En un solo día el presidente del Gobierno se ha echado a la cara a las dos instituciones que rigen el mundo desde tiempo inmemorial, el trono y el altar. Es un acontecimiento que requiere un doble comentario; uno genérico, sobre la naturaleza de la democracia, y otro específico, sobre la de la izquierda.
El genérico: aquí está el plebeyo, el abogado, hijo de abogado de provincias, investido de la única legitimidad que hoy cabe aceptar que es la del voto mayoritario de la gente, negociando con la máxima jerarquía eclesiástica española por un lado desde una posición de fuerza, por insólito que parezca, e informando (que no rindiendo cuentas) por deferencia al Rey, cuya relación con el poder efectivo está mediada por este plebeyo que es el que manda hasta el punto de que es él el nexo de unión entre los dos viejos aliados del trono y el altar. El Rey no tiene por qué recibir a la jerarquía (salvo ocasiones excepcionales) y la jerarquía, celosa de su tiempo, no lo pierde ya tratando de acceder al trono directamente.
El específico. Como el gobierno de España es de izquierda, de izquierda moderada, nada radical (diga lo que diga el señor Aznar que normalmente no sabe lo que dice), reformista, pactista, a veces un poco timorata, su presidente, el señor Rodríguez Zapatero, ha estado muy bien en la entrevista con el Cardenal. Sabiendo lo importante que es el protocolo para la Iglesia (cuya naturaleza en lo esencial es litúrgica) no salió a recibir a Monseñor Rouco a la escalinata del palacio de La Moncloa y, una vez in media res, le negó el pan y la sal en su pretensión de manipular la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC). Acostumbrado como está el prelado a actuar mediante decisiones unipersonales y arbitrarias (por ejemplo, renovando los contratos de los locutores de la COPE a espaldas de la Conferencia Episcopal) pretendía ahora que el Gobierno lo autorizara a meter mano al contenido de la EpC, habida cuenta de que su estrategia de cargársela a la brava ha fracasado y de que la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE) ya la ha aceptado. Dicho pues a las claras, el presidente del Gobierno ha dicho "no" al intento de Monseñor Rouco de engañar a sus propios fieles; y lo ha hecho, muy convenientemente, invocando la ley. Que la trague de una vez.
El señor Rodríguez Zapatero ha pedido "respeto y lealtad" al prelado, cosa muy necesaria puesto que él ni sus colegas han mostrado nada parecido al Gobierno en la legislatura anterior en que este mismo Monseñor Rouco, especie de Savonarola vaticanista, se permitió decir que el Parlamento había aprobado leyes en contra de la democracia y de los derechos humanos. Y sin un asomo de vergüenza. Ante la reprimenda, ahora, ha contestado que la Iglesia siempre tributa respeto y lealtad al "gobierno legítimo de España". Conociéndolo es posible que, con esta contestación, esté poniendo en cuestión la legitimidad del Gobierno español. Supongo que no porque, en definitiva, a pesar del corte que le han dado y la reprimenda posterior, la reunión también ha sido un éxito para la Iglesia ya que ha conseguido lo que Monseñor venía a buscar: dinero para el acontecimiento previsto en 2011. Roma y el Papa bien valen un sofocón.
En lugar del señor Rodríguez Zapatero, además de anunciar al prelado la reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa, yo le hubiera anunciado la denuncia de los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede, pero yo sí soy un radical y el señor Rodríguez Zapatero y su Gobierno, no. Y quizá sea mejor así, aplicar la táctica llamada fabiana con la que Quinto Fabio Maximo ("Cunctator", también llamado "el verrugas") derrotó a los cartagineses en la segunda guerra púnica: nada de grandes batallas a campo abierto, sino pequeños ataques aquí y allí, escaramuzas, ir poco a poco hasta derrotar finalmente al poderoso enemigo.
La otra entrevista, la del Rey, protocolaria y meramente informativa, adquiere relieve político de izquierda en la rueda de prensa posterior del presidente del Gobierno, mientras el Borbón se eclipsaba prudentemente. Los dos momentos cruciales de esa rueda de prensa fueron las referencias al señor De Juana y al barómetro del CIS. En cuanto al ditto De Juana, doctrina oficial que los políticos podían ahorrarnos consistente en el sonsonete de despreciable sujeto pero la ley es la ley. Comprendo que, interpelado, el Presidente no pueda callar pero está claro que lo de "despreciable De Juana" es una redundancia y lo de "la ley es la ley", una tautología. Le ofrezco una fórmula más clara y rotunda: los asesinos también tienen derechos que la ley protege. Y Santas Pascuas.
Lo del CIS es más peliagudo: empate en intención de voto entre el PSOE y el PP, con una bajada llamativa del primero y un ligero repunte del segundo que, en realidad, no tiene mayor significado ya que, como señala con fruición Libertad Digital La mitad de los votantes del PP no confía en Rajoy.
A tono con la mayoría de los medios y como ya hizo la señora Fernández de la Vega después del Consejo de Ministros, el Presidente ha atribuido el descenso en intención de voto del PSOE a la crisis económica a la que, con cabezonería inexplicable, sigue llamando de otra forma. Este supuesto se apoya en el hecho de que, según el barómetro citado del CIS, el 58,6% de los ciudadanos considera que la situación ecónomica es mala o muy mala, que el 65% cree que todavía estará peor dentro de un año, que el 53,2% dice que el principal problema de España es la economía y que el 35,7% sostiene que es también el problema que más le afecta personalmente.
Pero esta interpretación, a mi juicio, es mecánica y presume que la gente culpa directamente al Gobierno de la crisis económica, lo que es mucho presumir ya que el personal no está tan en el limbo que no vea que la crisis económica es un fenómeno mundial. A mi entender lo que refleja el descenso en la intención de voto es la conciencia de que, aunque no sea responsable de ella, el Gobierno no ha hecho nada por atajar la crisis, salvo intentar negarla con subterfugios lingüísticos que, como hemos visto, se mantienen. Y me atreveré a decir más: refleja la manifiesta decepción de la gente con un Gobierno que, siendo de izquierda, aplica políticas de derechas. Para poner un ejemplo que conozco muy bien pues se trata de mí mismo. El barómetro traduce la intención de voto si las elecciones se celebraran hoy día; pues bien, si las elecciones se celebraran hoy día no tengo nada claro que un votante socialista como yo fuera a votar al PSOE. Muy claro tengo en cambio, pues ya lo dije a raíz de la aprobación de la directiva de la vergüenza en el Parlamento europeo que si en las próximas elecciones a ese órgano el año que viene el PSOE presenta en su lista a los eurodiputados que cometieron tal felonía, no votaré la lista del PSOE. Y como yo imagino que habrá más gente. Gente a la que no nos da la gana de respaldar políticas xenófobas las justifiquen como las justifiquen y que tampoco queremos que el Gobierno socialista acometa el "frenazo" económico favoreciendo a los empresarios del ladrillo, unos de los principales responsables de la crisis que nos castiga a todos.
(La primera imagen es un óleo de Carlo Maratti, Clemente IX, 1669, que se encuentra en el Hermitage de San Petersburgo y la segunda, La segrada forma, de Claudio Coello, en la Sacristía de El Escorial.)