dimarts, 24 d’abril del 2007

Yeltsin.

Con Yeltsin muere la cara grotesca de la transición rusa. Recuerdo que en su día leí sus memorias que reflejaban la personalidad de un trepa sin escrúpulos, aunque campechano y de buen humor, un poquito zopenco, en un país, la Unión Soviética, literalmente corroído por la corrupción y el pesimismo. Por ejemplo: contaba Yeltsin que en un examen de ingeniería podía caerte una pregunta sobre El Capital de Marx y, de hecho te caía, pero que era muy fácil aprobarla porque bastaba con recitar cuatro estupideces inventadas sin pestañear ya que el tribunal todavía sabía menos que el examinando acerca de lo que preguntaba.

Ese trepa sin escrúpulos, como muchos otros de su jaez, era miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética. Quien haya conocido aquel régimen en sus últimos años sabe que la única posibilidad de prosperar medianamente y conseguir algunos "privilegios", como un piso o un trabajo aceptable era afiliarse al Partido. Algo así sucedía también con el PRI en México, aunque no tan pronunciadamente como en la URSS, donde el control que la Nomenklatura ejercía sobre el conjunto de la sociedad era total.

Así que el comunista Yeltsin llegó a secretario general del partido en Sverdlovsk (su ciudad natal), de donde pasó a la organización de Moscú a petición de Gorbachov, quien le encargó la lucha contra la corrupción. En poco tiempo se produjo un enfrentamiento entre Yeltsin y Gorbachov, quien decidió prescindir de su rival. Algunos años después sería su rival quien precindiría de él. ¿Cómo lo hizo? Mediante un procedimiento cuya eficacia se escapaba a Gorbachov quien, aun siendo un hombre reformista, no tenía un verdadero talante democrático, razón por la cual no se decidía a organizar elecciones libres y democráticas abiertamente, sino que anduvo probando con fórmulas intermedias. En una de éstas tomó pie Yeltsin para organizar unas elecciones libres y directas en Rusia con lo que, al ganarlas, fortaleció su posición frente a un Gorbachov debilitado aún al mando de la URSS y carente de la legitimidad de la elección directa. Por este sencillo pero contundente método Yeltsin se deshizo de su rival y terminó con la Unión Soviética.

Un régimen que puso en pie una especie de fanático revolucionario, un iluminado que creía firmemente en la implantación del comunismo sobre la tierra, lo derribó 75 años más tarde un funcionario sin principios, aficionado al vodka, que no creía en nada y al que gustaba tocar el trasero a las secretarias.