La miseria moral de la derecha española en general y del señor Rajoy en particular no tiene límites. En un momento crucial en que se trataba de hacer un acto de afirmación unitaria, para enfrentarse al enemigo común, han sido incapaces de estar a la altura de las circunstancias.
Se han negado a una rueda de prensa conjunta en La Moncloa por escatimar una baza al presidente del Gobierno. El señor Rajoy ha reiterado sus falsedades, aunque disfrazándolas con hipocresía ("el Gobierno tiene mi apoyo para derrotar a ETA, no para negociar con ella", como si alguien hubiera hablado de negociar tras la ruptura de la tregua). Ha mantenido su exigencia de rectificación y responsabilidades, si bien haciéndolo de modo esquinado, subrepticiamente, como si no lo hiciera: "No es el momento de pedir rectificaciones. Tiempo habrá para pedir responsabilidades". Y se ha lanzado a hablar como si fuera él el presidente del Gobierno, en una especie de alegato electoral, contando lo que él piensa hacer, sus propósitos, sus intenciones que, por cierto, tienen el valor que tienen.
Lo llaman a La Moncloa en un intento de lograr colaboración en beneficio de todos y trata ensombrecer al presidente que lo ha llamado y de ocupar su lugar, brillando con luz propia, como si la tuviera.
Así que ese lapsus increíble que tuvo en su afán por ocupar el centro del escenario y leer el texto provocador que le habían preparado es un justo castigo de los dioses.