divendres, 5 d’octubre del 2007

Todos a la cárcel.

Audacia y contundencia ha mostrado el juez Garzón al detener a la mesa nacional de Batasuna varios de cuyos miembros seguramente acabarán haciendo compañía a los señores Otegi y Olano, que llevan ya un tiempo entre rejas. Sin duda habrá quien se eche las manos a la cabeza, vaticinando que, con esta nueva medida represiva, arderá Troya o el País Vasco. Me parece que no. Habrá algunos altercados callejeros, cajeros automáticos achicharrados y algún contenedor de basura en mitad de la calzada. Pero del tantas veces anunciado plante de masas importantes de nacionalistas y simpatizantes, las grandes manifestaciones que paralizarían el país, nada de nada. Aquí no va a pasar nada, como no pasó cuando se ilegalizó a Batasuna, ni cuando se encarceló a Otegi ni pasará nada cuando el Gobierno suspenda la autonomía del País Vasco si el señor Ibarretxe lleva adelante su pretendida consulta. Las razones de esta falta de pulso resistente, de esta apatía de los sectores nacionalistas y, desde luego, de la creciente simpatía con que se ven estas medidas en la opinión pública española vienen de antiguo y conviene recordarlas.

El independentismo, nacionalismo, abertzalismo o movimiento vasco de liberación, como quiera llamarse esa proteica orientación de una parte de los vascos ha acabado agotando la paciencia y el caudal de simpatía de que pudo haber gozado entre la izquierda española. Y lo ha hecho por su incapacidad (o voluntaria y poco inteligente negativa) de entender los cambios habidos en España desde el fin del franquismo, por la injustificada continuidad de la actividad armada de ETA durante la democracia, por el apoyo y el amparo que la miriada de organizaciones políticas ha venido prestando a las actividades terroristas de esa organización y por el desprecio con que siempre han tratado a todo lo procedente de España, incluida la solidaridad de su izquierda, partidaria del acuerdo, la negociación y el derecho de autodeterminación.

Cuando la cuerda se tensa por la obstinación e inflexibilidad de una de las partes, se acaba rompiendo y las consecuencias pueden verse con claridad: nunca ha estado el nacionalismo vasco en todos sus matices más lejos de sus objetivos que hoy.

La impunidad con que manifestaron su apoyo al uso de la violencia contra gentes indefensas en los años pasados en que ETA (que ya no es ni reflejo de lo que fue) sembraba de muerte y sufrimiento la geografía española y la vasca; la calculada ambigüedad del nacionalismo burgués, beneficiario directo de la situación sin salida a que abocaba la praxis terrorista al País Vasco; los dos fracasos de las primeras negociaciones, en 1989 y 1998, que frustraron muchas esperanzas; la amarga experiencia de los crímenes policiales de los GAL, auténtica canallada que todavía envenenó más los ánimos y debilitó mucho al Estado de derecho y su política de seguridad; todo ello acumulado extendió la convicción social de que el independentismo, el asesino y el "político", cómplice de aquél, no era vencible por la vía policial y judicial sino que, al contrario, cualquier medida de este tipo que se tomara, provocaría una reacción social en el País Vasco que empeoraría las cosas.

Esos prejuicios y falsedades empezaron a romperse con el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo y la subsiguiente Ley de Partidos con que los partidos españoles respondieron al pacto nacionalista excluyente de Lizarra que, a su vez, fue un intento de relegitimar la acción independentista después del inhumano asesinato de Miguel Ángel Blanco, perfectamente equiparable a las ejecuciones de judíos por los nazis. Coincidentemente con estos hechos, parte de la izquierda española empezó a distanciarse de la vasca no interesada en nada que no fuera la imposición completa de sus puntos de vista, enunciados por los de las pistolas y apoyados en ellas.

Llegó luego la ilegalización de Batasuna y el llamado "entorno" de ETA que, desde luego, resulta muy objetable desde el punto de vista de la práctica procesal democrática, pero que tampoco suscitó movimiento alguno de protesta o resistencia digno de consideración. Vino después el breve lapso de la tercera y última negociación, propiciada por la llamada "propuesta de Anoeta" que, como pudo verse después, no era más que humo, dado que, ironías de la vida, Batasuna carece de autonomía frente a los pistoleros. Y, por último ETA rompió unilateralmente la tregua (primero por la vía de hecho, a lo gangsteril y luego mediante declaración formal) al comprobar que no arrastraría al Gobierno a concesión alguna en contra de la vigente Constitución.

Normal. La dicha Constitución permite y ampara las reivindicaciones independentistas pacíficas sin límite alguno, como puede verse en el caso de ERC, ¿qué sentido tenía tratar de arrancar un compromiso inconstitucional al Ejecutivo sino el de conseguir por la vía del chantaje lo que no consiguen mediante la libre expresión de sus programas? Una vez comprobado que ETA llama negociación a la imposición de sus puntos de vista y que Batasuna llama "acción política" a seguir sin respetar el derecho a la libertad de expresión y a la vida de quienes no piensen como ella, la represión ha ido a más, cuenta con la eficacísima ayuda del Estado francés (que es elemento determinante en la derrota de ETA) y poca gente la cuestiona ya en España. Paradójicamente la única esperanza de los independentistas es que el partido de la derecha española, en su ofuscación, obstaculice la acción del Gobierno socialista en la lucha contra el terrorismo.

Y ahora, todos a la cárcel, que mucha gente en este país, incluido el vasco, está ya harta de la impunidad con que los aliados "políticos" de los terroristas trataban de seguir imponiendo sus criterios a base de blandir pistolas por persona interpuesta. Tenía que quedar claro de una vez que la disposición del Estado de derecho a negociar y de la izquierda partidaria de la autodetermiación no son pruebas de acobardamiento o debilidad. Los pistoleros y quienes los apoyan suelen creer erróneamente que la fidelidad a los principios que otros puedan tener es una forma de ocultar su amilanamiento. Nada más falso.

Ahora, con la mesa nacional de Batasuna detenida es de suponer que el Estado se tomará en serio las tareas subsiguientes: el cumplimiento de la ley allí donde ésta sea quebrantada, tanto en las acciones de la ANV, como en el asunto de las banderas o en el de esa consulta con la que Ibarretxe cree que puede salvar algo del naufragio independentista. Porque si la cerrazón, el desprecio y la actitud de trágala permanente de los señores de Batasuna son difíciles de soportar, no lo es menos la taimada hipocresía del soberanismo burgués a lo Ibarretxe que iba a convocar una consulta "en ausencia de violencia y con consenso" y, al final la anuncia con los pistoleros tratando de asesinar todo lo que pueden (que ya es muy poco), los gamberros de la kale borroka intentando amedrentar a todo Dios y sin consenso alguno. ¿Cómo va a extrañar que algunos pensemos que la propuesta de Ibarretxe es un intento desesperado de rentabilizar los restos del terrorismo etarra antes de que se lo trague el basurero de la historia?

El juez hará muy bien mandando a la cárcel a aquellos miembros de Batasuna que lo merezcan, a ver si les entra en la cabeza que la ley hay que cumplirla y que no hacerlo tiene las condignas consecuencias en un país en donde defender pacíficamente las ideas que ellos defienden es posible. Y el Gobierno también hará bien suspendiendo la autonomía del País Vasco, como recomienda el señor Guerra, en aplicación del art. 155,1 de la Constitución, si el Lehendakari se obstina en poner fuera de la ley tanto a él mismo como a la institución que representa.

(Las imágenes son tres láminas con grabados de Giovanni Battista Piranesi, pertenecientes a su obra Carceri de invenzione, a mediados del XVIII).

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