Las elecciones presidenciales de hoy en Rusia no tienen incertidumbre. Si acaso, el porcentaje de abstenciones. Por lo demás, todo el mundo sabe que saldrá Dmitri Medvédev, el protegé del señor Vladimir Putin. La Constitución excluye un tercer mandato del Presidente, razón por la cual el antiguo jefe de la GPU quiere que lo sustituya en la presidencia su hombre de confianza para que éste lo nombre luego presidente del Gobierno. De que esta magistratura tenga los poderes que el señor Putin quiere se encargará el propio señor Putin mediante reforma de la Constitución.
Después de setenta y cinco años de comunismo y de hombre nuevo de la sociedad soviética, Rusia ha aparecido en el siglo XXI como un país regido por una red de olgarquías más o menos locales y con una administración típicamente mafiosa, con las prácticas de este tipo de redes, basadas en el supuesto (y la realidad) de la corruptibilidad esencial del ser humano. En Moscú hay tanta huella del "hombre nuevo" como en Madrid o Nueva York, pero mucha mayor densidad de criminales por metro cuadrado. Setenta y cinco años de comunismo han dado como resultado una de las sociedades modernas más inhumanas, duras e insolidarias que hay sobre el planeta.
En los ocho años de mandato de Putin, en que se han hecho fortunas fabulosas con los procedimientos ad usum, han muerto asesinados doscientos periodistas, uno de los últimos la periodista Anna Politkóvskaya, dicen las malas lenguas que por indicación directa del Kremlin. Será verdad o no. Hoy nada es seguro en Rusia, como casi siempre por lo demás. El destino de los adversarios o antiguos aliados de Putin no puede ser más descorazonador: Boris Beresovski, que lo ayudó en Leningrado, está exiliado en Inglaterra huyendo de un proceso penal en Rusia por fraude a hacienda. Roman Abramovich, otro de primera hora, tuvo que vender sus empresas para evitar el proceso; el millonario Michail Chodorkovski, que pretendió luchar contra la corrupción, cumple en Siberia nueve años de condena por evasión de impuestos. Y ese es el poder que, al menos, emplea el aparato judicial para cometer sus fechorías. Las mafias de la sociedad civil lo hacen mediante la saneada industria del crimen organizado.
Al lado de Medveded, los otros candidatos, Ziuganov, Shirinovski o Bogdanov, son meras comparsas sin esperanza alguna. Medveded saldrá por una mayoría aplastante cercana al setenta por cien, como su maestro, sin un solo debate en la tele y sin necesidad de hacer campaña. Ya se encargan de eso los medios audivisuales de titularidad pública. Y hasta cierto punto es explicable: Rusia lleva ocho años de creciente prosperidad a causa del aumento del precio del petroleo, con crecimientos del siete por cien y niveles de consumo como los rusos no había visto jamás. El paro desciende y la población vive aceptablemente, muchas veces con estrecheces por la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, pero dentro de lo admisible. Putin respalda públicamente a Medveded y su índice de popularidad oscila entre el setenta y el ochenta por cien. Lo previsible es que eso se transforme en votos.
El nuevo mandatario tendrá que lidiar con condiciones peores, pues se nota el impacto de la desaceleración mundial, con una inflación del doce por ciento y una deuda pública creciente. La cuestión es si podrá aplicar su política (incluso si la tiene) frente a la del señor Vladimir Putin e incluso si esto tiene el menor interés en una "democracia" en la que el poder organizado como una mafia atiende a las necesidades de las mafias que apoyan al poder, la gente sabe a quién conviene votar si quiere que sus asuntos prosperen, y lo demás no cuenta.
(La imagen es una foto de Mental Art bajo una licencia de Creative Commons).