. La teoría no da cuenta de los que se desvinculan de su comunidad, de los que niegan que ésta tenga algún valor y, si lo tiene, niegan que vaya con ellos.
Por lo demás exageraciones hay en todas partes porque si exageración es, según Sandel, tildar de estatismo las concepciones comunitaristas, cabe preguntarse qué será la afirmación que Sandel atribuye a los comunitaristas y comparte con ellos de que "la intolerancia florece con más fuerza allí donde los modos de vida están desubicados, donde las raíces son poco firmes y donde se anulan las tradiciones," llegando a insinuar que el relativismo liberal tiene que ver con el totalitarismo. (p. 212) Un tipo de discurso que, con todos mis respetos, recuerda bastante a las tonterías periódicas de los Papas, advirtiendo de la depravación de las costumbres modernas y del vicio del relativismo moral, frente al cual también nos previene la papisa de la Comunidad de Madrid, señora Aguirre, universalmente conocida por su fuerte fibra moral.
La conclusión de Sandel es lúcida a la par que algo amargada. Sostiene nuestro hombre que la filosofía moral y política de nuestro tiempo cuyo exponente principal es Rawls y cuya tradición venerada es Kant presenta tres hechos sorprendentes: 1º) la doctrina goza de un poderoso atractivo filosófico; 2º) con todo, la pretendida prioridad de lo "correcto" sobre lo "bueno" es insostenible; y 3º) a pesar de su fracaso es la doctrina conforme a la cual vivimos hoy día. (pp. 214-215). No parece pasársele por la cabeza a Sandel que, si es la doctrina conforme a la cual vivimos hoy día a lo mejor es porque no ha fracasado. Entre otras cosas no me parece que lo que él apunta como alternativa válida al liberalismo sea tal porque se me antoja una concepción colectivista con una clara deriva gregaria, orgánica que me da muy mala espina. Sandel se pregunta si podemos concebirnos realmente como sujetos independientes en cuanto que nuestra identidad no esté ligada a nuestras metas y vínculos y se responde ominosamente a mi juicio: "no creo que podamos; al menos, no sin que ello comporte un coste para aquellas lealtades y convicciones cuya fuerza moral consiste, en parte, en que vivir conforme a ellas es inseparable de entendernos a nosotros mismos como las personas particulares que somos como miembros de una familia, una comunidad, una nación o un pueblo, como portadores de su historia, como ciudadanos de esta o de aquella república." (pp. 226-227) Lo dicho, la Gemeinschaft de Ferdinand Tönnies, la comunidad del corazón, la ley de la sangre.
Más adelante, en el capítulo de análisis del Liberalismo político rawlsiano, Sandel corrige el tiro y responde a la crítica del estatismo afirmando que el comunitarismo no consiste en sostener que los derechos descansen sobre los valores y preferencias de una sociedad sino en preguntarse si cabe identificar y justificar esos derechos de forma que no presuponga una concepción previa y particular del bien. (p. 283). Además "quienes han criticado la prioridad de lo correcto se han opuesto a la idea de que seamos capaces de dar sentido a nuestras obligaciones morales y políticas en términos puramente voluntaristas o contractuales" O sea, la Gesellschaft del viejo Tönnies a su vez a la que se priva (arbitrariamente a mi ver) de toda capacidad de generar consensos que fundamenten formas de vida.
No me parece que el comunitarismo sea un paso adelante en relación con el liberalismo rawlsiano; antes bien, creo que es un intento de contraponer a éste el valor de las oscuras pulsiones de lo colectivo que además se arroga el derecho a zanjar las cuestiones sobre el bien y el mal forzando de paso el juicio individual. Por lo demás, ¿qué tipo de crítica es esa que reprocha al sujeto autónomo la incapacidad para defender sus opciones mediante un debate substantivo sobre principios morales objetivos cuando el propio crítico tiene que reconocer que estos sólo pueden establecerse mediante convención o acuerdo?
El último capítulo (En qué se equivoca el comunitarismo) pretende marcar las distancias tantas veces señaladas con el comunitarismo pero es un trabajo bastante encomiástico de la situación tal cual es en la doctrina, matizando luego lo que se le antoja un error de la corriente (y el único que yo haya podido apreciar), en concreto que el comunitarismo se equivoca al no ver que hay diferencias en la valía moral de las distintas comunidades. (p. 338)