diumenge, 25 de maig del 2008

La muerte de Tirofijo.

Alguna vez tenía que ser. A Tirofijo ya lo han "matado" media docena de veces en los últimos veinte años, prueba de los ardientes deseos de las autoridades colombianas de que así sea. Pero Tirofijo, también llamado Manuel Marulanda Vélez y cuyo verdadero nombre era Pedro Antonio Marín Marín siempre "resucitaba" y para probarlo se hacía fotografiar con alguna destacada personalidad; la última vez con el entonces candidato a la presidencia de la República, Andrés Pastrana. A día de hoy parece que, en efecto, cabe dar por muerto a este valetudinario guerrillero casi octogenario. De qué, será lo que haya que averiguar ahora ya que las FARC no son un prodigio de transparencia informativa y el Gobierno colombiano tampoco.

Tirofijo, un hijo de campesinos, sin apenas educación, que desempeñó diversos oficios en su adolescencia, es una metáfora de lo que ha sucedido con la izquierda revolucionaria en el mundo en el siglo XX. Se inició en la política como seguidor del partido liberal en el momento del asesinato del prócer Jorge Eliécer Gaitán en 1948 y participó activamente en el subsiguiente Bogotazo en los posteriores años llamados de la violencia, en los cuales levantó su partida propia de campesinos liberales armados y fue en donde se ganó su apodo debido a su legendaria puntería. En 1964, junto a otros dirigentes, fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia como organización armada del Partido Comunista de Colombia, luego de una fusión llamadas FARC-EP (Ejército Popular)... hasta el día de hoy, de forma que Tirofijo no sólo fue el guerrillero más viejo del mundo sino que libró la guerra de guerrillas más prolongada de la historia y que, de hecho, a los cuarenta y cuatro años sigue.

Pero en este casi medio siglo todo ha cambiado mucho, tanto que resulta imposible creer que una organización armada definida como marxista-leninista vaya en serio. Pasó la fiebre de los movimientos guerrilleros en el Tercer Mundo (aunque quedan episodios en Sri Lanka, Birmania, Filipinas y otros lugares), pasaron los movimientos de liberación nacional (excepción hecha de ETA en España, al decir del señor Aznar), cayó el muro de Berlín, desaparecieron las llamadas democracias populares, se hundió la Unión Soviética...pero ahí siguen Cuba y las FARC en Colombia, como vestigios del pasado, convenientemente institucionalizadas.

El caso de Cuba es comprensible al tratarse de un Estado y de un Estado insular, que siempre es una garantía de defensa. Pero el de las FARC es más difícil de explicar. Aunque llegaron a disponer de una Zona de distensión de unos 40.000 km2 en varios municipios del sureste del País, su condición ha sido siempre la de una tropa de unos 15.000 efectivos permanentemente hostigada por las fuerzas armadas, los paramilitares y los narcotraficantes. Según parece las FARC se financian fundamentalmente del narcotráfico (con el impuesto llamado de gramaje), lo que les hace enfrentarse a otras bandas dedicadas al mismo negocio, y las extorsiones de los secuestros.

De esto se sigue que su duración e institucionalización se han hecho al precio de abandonar sus motivaciones ideológicas originarias y adaptarse a los tiempos cambiantes recurriendo a todo tipo de prácticas delictivas para sobrevivir. En la actualidad las FARC aparecen catalogadas como una organización terrorista por los Estados Unidos y la Unión Europea; otros países, especialmente latinoamericanos y organismos internacionales, como la Cruz Roja o Amnistía Internacional, se niegan a aceptar esta definición y prefieren hablar de un conflicto armado interno en Colombia o, incluso, una guerra civil, la más duradera del planeta.

A mi modesto entender no hay inconveniente en aceptar esta definición de "conflicto armado interno", que es obvia. Pero no para librar a las FARC del sambenito de organización terrorista, pues tal cosa son, sino para hacer extensiva esta consideración al Gobierno colombiano que en numerosas ocasiones, hoy todavía, recurre a procedimientos terroristas y a actividades criminales para combatir a su enemigo. La diferencia notable es que el Gobierno no afirma ser una organización revolucionaria de izquierda dedicada a combatir la injusticia social y a conseguir la emancipación de campesinos y trabajadores, mientras que las FARC sí.

Y nunca nadie por nada del mundo me hará creer que una organización que secuestra, tortura, viola, asesina a civiles indefensos, obliga a niños a servir bajo las armas, siembra el territorio de minas antipersonas y recurre al tráfico de drogas para financiarse tenga algo que ver con la izquierda, por mucho que su enemigo recurra a todos o parte de esos mismos procedimientos.

Que la tierra sea leve a Tirofijo.

(La imagen es un cuadro del colombiano Fernando Botero, llamada Masacre en Colombia, del año 2000 que se encuentra en el Museo Nacional de Colombia, Bogotá).