Anteanoche seguí el debate televisado de los dos candidatos pero terminó muy tarde, estaba muy cansado y, antes de escribir sobre él, preferí esperar a ver qué decían los periódicos. Ahora, con algo más de perspectiva y habiéndomelo pensado un poco, tengo claro que, si de ganador se trata, lo fue Obama. Y no tanto por sus virtudes o aciertos, que no fueron espectaculares puesto que mantuvo un tono moderado muy similar en todo el debate, como por los errores de su adversario que tampoco fueron gruesos o muy notorios ya que no cambió básicamente de actitud en sus intervenciones. Pero es que fue justamente esta actitud la que desentonaba y la que dejó una muy mala impresión: un hombre rígido que no miró ni una vez a la cámara ni tampoco a su adversario sino que se encerró en dos líneas que no cambió se hablara de lo que se hablara: a) señalar su experiencia de decenios y hablar de su curriculum y b) desmerecer cuanto pudo a su interlocutor. Si por la primera estuvo recordando de continuo a la audiencia que es un carcamal (incluso bromeó al comienzo diciendo que había "vivido ya lo suyo"), por la segunda transmitió la imagen de una persona orgullosa, intolerante y despreciativa. Conozco muy bien esa actitud: es la altanería de los representantes más cerriles de la derecha a los que saca tanto de quicio que otros piensen de forma que ellos no aprueban que prefieren no escuchar, no atender a razonamientos, ningunear al adversario. Es la misma actitud de Fraga cuando lo critican, la de Aznar o Rajoy: no han escuchado lo que han escuchado, el que lo ha dicho no lo ha dicho, además no existe, no se le mira, no hay nadie.
Frente a ese lamentable comportamiento en hora y media, el señor Obama mostró mucha flexibilidad y fondo: miraba a la cámara, que es básico a la hora de comunicar y miraba también a su adversario, al que se dirigía por su nombre de pila, mientras que éste se mantuvo en un estirado "senador Obama". Le dio la razón más de diez veces, cosa que se han apresurado a subrayar los republicanos encargados de demostrar por qué había ganado McCain diciendo que ello demuestra la falta de madurez del señor Obama quien, además, miraba al señor McCain como un discípulo a su maestro. En mi opinión, dar la razón al adversario allí donde la tiene y discrepar en aquello en que se difiere es una muestra de dominio de la situación, de elegancia discursiva y algo que todo auditorio entiende perfectamente. En cambio, la actitud de Mr. McCain, sistemáticamente agresiva, despreciativa, sin un solo gesto de coincidencia o acuerdo con la otra parte, resulta rígida y desagradable para los auditorios que son hoy mucho más experimentados que los de hace cuarenta o cincuenta años.
Envidiable fue el conjunto del programa si uno lo compara con los últimos debates que hemos visto en la televisión en España. En éste en Mississippi en el que había muy pocas cosas pactadas se dio mucha más espontaneidad que en los españoles, sometidos a un apabullante marcaje en tiempos. Lo que no consiguió el moderador, Jim Lehrer, a pesar de intentarlo en varios ocasiones, fue que los interlocutores debatieran entre sí directamente. Y no por falta de Mr. Obama, sino por la actitud altanera e imposible del señor McCain que en ningún momento dejó de hablar en tercera persona del señor Obama: "el senador Obama dice, el senador Obama cree...". Repito: esa rigidez, esa altanería y agresividad, ese desprecio, esa falta de consideración hacia el interlocutor que sin embargo era afable y cordial incluso cuando criticaba es lo que ha dado el tono del debate y deja un claro perdedor en Mr. McCain y un vencedor en el señor Obama.
En cuanto a los contenidos, la verdad es que pocas diferencias entre ambos, pero muy significativas: en la crisis económica, el señor McCain no tiene más que una receta: cortar el gasto público excepto en los capítulos de veteranos, defensa y un par de programas "vitales" que no enunció. Conjugando esta medida con el propósito de bajar los impuestos a las empresas (de las que dijo que pagan el impuesto de sociedades más alto del mundo, el 35% siendo así que no pasa del 20%) el resultado no es difícil de imaginar pues lo que se pretende es salir de la crisis a costa de los más pobres y de eliminar todos los programas sociales. Su Leitmotiv fue acusar sistemáticamente al señor Obama de despilfarro. Frente a él, éste mostró mayores y mejores registros: bajar los impuestos (eso es tema obligado en los EEUU) pero al 95% de la población, no a las empresas; preocuparse por las clases medias y aumentar el gasto en sanidad, educación y otros programas sociales.
Sobre la cuestión concreta de cómo veía cada uno de ellos el plan de Mr. Bush de rescate del sector financiero el señor Obama lleva una delantera aplastante al señor McCain ya que, a diferencia de éste, tiene preparadas sus propuestas para aprobar el plan: comisión de supervisión, garantías a los contribuyentes, límites a los dispendiosos sueldos de los ejecutivos y soluciones a quienes incurren en impago de hipotecas, cosas sobre las que Mr. McCain no tiene nada que decir.
En el capítulo de política exterior que era el tema original del debate hubo de todo. El señor McCain, empeñado en demostrar que hace cuarenta años que actúa en este ámbito, que sabe el terreno que pisa, que trata con los líderes mundiales, tiene ideas y es amigo del señor Kissinger, resulta no saber pronunciar el nombre de Ahmadineyad, llama "Kardai" al presidente de Pakistán, Zardari y tuvo que soportar que el señor Obama le dijera que ni siquiera está dispuesto a hablar con los aliados, como el señor Rodríguez Zapatero.
No obstante, así como en cuestiones económicas el señor Obama no se dejó envolver en la retórica de falsa austeridad del neocon, en política exterior no fue tan afortunado dado que los "marcos" (frames) ideológicos que emplea la derecha gringa en estos asuntos son poderosísimos y dejan escaso margen para un discurso alternativo. El señor Obama señaló que él se opuso a la guerra del Irak, pero no pudo desplegar suficiente batería crítica porque es un terreno peligroso, el del patriotismo y cualquier debilidad o ambigüedad las hubiera explotado de inmediato el belicoso Mr. McCain que no duda de la victoria en Irak. Bastante hizo el señor Obama con no dejarse atrapar en el frame jingoísta que el señor McCain desplegaba cada vez que se refería a cómo el surge (esto es, el refuerzo militar en el Irak, después de cuatro años de fracaso) está dando óptimos frutos. Debió subrayar que el surge se dio después de cuatro años de derrota, pero no lo hizo. Claro que tampoco el señor McCain supo sacar provecho del espíritu guerrero patriótico poniendo contra las cuerdas a su interlocutor forzándolo a decir si cree o no en la victoria gringa en el Irak.
El debate dejó muy claro que el señor McCain es el continuismo de Bush y el señor Obama es el cambio. Que era lo que éste quería.
(Las imágenes son sendas fotos de radiospike photography y de
Mat Honan, bajo licencia de Creative Commons).