Ocurrióseme ayer comentar una noticia sobre la intervención de Felipe González en un mitin preelectoral en Barcelona señalando el enorme tirón que tiene, el entusiasmo que genera en la gente y el prestigio de que goza tanto en el extranjero como aquí, a pesar de haber sido uno de los dirigentes más vilipendiados, calumniados e injuriados por determinados sectores políticos de la derecha y de la "izquierda".
A mediodía ya tenía un comentario anónimo insultando al autor del blog, a los lectores y a terceras personas que nada tienen que ver con esto. No perderé mucho tiempo repitiendo lo que todo el mundo sabe acerca de la calaña moral de quienes insultan amparados en el anonimato o los nicks, que es la plaga de la red. Como aquí hay tolerancia cero hacia los insultos, activé el mecanismo de moderación de comentarios. Únicamente seguiré preguntándome por qué vienen a este blog gentes a las que molesta lo que en él se dice. Yo no voy a leer el blog del señor Moa o los de los "izquierdistas antifelipistas".
Porque ese es el quid de esta cuestión: la animadversión, el odio que en ciertos sectores de la izquierda (singularmente los anguitistas, pero no sólo ellos) despierta siempre la figura del señor González y que no es solamente la tradicional inquina de los comunistas hacia los socialistas que, a veces, los lleva a oponerse a estos con más intensidad que a la derecha. Es mucho más. Como bien se sabe, siempre, en todo tiempo y lugar, hay gente miserable, fracasada, recomida por la envidia, que trata de difamar a los que sobresalen, a los triunfadores en cualquier andadura de la vida. Esos tipos parecen multiplicarse en el caso del señor González, hacia quien dirigen un rencor profundo y difícil de explicar.
En todo caso, ahí está Felipe, con una ejecutoria de casi catorce años de gobierno de España que fueron decisivos para la modernización del país y la consolidación de la democracia y el Estado del bienestar, algo que no consiguieron ni consiguen empañar sus detractores, pretendiendo reducir sus mandatos a la corrupción o los GAL. Esos detractores que no han hecho nada por su país, salvo hablar mal del único gobierno de izquierda en tiempo de paz que aquel tuvo en su historia, además del que hay ahora. Es más, no sólo está la ejecutoria de Felipe como presidente del Gobierno; también está su comportamiento como ex-presidente, algo cuya ejemplaridad entenderá todo aquel que sin rencor lo compare con el del señor Aznar.
Ya conté cómo allá por el año 1988, de regreso de un viaje a China, el señor González vino repitiendo una máxima que parecía haberle impresionado, según la cual, lo de menos es el color del gato y lo importante es que cace ratones. Eso me pareció por entonces -y sigue pareciéndome- una inmoralidad. Que lo diga un chino comunista/capitalista no me extrana; que lo diga un demócrata europeo, un socialista como Felipe González sólo puede deberse a un desvarío. La indiferencia frente al color de los gatos es el primer paso hacia prácticas detestables como los GAL o los GANE y, en consecuencia, escribí entonces (verano de 1988), un artículo que se publicó en El Independiente pidiendo que se investigara judicialmente hasta el final el asunto de los GAL. El artículo se llamaba GAL, GANE, Gatos. Es decir, advertí entonces sobre el peligro de los gatos; olvidé hacerlo sobre el de las ratas.
(La foto de la imagen es de EFE).