El albero amaneció ayer húmedo, húmedo de lágrimas de las muchas que se derramaron, unas más sinceras que otras, por el cruel destino que sufrió el morlaco, descabellado antes de la primera suerte a la vista y goce de la afición madrileña -siempre curiosa de ver sangre- y el susto de la hispana que toma buena nota de cómo se las gastan en la capital. El pobre señor Ruiz-Gallardón, alanceado por su Jefe, vituperado por la COPE, derrotado por la Valkiria de la Comunidad, consolado por el portavoz -portadolencia en este caso- señor Cabanillas, vio desvanecerse sus más caros sueños de alcanzar la presidencia del Gobierno dirigiendo un partido como el PP, dirigido a su vez por neofranquistas y nacionalcatólicos en la coyunda de la España eterna.
Y ya le echó sentimentalismo todo el mundo al asunto. El interesado se pilló una rabieta, se desdijo en horas, salió haciendo pucheros, confesando su amarga derrota y exhibiendo su sufrimiento de res agónica, mientras la dama del alba se regodeaba en silencio en su triunfo, yendo a un acto público al que el moribundo señor Ruiz-Gallardón no tuvo fuerzas para asistir.
¿Quién decía que la política se había burocratizado, tecnificado, convertido en una rutina? También tiene momentos para las eternas pasiones de la naturaleza humana: la ambición, la venganza, el rencor, la lealtad, la entrega... Donde menos se espera hay un Macbeth o una lady Macbeth.
Más con los pies en la tierra, el señor Ruiz-Gallardón despierta muchas simpatías y condolencias y es mucha la gente que votaría por él pero él no puede pedir el voto para él como presidente de un partido como el PP porque ni el partido lo admite -ya se ve- ni los electores le seguirían tan lejos.
Y todo es un problema del defecto más acusado del señor alcalde de Madrid: su miedo. Le faltan redaños para llegar al destino que ha estado trabajando toda su vida, desde que empezó como oposición al alcalde Tierno Galván y que consiste en separarse del PP y levantar la bandera del partido cuya necesidad ve mucha gente, el del centro-derecha. Por supuesto, de verdad, no al estilo Aznar, cuyo carácter autoritario se agudiza con el paso del tiempo y cuya influencia en el descabello del alcalde es patente.
La función lacrimógena estuvo bien pero, en mi opinión, fueron los sociatas quienes rizaron el rizo. La dirigencia dio la noticia de que ni un comentario; esto es, la militancia puede frotarse las manos, pero en silencio. Sin embargo, la consigna no afectaba, al parecer, al señor Tomás Gómez, Secretario de los socialistas madrileños quien arremetió contra el señor Ruiz Gallardón diciéndole que dimita ya pues los madrileños le importan una higa y lo que quiere es ser diputado y presidente del Gobierno. Así, en abstracto, la razón asiste al señor Gómez; pero se le notan demasiado las ganas de quitarse de delante a un enemigo temible en las urnas, alguien ante quien puede perder su reputación de alcalde más votado.