Mi amigo Manuel Trillo, acaba de publicar un libro. Eso no sería especialmente extraño en un tiempo en que hasta los analfabetos lo hacen o los plagian. Empieza a serlo cuando se sabe que es un libro de poesía. ¡Ay, la poesía, el alma/arma de la revolución! Más extraño aun, pues lleva ilustraciones de Kalvellido, ese artista que parece que pinta con dinamita. Y linda ya en lo asombroso cuando se recuerda que el bueno de Manuel, además de poeta, ha sido, es y/o será albañil, herrero, cuidador de enfermos, tasador de girasoles, modelo en Bellas Artes, chamarilero, investigador, conserje y profesor. Y si alguien no me cree, que eche una ojeada a la contrasolapa del libro que reproduzco más arriba.
No lo conocía yo por estas tantas andaduras de la vida, que tiene más que Herman Melville, sino porque coincidimos una temporada en las páginas de InSurGente, batallando ambos contra los mismos pellejos rellenos de vino ideológico fermentado, en donde él aún continúa y en donde podrá el lector disfrutar de su también galana prosa. Precisamente hoy escribe un artículo poniendo a bajar de un burro jurídico al juez Garzón bajo el sugestivo título de No seas pendejo, che. Supongo que el dicho juez estará a estas alturas curado de tales espantos y tantos y tantos (que mira que le arrean al juez "estrella" tous azimuts) pero esta es la faceta en la que llegué a conocer y apreciar a Trillo, hombre bueno, aunque duro de roer. Es por su faceta de "comunista libertario". Supongo que coincido con él en lo que tenga de libertario; nada en absoluto en lo de comunista. Pero, en fin, eso mismo le pasa a él conmigo. Porque las gentes somos múltiples y contradictorias. Sería estúpido coincidir siempre y en todo con alguien; eso no lo hacen ni los enamorados, aunque su particular desvarío los induzca a creerlo. No siendo el amor, sólo el odio permite coincidencias exactas entre dos individuos. Pero uno de ellos tiene que estar muerto y matado por el otro.
Perro Pulgas es un poemario bravío, dulce, sentimental, reflexivo, metafísico, burlón, tierno, erótico, crítico, extemporáneo y muy contemporáneo, experimental, clásico, irreverente, mordaz, angustioso, pesimista, chispeante... y dejo de acumular adjetivos porque me salgo del post. Pero si persiste la duda en el lector (que ya se sabe que es más difícil sacarse el método que la piel) que lea despacio los versos de la derecha. Espero que quede claro. La vida es el heraldo de la muerte, comienza Trillo con tonalidad unamuniana para saltar luego a una polca de calaveras al estilo de José Posada y terminar luego en un retorno al estilo de Dürrenmatt.
Como claro quedará que es un acierto la pretensión sinestésica del editor al machihembrar los versos de Trillo, que parecen virutas de boj sacadas con la gubia del espíritu, con las ilustraciones de Kalvellido que te pone delante de las narices -en todos los sentidos del término- la conclusión plástica del cante trillano.
No me digan que no hay una relación de mutua prevalencia entre el texto y la imagen de la izquierda, hasta no saber qué resulta más sintético a la par que sorprendente y hasta inconcebible.
La poesía no vale nada -ningún escrito, en realidad- si no la dicta la sinceridad, si no sale de lo más profundo (eso del venero, que tanto gusta a los poetas) del autor, si no le cuesta lo indecible, si no se le independiza y se le enfrenta y nos lo muestra como es. Eso lo consigue Manuel, sin embargo, como quien no quiere la cosa, filosofando en verso libre, riéndose de sus filosofías, de sí mismo y levantando, cómo no, amarga constancia de la futilidad de nuestro paso por la tierra.
Aquí lo dejo por si alguien quiere evaluar lo que digo que está dictado por la amistad, claro es; pero la amistad sólo puede provenir de una afinidad electiva.