El País de ayer traía una entrevista con Santiago Carrillo que no es que esté mal (al contrario, la periodista es incisiva y lo foguea a preguntas) pero deja escapar un montón de cuestiones, probablemente por desconocimiento de la entrevistadora. Escuchar al señor Carrillo equivale a escuchar a un protagonista de momentos históricos de los que ya sólo quedan escasísimos supervivientes y, como quiera que a sus noventa y tres años probablemente ha perdido todos los respetos humanos y muchas de sus inhibiciones (o quizá no, vaya uno a saber), cabría tratar de sonsacarle algo más que el manido episodio de Paracuellos del que ya está claro que no va a decir nada.
El señor Carrillo no sólo vivió la guerra. También vivió la postguerra, el exilio, los líos del Partido Comunista de España, del que fue Secretario General desde 1960 a 1982 y la transición. Es un superviviente del estalinismo, lo que no es moco de pavo. Se me ocurren muchos asuntos para preguntarle pero los reduciría a cuatro para que cupieran en una entrevista cómo ésta y para que diera su versión ahora: qué pasó exactamente con Francisco Antón, el joven amante de Pasionaria y cuál fue su actitud en los tiempos más duros del estalinismo; qué sabía él de las actividades de Julián Grimau contra el POUM en Barcelona en 1937 y si, de paso, tiene algo que decir sobre la muerte de Nin; qué opina ahora también de la versión que dan Claudín y Semprún de su expulsión del PCE en 1964 según la cual los expulsaron por defender lo que luego pasó a defender el partido que los había expulsado; a qué acuerdos llegó con Suárez para conseguir la legalización del PCE en 1977 y cuál fue la intervención del Rey.
Asuntos que son historia; han pasado más de veinticinco años del más reciente. Nadie tiene por qué sentirse ofendido o herido si sale a la luz algo que antes no se supiera.
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