diumenge, 19 d’agost del 2007

El pasado en el presente.

Me había resistido a comentar la entrevista con el señor Fraga que publicó en El País hace unos días Maria Antonia Iglesias. Ya habría en la prensa. Efectivamente, ha habido hasta cartas de los lectores de los muy respetados Emilio Lledó y José Vidal Beneyto, ambos escandalizados de las especies que larga este correoso dirigente de la derecha, que ya ha superado en edad al Caudillo, su modelo originario. Y también he leído algunos artículos, como el de Emilio Sales en kaosenlared y el de Elisa Serna en elplural.com; por cierto que, en este último aparece un "Federico Martín Villa", ministro de la Gobernación en tiempos del asesinato de Grimau del que no tengo conocimiento. Debe de tratarse de un error. El ministro de la Gobernación por entonces era el general Camilo Alonso Vega, quien se mantuvo en el cargo hasta 1969, que ya tiene delito poner a un militar al frente del ministerio de Orden Público, para entendernos. Y eso a los treinta años del fin de la guerra civil, por si alguien ignora qué sea una dictadura militar.

Irrita, es verdad, leer esas expresiones tajantes, unilaterales, descalificatorias y mendaces. E irrita tanto más cuanto quien las profiere tiene un pasado de leal, eficaz y sumiso servicio a la Dictadura en uno de sus momentos apoteósicos, los llamados "25 años de paz" en 1964. A él le correspondió glorificarla en 1964 y garantizar su sucesión con la Ley Orgánica del Estado de 1967, que se "aprobó" en un referéndum que él apañó. Y lo hizo, según dicen, de maravilla. Claro que eso es imposible de saber ya que nadie entonces podía hacer la más mínima crítica a nada que viniera del Gobierno porque acababa en la cárcel.

Irrita especialmente su continua agresividad verbal. Sólo habla bien del adversario que se ha ido y jamás del que ejerce y sólo tiene loas para los suyos pronunciadas como si fueran verdades apodícticas. Efectivamente, leer o escuchar a este hombre produce irritación por su tono perentorio y autoritario. Como todos los de los servidores de la Dictadura. Porque ese era el lenguaje de la Dictadura. Esto de la democracia, las libertades, el voto, los ciudadanos, el pueblo, etc ha venido después. Ha sido un reciclaje. Un reciclaje que muchos le agradecen, como si hubiera sido producto de su generosidad y no algo que le vino impuesto si quería sobrevivir en política. Quiero decir que esa manía de agradecer al señor Fraga que civilizara a la derecha es indigna porque ¿es que se puede admitir una derecha "no civilizada"?

Aparte del tono impaciente y despreciativo, muy propio de la personalidad autoritaria, encuentro más irritante la insistencia del señor Fraga en dos cuestiones que invoca con falsedad. La primera es la responsabilidad por una supuesta ruptura de los acuerdos de la transición. Es un ejemplo de manual de la táctica de la derecha llamada "del espejo", consistente en acusar a los demás de lo que ella hace pero niega estar haciendo. Es la derecha la que ha roto la regla de consenso de la democracia española referente a la lucha contra el terrorismo y consistente en no utilizarlo como un arma política. Eso que dice el señor Fraga sobre sobre la culpabilidad de quienes negocien con ETA en los crímenes de ETA es una auténtica barbaridad.

Lo demás sobre los "acuerdos de la transición" son músicas celestiales. A la derecha la transición le importa un comino. La prueba más evidente es que lleva dos años acusando a los socialistas querer imponer una "segunda transición" que es justamente el título de un libro de don José María Aznar publicado por Espasa en 1994, cuando se preparaba para ganar las elecciones de 1996. Es decir, o el señor Aznar no cumplió su promesa de una "segunda transición" o ésta que están preparando los taimados sociatas será la "tercera transición". O sea, de risa.

Pero hay más. La segunda cuestión que aborda el señor Fraga como martillo pilón es la de la "memoria histórica" que le parece, claro, detestable y seguramente delictiva. Eso de que vaya la gente por ahí desenterrando a sus muertos no le gusta nada. Y entonces desliza la mendacidad, al asegurar que ya hubo una amnistía y que amnistía quiere decir olvido. Pues sí, pero con dos precisiones:

Primera: la amnistía la arrancó la gente en la calle, o sea la izquierda (que era la que salía a la calle en masa en los años de la transición) al grito de Libertad, amnistía y estatuto de autonomía, primero en 1976 y luego, más amplia, en 1977. Siempre se entendió que era una amnistía para los presos y perseguidos políticos del franquismo. Pero la ley de amnistía del 15 de octubre de 1977 también libraba de toda persecución posible a las autoridades franquistas. Eso es verdad. Podríamos discutir si esa ley aguantaría hoy un recurso de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, pero no hay duda de que, de momento, dice lo que dice: los posibles delitos cometidos por los servidores de la Dictadura no son perseguibles. Y es verdad que la ley es de amnistía y que amnistía quiere decir olvido.

Pero el señor Fraga tiene que saber que quiere decir "olvido" en sentido jurídico, pero no en sentido filosófico. No se puede olvidar por decreto. Es más, olvidar no es algo que esté al alcance de la libre voluntad de los seres humanos. Lo que los seres humanos pueden hacer es perdonar pero no olvidar o no olvidar. El "olvido" jurídico es un compromiso de inacción, en definitiva, una especie de perdón; el "olvido" filosófico es incomprensible precisamente porque la filosofía es la lucha contra el olvido, la lucha por hacer fuertes y diáfanas las reminiscencias de las ideas platónicas. Así que el recuerdo, la memoria estarán siempre funcionando donde haya seres humanos. Porque el vivir de los seres humanos consiste, entre otras cosas, es reacomodarse con su pasado y hacerlo según las pautas morales del presente.

Así que esa hostilidad del derecha y del señor Fraga a la ley de la memoria histórica, que bien pacata es, no es una defensa por su temor a sufrir ataques o el cuestionamiento de su responsabilidad en las canalladas de la Dictadura; no, esa hostilidad es, en realidad, un ataque en toda la línea. El señor Fraga no concibe otra política que la del ataque.

Enviar este post a Menéame