Mi buen amigo José María Laso, viajero impenitente, ha escrito un libro en el que narra sus correrías por el mundo, y ha tenido la gentileza de enviarme el grueso manuscrito for comments antes de su publicación. Una vez en la calle el libro se llamará Viajes exóticos y culturas diversas.
Hay un punto de ironía en la publicación de esta obra dado que, a causa de una misteriosa afección neurológica que contrajo en un viaje a Bagdad hace unos años, el autor ha perdido gran parte de la movilidad de las extremidades inferiores y apenas puede desplazarse, con lo que parece evidente que, al escribir el libro, ha decidido seguir viajando con la imaginación y el recuerdo.
La obra es muy curiosa, pues recoge viajes a lugares muy apartados del planeta, casi siempre organizados por agencias, de esas que hacen ofertas de itinerarios. Es decir, este libro no narra desplazamientos en los que lo inesperado y la aventura sean un ingrediente del relato. Y, sin embargo, algunos de los viajes que refiere Laso fueron muy accidentados. No tanto como los de Marco Polo, pero no será por escasez de vehículos. No sé si me faltará alguno, pero tengo registrados los siguientes en los desplazamientos del autor: aviones, buques, trenes, coches, autocares, lanchas, rickshaws, caballos, camellos y elefantes. No está mal.
Entre los viajes que narra tienen especial interés el del transiberiano (con el que da cumplimiento a un romántico sueño de juventud) y el de la gran ruta y la ruta de la seda. Sin perder de vista otras andanzas por la India, Jordania, Siria, Egipto y varios países iberoamericanos, como México, Brasil, la Argentina, el Paraguay y Chile y algunos europeos o semieuropeos cuales Italia, Grecia o Turquía.
El viaje del transiberiano (arriba en bonita foto), así como otros periplos del autor por las tierras de lo que entonces era la Unión Soviética son muy entretenidos. Las simpatías de Laso están con el sistema político comunista, del que presenta un cuadro muy favorable en cuanto a sus logros que recuerda los escritos de propaganda que en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo fabricaba con verdadero entusiasmo la extinta editorial en lenguas extranjeras de la extinta URSS. Sorprende que un hombre de tan acendradas convicciones democráticas no se preguntara por la suerte de la oposición en sus visitas a Moscú, Tallin, Samarcanda u otras ciudades comunistas, ni inquiriera por la articulación de opciones políticas distintas a la comunista. En la foto, una vista nocturna del Kremlin, durante largos años Meca, centro mítico del comunismo mundial..
Como yo también he estado en algunos, no todos, de los lugares que Laso retrata, doy fe de que su relato -frecuentemente sembrado de disquisiciones eruditas históricas, demográficas, ecónómicas, etc., se ajusta a lo que había. Resalto el había porque uno de los intereses del libro consiste en articular una narración sobre una realidad sparita, que ya no existe, la soviética, escrito por alguien que no cree que su desaparición sea definitiva, como la del Imperio bizantino, sino una especie de momentáneo retroceso o reajuste de ls historia, pues el comunismo volverá a imperar en el planeta.
Es comprensible su gran entusiasmo -que comparto plenamente- por Samarcanda, en Uzbekistán. (Abajo, la más famosa de sus madrasas). Yo también recuerdo vivamente el gran contraste que creía observar entre las institciones políticas movilizdoras del comunismo y la indiferencia de aquella población mayormente musulmana. A Laso le llamaba la atención lo bien provistos que estaban los comercios y lo mismo me pasó a mí. La conclusión que saqué de mi viaje fue que el comunismo no había conseguido hacer mella en la indiferencia de aquellos uzbecos, pacíficamente dedicados a sus asuntos.
Laso. en cambio, es muy crítico con la realidad que ha sustituido al régimen soviético, de forma que la idea que saca el lector es que, en Rusia, el comunismo funcionaba, pero el capitalismo no lo hace. Me temo que eso es algo que zanja cualquier modesto sondeo que se haga hoy en Rusia o en los países de la CEI.
En los viajes a los países asiáticos (China, la India, Indonesia, etc) el autor cambia bastante de actitud; no está tan interesado en la argumentación ideológica y se deja subyugar por la belleza y el exotismo de lo que visita. Así su visión de Pekín, la plaza de Tian an men y, sobre todo, la gran muralla (en la foto, un buen trozo de la parte menos visitada), son muy ilustrativas. Como lo son sus visitas a dos centros chinos extraordinariamente atractivos, Shangai y Hong Kong, en esta última, antes de la retrocesión británica a las autoridades chinas. Es en uno de estos viajes por China en donde ocurrió un sinfín de percances que lo convirtieron en una aventura por los meandros de la burocracia comunista china y que el autor resolvió echando mano de la capacidad de organización y temple de luchador aprendidos en las cárceles franquistas. Otra ironía del destino.
Me llevaría demasiado tiempo referirme a los otros viajes emprendidos por Laso. Son muy interesantes e ilustrativos los de la India, Indonesia y Egipto. Los de América Latina parecen haber sido bastante felices porque, entre otras cosas, no había barrera lingüística. ¿Y qué decir de sus frecuentes desplazamientos a Cuba sino que nuestro autor se encuentra en su salsa?