El atorrante señor Chávez no ha dejado de hacer lo que mejor sabe: dar la brasa desde el día en que el Rey lo mandó callar porque no había quien lo aguantara. Ahora dice que no oyó ni vio al Borbón imponiéndole silencio, que si lo llega a ver u oír, iba él a decirle esto y lo otro y lo de más allá. Pues debe de haber sido el único habitante del planeta que no vio ni oyó nada. Claro que lo hizo pero, como buen matón, se achanta con quien le planta cara para ir luego por ahí galleando entre los incondicionales.
El merecido corte que le dieron y que tanto le escuece le ha servido como excusa para recitar la melopea habitual de los quinientos años, el expolio, el genocidio y la inhumana crueldad de la colonia. Una desmesura muy propia de este tipo de pintorescos políticos populistas. Porque es posible que la conquista y colonización españolas fueran lo que dice él, pero no cabe olvidar que se llama Chávez, casi como el presidente de la Junta de Andalucía y, en consecuencia, es descendiente de los conquistadores y/o colonos. Con mayor o menor mestizaje, pero descendiente de los que conquistaron, esquilmaron, degollaron y asesinaron. Una muestra más de ese absurdo intento de la izquierda latinoamericana de enarbolar la bandera indigenista, identificándose genéticamente con los aborígenes y tratando de hacer olvidar que ella misma es de ascendencia española.
Quienes así hablan son los que heredaron las colonias y las administraron durante doscientos años de independencia sin que la condición de los indígenes de verdad (no la suya, que suele ser próspera) haya mejorado en absoluto.Todo el cuento chino de "nosotros somos descendientes de Caupolicán" es una patraña destinada a seguir engañando a la indiada. Se argumenta que el hermanamiento con los masacrados autóctonos, la pretendida afinidad, son electivos, metafóricos, ideológicos y que no se trata de una descendencia de estirpe. Pero eso mismo pueden decir (y muchos lo hacen) los españoles residentes en España a quienes el señor Chávez pretende culpabilizar de la degollina. También suele argumentarse que no se está culpabilizando a "los españoles" como agregado de individuos, sino a ese ente abstracto al que se llama España. De eso sé decirle al señor Chávez que casi la mitad de los españoles no pronuncia el nombre y a la otra mitad no se le cae de la boca, como al mismo señor Chávez. Pero mencionada o no mencionada, como sujeto moral, España no es responsable ni culpable de nada. Y en todo caso doscientos años de autogobierno son tiempo más que suficiente para que los criollos dejen de echar las culpas de su indescriptible incompetencia a los demás, ya sean los conquistadores españoles, los gringos imperialistas o las fuerzas del hado. La pena que tiene Arauco, la "injusticia de siglos" que cantaba Violeta Parra, prosigue hoy su andadura, de la mano de estos oportunistas que se visten las plumas del indigenismo para ocultar la secular alternancia en que se debate la región entre la corrupción y la demagogia.
Dice igualmente el señor Chávez que él no hizo nada y que espera una excusa. Que espere sentado. ¿Cómo que no hizo nada? No dejaba hablar a quien estaba en el uso de la palabra y trataba de imponerse sobre el conjunto de la audiencia para no permitir a nadie escuchar al señor Rodríguez Zapatero. Es el estilo de un gobernante que tiene un programa diario en la tele, llamado Aló Presidente por el que se despacha a su gusto todos los días y sin dejar hablar más que a quien él quiere; un telepredicador, vamos. Un telepredicador que puede permitirse cerrar el canal de la competencia para así aumentar su audiencia.
Una de las consecuencias más desagradables de esa farfolla chavista (y hay bastantes) es que, al atacar con tanta grosería al Rey, tras haber dado pruebas de su falta de educación en la cumbre, está consiguiendo que la figura de aquel se consolide, se afiance en España y tenga cada vez más adictos, que haya cada vez más monárquicos. El asunto no es una cuestión de legitimidad o no, como pretende el señor Chávez y quienes con él simpatizan en España, sino de meras buenas maneras; eso lo ve la gente que, ante los reiterados excesos verbales del mandatario venezolano, está cerrando filas en torno al Rey, lo que pone las cosas difíciles para los republicanos, que estamos esperando la ocasión propicia para deshacernos de él mediante un referéndum.
En su bronca con la corona, a Chávez se le han sumado los señores Lula (Brasil) y Castro (Cuba). Su sueño sería que se provocase un problema regional latinoamericano con España. Así se consuelan de ese inmenso complejo de inferioridad del que, como dice Kant de la inmadurez, sólo ellos son responsables.