divendres, 27 d’abril del 2007

Las edades de la vida (XIII).

Me he quedado con la copla o crítica de que habitualmente se represente a la vejez en tonos negativos, como una edad de abatimiento, fragilidad, inutilidad y tristeza. Efectivamente, es lo habitual y en la medida en que la representación de las edades de la vida es una especie de subgénero, tiene una convenciones con arreglo a las cuales, el decaimiento físico de la ancianidad es una ilustración de the way of all flesh. Sin embargo, también es posible encontrar una perspectiva más positiva, que ponga de relieve circunstancias de la vejez no tan pesimistas. Hay una vía muy evidente, que vincula los años de la vejez a contextos sociales, comunitarios, habitualmente familiares, en donde lxs viejxs tienen una función que cumplir y en donde están integradxs, como un miembro más de la colectividad, con su carácter y peculiaridades, pero también con su autonomía.

Este cuadro sorprendente, de uno de los escasos pintores musulmanes contemporáneos, Mohammed Hamed Ewes, y que se llama "Las generaciones", 1996, recoge en un estilo "naif" muy curioso, una estampa culturalmente significativa, que puede interpretarse en el sentido enunciado: los niños con sus juegos, el padre atento y el abuelo de blanca barba, integrado en la colectividad, ilustrándose por medio de la prensa, al día, seguramente, en tanto se le requiere para la realización de otras funciones. No escapará al(a) agudx lectorx la conspicua ausencia de mujeres en el cuadro, que sólo aparece en la niñez, única época en que las mujeres del islam estan plenamente visibles, porque aún no lo son.

Por supuesto, no ignoro que tampoco esta representación de la vejez es enteramente satisfactoria en cuanto imagen alternativa, porque no deja de adjudicar a los viejos una función adyacente, no autónoma, pobre, marginal, de un grupo del que, en el fondo, está despidiéndose y que no lo considera en su integridad como persona plena. Para buscar algo así, he tenido que ir a una de las dos series que pintó por encargo en 1842 el pintor anglo-estadounidense Thomas Cole y que se conserva en la national Gallery en Washington. La otra serie, de idéntica temática (que hubo de pintar al tener problemas con el encargo de la primera) se encuentra en el Instituto Munson-Williams Proctor, en Utica, New York. La serie se llama "El viaje de la vida" y consta de cuatro episodios, la niñez, la juventud, la madurez y la ancianidad, cada uno con sus características.

Cole, que llegó a ser el paisajista estadounidense más cotizado y famoso, maestro de algún otro pintor que llegó a superarlo, como Frederick Church, tenía la rara habilidad de combinar un profundo sentido del paisaje naturalista con una imaginación alegórica. Las dos primeras imágenes del hombre navegando por el río de la vida son la infancia y la juventud, correspondientes en paisaje a la primavera y el verano. Cole, que tenía un profundo sentido cristiano y místico, representa al niño recién salido de un caverna, acompañado por un ángel, que viaja con él en una embarcación que recién se hace a la navegación en un paisaje soleado, de aguas tranquilas y cristalinas y abundantes frutos.

En la juventud, el verano de la existencia, el joven impetuoso ha cogido por su cuenta el gobernalle de la nave y, mientras el ángel lo contempla desde la orilla, dirige su barca en pos de un ideal que se le aparece en el cielo, las metas ideales que la impulsiva juventud quiere alcanzar navegando por aguas mansas pero que, si las miramos bien, ya empiezan a acelerarse hacia ese horizonte de montañas y rocas que emerge del fondo a la derecha.

Qué hace el hombre en los episodios de la madurez y la vejez lo dejo para mañana y así levanto un poquito de suspense.