divendres, 13 d’abril del 2007

Lío en la parroquia.

El Arzobispado de Madrid, al mando de Monseñor Antonio María Rouco Varela, ha decidido cerrar la parroquia de Entrevías de San Carlos Borromeo, también llamada parroquia "de los marginales". La administran tres curas de los que en los años 60 se conocían como "curas rojos" y hoy se les dice partidarios de la "doctrina de la liberación" y cristianos de base. Son los curas, Javier Baeza, Enrique de Castro y José Díaz, coincidencia de nombre con el que fuera secretario general del Partido Comunista de España. El arzobispado, en lacónica nota de prensa se limita a ordenar el cierre, trasvasar a los feligreses a parroquias vecinas, autorizar a los curas a que sigan realizando su labor allí donde puedan y convertir la parroquia de San Carlos Borromeo en un centro asistencial, regido por Caritas. Quien quiera leerla puede hacerlo aquí. Según parece, el arzobispado de Madrid objeta al permisivo régimen litúrgico de la parroquia, donde los curas ofician vestidos de paisano, la misa es en román paladino y la eucaristía toma la forma de trozos de pan e, incluso, de rosquilla.

A su vez, la parroquia ha respondido con una declaración más parecida a un manifiesto que lleva el título, Reunidos en nombre del Señor.. En el escrito se argumentan típicos puntos de la teología de la liberación: que si la verdadera enseñanza de Cristo, que si la pureza y el compromiso y estar siempre al lado de los pobres, los marginados, los desposeidos. Su proclama ha tenido notable éxito y ahora cuenta con el apoyo de la población. Pero el Arzobispado se mantiene inflexible de forma que, como dicen los periodistas, "las espadas están en alto", aunque aquí quizá conviniera hablar de hisopos antes que de espadas.

Es probable que los tres sacerdotes tengan razón, que se trate de una represalia por haberse puesto del lado de lxs marginadxs. Es muy posible, dado que el Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid es un hombre francamente reaccionario, una especie de integrista de la religión católica. Pero tampoco puede darse de lado la objeción litúrgica. Al fin y al cabo, la parroquia lleva el nombre de San Carlos Borromeo, un rico y noble milanés del siglo XVI que se distinguió por atender a los pobres, repartiendo entre ellos sus rentas y a los enfermos. Pero también por ser un celoso partidario de la liturgia tridentina, habiendo sido uno de los principales animadores de la tercera y última sesión del Concilio de Trento. Fue un hombre rigorista consigo mismo y con los demás, habiéndose enfrentado a los protestantes y a las brujas y hechiceras, y no desdeñando recurrir al brazo secular para los condignos castigos. Ya es irónico que, en nombre de San Carlos Borromeo se dé de comulgar con rosquillas.

En cualquier caso, parece que los curas de los excluidos tendrán que irse con el evangelio a otra parte. De todos modos tampoco la liturgia es aquí esencial. Lo esencial es la concepción autoritaria del Arzobispado amparada por el giro reaccionario que está imponiendo el nuevo Papa Ratzinger, Benedicto XVI. Ya empezó su mandato provocando casi un conflicto con los musulmanes, al hacer unas manifestaciones desafortunadas dictadas por su orgullosa convicción de la superioridad de la religión cristiana sobre el Islam. Después, volvió a agitar el fantasma del infierno asegurando que existe y que es eterno para quienes niegan a Dios.Ya se comentó en este blog que hacía falta ser mala persona para resucitar el infierno. Luego, mandó al máximo representante de la Teología de la Liberación, Jon Sobrino, que se callase y ahora ha vuelto a la carga en contra de la teoría de la evolución, pues sostiene que la ciencia no puede explicarlo todo; añade, por cierto, que la religión tampoco.

A la vista del integrismo vaticano y del nacionalcatolicismo del Arzobispado de Madrid, me parece que la parroquia de los excluidos tiene los días contados,