¿Recuerdan el editorial de El Pais del jueves pasado, titulado “Profetas de la catástrofe”? En él se hacía mofa de todos los que, aprovechando los primeros signos de contracción del crédito, de falta de liquidez y turbulencias en los mercados salieron trompeta en ristre a predicar la crisis general del capitalismo, una especie de terremoto económico y social, equivalente a los signos del Apocalipsis para el fin del mundo con el que se pondrá fin a la oprobiosa tiranía del modo de producción burgués, que ya tarda en llegar. En efecto, esa creencia/superstición es irrisoria porque no se basa en ningún dato empíricamente verificable, en ninguna conclusión de la experiencia, en ningún postulado científico, sino que no es más que un ardiente deseo de gentes bienintencionadas (o malintencionadas) que se valen de las doctrinas marxistas más acartonadas para dar rienda suelta a sus anhelos de que el orden social existente se hunda.
Pero no menos irrisorios son los editoriales de prensa asegurando que no sucede nada, que hay unas turbulencias pasajeras, que el sistema acabará regenerándose y, en el caso específico español, que el modelo de crecimiento es sólido y no hay gran cosa que temer. Irrisorios muy especialmente porque la base para hacer tan tranquilizadoras afirmaciones han sido sendas declaraciones del presidente del Gobierno y del gran jefe del Banco de Santander, señor Botín, ambos diciendo que las alarmas están exageradas, que no sucede nada, que la economía española goza de buena salud.
A cualquiera (excepto al editorialista de El País, por lo que se ve) se le alcanza que si las autoridades políticas hacen declaraciones económicas tranquilizadoras es porque algo pasa, cosa que huelen los mercados que toman medidas de inmediato para soslayar una crisis que viene precisamente por las medidas que toman. Cualquiera entiende que, si la economía va bien, no hace falta que el presidente del Gobierno vaya por ahí dando garantías. O, el de la República de los EEUU que también aseguraba el otro día que la economía de su país no estaba en crisis, siendo así que ya la tiene encima.
¿Y qué decir del señor Botín? Ese barre para casa y no le interesa en modo alguno que haya una crisis financiera porque, si la hay, los siguientes en pagar el pato (despuès de la gente normal, desde luego) son siempre algunos bancos y no el sistema bancario en su conjunto. De ahí que trate de configurar un ambiente más propicio a sus intereses a base de crear una realidad ficticia con un resultado menos que mediano pues ayer las bolsas se dieron otro batacazo y en concreto la de Madrid está ya en números rojos para el conjunto del año. Y uno de los valores que más perdió fue precisamente el Banco de Santander, típica respuesta bursátil a las tranquilidades ofrecidas por el gran banquero.
Y eso que no hay crisis, que el señor Solbes no sabe lo que dice y los clientes y beneficiados del gobierno socialista en los medios, pusieron en solfa el derrotismo del PP. Sin duda el deseo del PP de que la economía española se hunda, aumente el paro y otras desgracias similares es poco patriótico y sólo pretende obtener mejores resultados electorales. Pero la respuesta de los paniaguados del Gobierno socialista, diciendo que estamos como nunca y que aquí no sucede nada y todo está bajo control es tan cómica como los augurios de la derecha, aunque más efímera. Quiero decir que estos defensores del poder suelen serlo mientras creen que su defendido no tiene problemas reales, cuando los tenga, los defensores desapareceràn como por ensalmo.
Esta crisis que es pero no es, que aparece y desaparece de modo misterioso, procede en buena medida de las que toman las distintas autoridades para frenarla, en virtud del efecto desconfianza que generan. Si el Banco Central Europeo renuncia a su prevista enésima subida del tipo de interés y, al mismo tiempo que dice que no pasa nada, vuelve a inyectar liquidez en el sistema no es que le preocupe la suerte de decenas de familias hipotecadas hasta sus colectivas cejas, sino que lo que está haciendo, en primer lugar, es demostrar que no sabe por dónde tirar y, en segundo, suscitar mayor inseguridad e incertidumbre, es decir, agravando la crisis que todos queremos evitar pero nadie sabe cómo.
(La ilustracion es un cartel de solidaridad con los mineros revolucionarios asturianos del 34).