Mi buen amigo Antonio Gutiérrez Resa acaba de publicar un libro muy curioso con el título y subtítulo que se ven a la izquierda (por si no se viera: Ontología del mercadillo. Sociología de la vida diaria) en Ediciones Académicas, Madrid, 2007. La portada, según parece, reproduce el mercadillo de Via Verdi junto al Duomo de Trento. El libro es una especie de apología de esta popular institución, entendiendo por tal lo que se ve en la imagen o cosas parecidas: tenderetes con toldos o estructuras más sólidas pero siempre provisionales en los que se vende de todo: textil, cerámicas, calzado, menaje, viandas, alimentos sin cocinar, crudités, ferretería, etc. Y no es una apología vulgar, de esas que se expresan en ditirambos, sino una apología formulada en tres territorios distintos, uno filosófico, otro sociológico y un tercero literario.
En el aspecto filosófico ya se ve que el mercadillo es considerado como una realidad suprema puesto que tiene una ontología en cuanto que una doctrina del ser. Es en el mercadillo en donde se produce la autotrascendencia del hombre, que es el concepto vertebral de la obra de Gutiérrez Resa, aquel por el que el hombre se realiza plenamente en la forma, por lo demás inmanente, del "ser ahí" heideggeriano. Pero esa "autotrascendencia" no es un existencialismo ya que en otra parte de la obra el autor establece que hay diferencias entre la autotrascendencia y la trascendencia inmanente.
Este proyecto filosófico se hace en tiempos de indiscutible postmodernidad, de desaparición de los metarrelatos. Gutiérrez Resa presenta aquí una cumplida reelaboración de algunos de los filósofos y ensayistas más notables de los últimos tiempos, como Zizek, Rorty, Steiner o Zygmunt Bauman. El mercadillo es el locus por excelencia de la postmodernidad, en donde se articulan relatos fragmentarios, interconectados de formas caprichosas, donde reina una pluralidad de verdades pues ninguna puede imponerse; sería hasta cómico que intentase hacerlo.
Eso en los términos filosóficos. En los sociológicos (la obra se titula "Sociología de la vida diaria"), el estudio de Gutiérrez Resa parte de dos puntos claves: de un lado, la sociología de la vida cotidiana que acometiera Henri Lefebvre y se extendiera por todo el estructuralismo; del otro, el espejo, la construcción social de la realidad, la etnometodología y la madre fenomenología. El mercadillo es un lugar de comunicación extraordinario, en donde tiene lugar el interaccionismo simbólico. No es una "institución cerrada", de las que estudia Ervin Goffman, pero el comportamiento en él está ritualizado. Se me antoja que hay aquí una contradicción que el autor sabrá como resolver: cómo pueda ser lugar de autotrascendencia uno en que el comportamiento esté ritualizado.
Estos dos puntos de vista -filosófico y sociológico- animan al autor a una visión tan optimista del mercadillo que acaba considerándolo como superior a cualesquiera otras formas sociales en el sentido de Georg Simmel. Y desde luego de tal superioridad está el autor convencido, al menos frente a internet (p. 53) y frente a las grandes superficies, lugares desangelados donde no se habla (p. 101) y en los que no llueve ni hace sol y todo es artificial. (p. 142)
No voy discutir la idea de la superioridad del mercadillo sobre las grandes superficies porque no me parece discutible ya que se trata de realidades inconmensurables, por no hablar de internet, que pertenece a otro planeta: me limitaré a suponer que habrá quien sostenga lo contrario, que el núcleo humano de la sociedad es la gran superficie y no el pequeño comercio que no lleva a ningún sitio. En el fondo, me atrevo a pensar que esta historia es como una réplica de la de Todo lo sólido se desvanece en el aire.
Por último, el autor considera los mercadillos desde un punto de vista de crítica literaria. Creo recordar que era Lionel Trilling quien decía que en todo sociólogo hay siempre un novelista más o menos frustrado. Gutiérrez Resa se acercaría al supuesto, no por novelizar él mismo sino por sus profundos conocimientos de literatura, especialmente sobre la novelística española contemporánea, esto es, la Generación X, Ray Loriga, Espido Freire, Lucía Etxebarría y que se me perdone si me olvido de alguien. No puedo seguirle aquí porque mi conocimiento de estos autores es muy somero. Pero puedo seguirle en su visión acerca de la novela como claro reflejo de la realidad social (p. 105) y más en su referencia a la concepción marxista de la sociología de la novela, al estilo Lucien Goldman. Y es aquí (p. 121), en la novelística de la Generación X, el de las Historias de Kronen y sobre todo las novelas de Paul Auster donde se hace patente el sentido de nuestra época, según dictamen de L. Goldman, aprobatoriamente citado por Gutiérrez Resa: En nuestra opinión, la forma novelesca es, en efecto, la trasposición al plano literario de la vida cotidiana en la sociedad individualista nacida de la producción para el mercado. Eso de la "producción para el mercado" no podía fallar.
Ya bastante avanzado el relato sobre los relatos del mercadillo, ese lugar en el que el autor se siente tan a gusto y al que siempre vuelve, se cede la palabra brevemente a varios protagonistas en una especie de resúmenes de historias de vida, lo que supone una adición más de interés al libro, aportándole más verosimilitud dado que estos relatos de protagonistas se nos ofrecen como muestra de una realidad infinitamente más viva, variada y compleja: se trata de una refugiada-inmigrante, un inmigrante económico-político, dos jubilados, una mujer trabajadora y una joven universitaria. Historias de vidas cotidianas de gentes insignificantes, de relatos de familias, de penurias, alegrías, altibajos de la existencia. Claro, si alguien puede traducir la realidad porque la replica es la literatura.
La obra de Gutiérrez Resa es un gran trabajo de apología de ese ente en que se desarrolla y florece el ser humano. Y este juicio tiene tanto más valor cuanto proviene de quien piensa lo contrario, esto es, que es la mar océana sin límites ni fronteras, internet, el ciberespacio infinito y anónimo los lugares en que yo me siento mejor y puedo dar lo mejor de mí, donde los encuentros son fortuitos, azarosos y no quieren decir gran cosa desde el punto de vista del establecimiento de relación alguna. Donde no hay convenciones, las normas son mínimas, está todo por inventar, la imaginación navega por su cuenta y los diálogos son absolutamente libres, basados en la buena fe de la gente, frecuentemente defraudada.