dilluns, 15 de setembre del 2008

La que se nos viene encima.

Desde que la burbuja inmobiliaria estalló el verano pasado en los Estados Unidos vengo siguiendo con verdadera fascinación el desarrollo de esta crisis y posteando regularmente sobre ella. Una ojeada a la lista de etiquetas de la derecha en el blog probará que las voces "crisis" y "economía" acumulan más de cien entradas entre las dos. Así que no es cosa de aburrir al personal con el consabido rollo del yoya de que andan los periódicos llenos en estos días: "yo ya lo dije", "yo ya lo sabía". Lo que cada cual sabía está registrado en las hemerotecas hasta el fin de los tiempos. Por ejemplo El País en un editorial de 6 de septiembre de 2007 titulado Profetas del desastre decía: "La carestía de algunos productos básicos, la subida de los tipos de interés hipotecarios, la pérdida de vigor de la construcción y las incertidumbres derivadas de la tormenta financiera pintan un inicio de curso económico con algunas sombras que sería irresponsable ignorar. Pero es absurdo no poner esos datos en relación a otros de la realidad como que la economía española sigue creciendo muy por encima de la media europea, y creando más empleo que ningún otro país de nuestro entorno; y que, contra lo que parecen desear algunos críticos rutinarios, no hay datos para suponer que un posible descenso en los próximos meses en el ritmo de creación de empleos vaya a provocar un desplome comparable por ejemplo al producido en 1992." Pues ya sabemos lo que hay. Claro que por aquellas fechas también los señores Rodríguez Zapatero y Botín (véase el post de Palinuro La crisis inexistente de 8 de septiembre de 2007) tranquilizaban a todo el mundo al alimón diciendo que aquí estábamos protegidos contra toda adversidad, que nuestra situación era boyante, que de crisis nasti de plasti.

No quiero hacer mucha sangre porque tendría que empezar por derramar la mía ya que al fin y al cabo haya uno escrito lo que haya escrito lo más característico de esta crisis que dura más de un año es que nadie tiene ni repajolera idea de su etiología, su posible tratamiento y sus consecuencias. Ni idea. Todo lo que sabemos es que ni Dios se fía de nadie y que los discursos, aclaraciones, declaraciones, explicaciones y demás retórica sólo contribuyen al barullo porque entran de lleno en el terreno de esa misma desconfianza. No hay relato neutral, imparcial o desinteresado en las cosas humanas. Eso es el abc de las ciencias sociales, del que los economistas dicen estar libres cual si no fuera evidente que todos, absolutamente todos quienes hablan de economía son "homo economicus", tienen intereses específicos en lo que dicen y son juez y parte. ¿Como qué habla un banquero cuando habla de la crisis? ¿Como un científico? ¿Y un consultor de bolsa, un "broker", un alto ejecutivo de una empresa? ¿Como gentes desinteresadas que ven con frialdad el curso de las cosas? Nada, ni idea. Eso no quiere decir que la máquina de producir discursos, relatos, explicaciones se detenga. Los medios son como los viejos altos hornos: no pueden parar. Así que los banqueros, los "brokers", los gobernantes, los profesores universitarios, los agentes de cambio y bolsa y los oficinistas a la hora del aperitivo siguen hablando y hablando como si tuvieran idea de lo que sucede y soltando profecías que suelen incumplirse antes de que hayan terminado de formularse.

¿Qué pude estar sucediendo? Desde el verano de 2007 hay un hecho nuevo: ésta es una crisis del capitalismo como sistema en su conjunto pero de alcance global. Es la primera crisis global de la historia, lo que equivale a decir que nadie tiene ni idea de cuál pueda ser su comportamiento por la razón evidente de que nadie, que yo sepa, entiende ya cómo funciona el sistema económico y financiero mundial, es una realidad tan densa, compleja, compacta y ajena a toda regulación que ese mismo funcionamiento es producto del azar.

En este momento lo único que parecemos saber es que aprovechando la falta de regulación global del capitalismo financiero una serie de entidades crediticias, especulativas, bancarias, han inventado prácticas sumamente lucrativas a corto plazo de proceder con los créditos hipotecarios, prácticas que cuando se conozcan en sus exactas dimensiones probablemente serán tipificadas como delitos pero que al no estarlo todavía se limitan a causar destrozos entre los sectores perjudicados (estafados) que en muchos casos son las mismas entidades que especularon en un primer momento.

Probablemente haya hoy circulando por el mundo billones de dólares en créditos basura que no valen ni el precio del papel en el que están impresos pero empaquetados como atractivos "productos" financieros que los bancos han estado ofertando por doquier. Pero como los balances han de cuadrar, poco a poco van cayendo los que se dedicaron al lucrativo negocio del toco-mocho financiero a gran escala y esto ya empieza a ser un rosario de catástrofes que convierten a esta crisis en un fenómeno reptante, silencioso pero que será más dañino para la estructura productiva del capital que la de 1929.

Cada vez que cae uno de estos gigantes bancarios (y según el exlibertario Greenspan todavía caerán más) se organiza un escandalazo. Son empresas "demasiado importantes para quebrar". ¿Qué quiere decir esto? Lo que se viene diciendo desde que Lehman Brothers apuntó que se iba al garete: que nadie sabe qué catastróficas consecuencias para el conjunto del sistema financiero mundial puede tener la quiebra de un gigante de esas características.

Aquí es donde entra el discurso de los gurús neoliberales. Todavía no hace mucho que estos, orgullosos de lo bien que funcionaba un sistema autorregulado y camino de una necesaria privatización total (o sea, feudalización de la sociedad, desaparición de todo rastro de lo público, todo privado, la educación, la medicina y hasta la justicia) contaban que de las cien grandes empresas mundiales hacia 1900 ya no quedaba ni una en el mercado porque el capitalismo es, como decía Schumpeter, "destrucción creadora". Pues si es destrucción creadora, que se vayan al carajo Bearn Stearns, Indymac, Fannie Mae, Freddie Mac, Lehman Brothers y el sursum corda. ¡Ah, no! dicen ahora los neoliberales: hay que salvar al sector porque nadie sabe cuáles puedan ser las consecuencias para el conjunto del sistema. O sea cuando se puede, cuando hay beneficios se privatiza y cuando vienen mal dadas se socializan las pérdidas.

Sin embargo hasta un estúpido tan denso como el ministro gringo de Hacienda, Henry Paulson, parece haberse dado cuenta: si el Estado rescata a cada gigante crediticio que anda en problemas por haberse pasado en su afición a la estafa como ya ha hecho con Bearn Stearns, Indymac, Fannie y Freddie, mañana no queda íntegra una sola institución financiera porque la gente, que no es tonta, prefiere arriesgar los dineros públicos que los propios, los de cada uno que están tan ricamente en el bolsillo. Habría una serie de quiebras en busca de los dineros públicos. Es una reacción elemental que consiste en que si hay opción lo primero que se esquilma es lo público y lo privado se reserva. Así que cuando los dos potenciales compradores de Lehman Brothers, el Bank of America y Barclays se enteraron de que el Estado no iba a garantizar contra pérdidas en la adquisición, se volvieron por donde habían venido y hoy Lehman caerá en la bolsa para no levantarse más y con él, a saber cuántos más.

Entre tanto, la vida de los tiburones sigue como hasta la fecha. El Bank of America compra Merril Lynch, otro gigante en apuros por 44.000 millones de dólares dice que para protegerlo del impacto del hundimiento de Lehman pero en realidad porque es un bocado suculento ya que la empresa hubo de sanearse este verano a lo bestia vendiendo créditos hipotecarios por valor de 30.000 millones de dólares a veintidós centavos el dólar.

Otrosí, como el asunto es tan grave, allí donde no piensa intervenir el Estado, el capitalismo financiero global ha acabado teniendo que organizarse y al hundirse Lehman se creó un consorcio internacional de diez bancos: Bank of America, Barclays, Citibank, Credit Suisse, Deutsche Bank, Goldman Sachs, JP Morgan, Merrill Lynch, Morgan Stanley y UBS para sindicar un fondo de créditos de setenta mil millones de dólares a fin de paliar los efectos del hundimiento de Lehman. Pero obsérvese bien, esto sólo sucedió cuando ya estuvo claro que fracasaba la operación de rescate de Lehman chupando de los fondos públicos. A la fuerza ahorcan y es posible que el capital financiero global acabe entendiendo que cierta regulación de las transacciones, que la intervención de los Estados, que el ámbito de lo público está en el mejor interés de conservación del sistema. Pero eso sigue sin ser claro todavía.

Entre tanto en España, en donde se echa la culpa de lo que nos sucede a lo que pasa fuera pero nadie se toma la molestia de analizar en serio eso que pasa fuera, el gobierno socialista, siguiendo la ilustre teoría neoliberal, ha apartado tres mil millones de euros para ayudar a las empresas constructoras que no solamente ocasionaron el destrozo actual por su insaciable codicia sino que, viendo que el Estado interviene en su beneficio regalándoles el dinero de los contribuyentes, no sienten la necesidad de bajar los abusivos precios de las viviendas, prohibitivos para la ciudadanía. La responsable de tal injusticia y abuso es la ministra Beatriz Corredor, una registradora de la propiedad al servicio de los tiburones inmobiliarios, como lo está el otro ministro socialista, partidario de que "no se hunda el sector" (que ya sabemos qué significa), señor Sebastián.

(Las imágenes son sendas fotos de swisscan y TCM Hitchhiker, ambas bajo licencia de Creative Commons. La primera es una preciosa abstracción de un monstruo y la segunda, la nómina de monstruos reales de Hollywood; de derecha a izquierda, el hombre-lobo, la momia, el monstruo del Dr. Frankenstein, Drácula, la criatura de la laguna negra y el fantasma de la Ópera).