La Semana Santa.
La verdad es que tengo que hacerme violencia para no seguir poniendo fotos de Héctor, que es un sol de niño. No haya cuidado, pues sé contenerme. Lo cual es a veces milagroso. Estaba ayer en el sanatorio, ejerciendo la paternidad responsable que ya me sale de maravilla, después de haber puesto cinco críos en el mundo (seguro que me toca algún centigrado en el calentamiento global del planeta) cuando oí trompetas y tambores en la calle de Príncipe de Vergara. Me asomo a la ventana y, ¡ay Señor! que efectivamente, por la dicha calle ayuso venía la procesión del Divino Cautivo. Penitentes de capa blanca y capirotes rojos arrastraban cruces de madera que tampoco parecían muy pesadas, como si la Plaza del Marqués de Salamanca fuera el Calvario, precediendo a una figura de Cristo cautivo, una talla de Mariano Benlliure que se conserva en el colegio Calasanz. Trompetas, tambores, penitentes, madrinas, autoridades con pechos relumbrantes de hojalata y bandas de solemnidad, y oficiales empenachados, todos ellos precedidos por guardias a caballo y custodiados por efectivos de la policía municipal. Tras la talla, no más de cincuenta personas.
Los antropólogos suelen cruzar mares peligrosos, tierras inhóspitas, ríos infestados de caimanes en busca y estudio de culturas exóticas cuando aquí mismo, delante de nuestras narices, tenemos estas costumbres verdaderamente sorprendentes. Y eso sin necesidad de ponernos municipales y echar cuenta de que haya gente que se apropia de los espacios públicos cuando le parece bien, para sacar de paseo a sus mitos totémicos en mitad de un espantoso estruendo que quiere llamar bien la atención sobre sus peregrinas supersticiones. Y lo que más gracia me hace son lxs civiles entorchados que caminan junto al paso, llenxs de prosopopeya y gravedad, como esos reyezuelos tribales del África, que se ponen un smoking encima de un taparrabos con lo que representan una autoridad que se me hace menos ridícula que la de estxs ejemplares ciudadanxs..
Atraco en euskera.
La odiosa tiranía que los españoles mesetarios ejercen sobre los otros pueblos minoritarios de la península, en especial el vasco, continúa haciendo estragos. No contentos con hollar la sagrada patria euskalduna, los invasores llevan años, incluso siglos, dedicados a su tarea de exterminio cultural, de verdadero idiocidio. Las últimas víctimas de esta actitud cerradamente españolista son ya los delincuentes.
Pínchese en ese video de ETB, auténtico testimonio de la cruda realidad con la que han de toparse los ladrones que, como todo el mundo sabe, son gente honrada, a la hora de ejercer su oficio en una Euskal Herria despojada de sus señas de identidad, sometida a la férula española y en donde ya no se puede ni atracar en euskera
De ritmo
Ayer cogí carrerilla con los Beatles, así que me puse a buscar una de sus mejores canciones, Get Back, el punto fuerte del famoso "concierto en el tejado del edificio", parte del cual se usó después para la peli Let It Be (que, también, menuda canción), aunque la mayoría de los temas no se editarían y quedarían bajo la forma de lo que los ingleses llaman un bootleg, esto es, una grabación no autorizada y (normalmente) no comercializada.
En el momento en que se grabó Get back, el grupo estaba rompiéndose, enzarzado en muy diversas desavenencias. En cierto modo, Get back era una especie de canto del cisne. Get back to where you once belonged. Una especie de amargo anhelo: regresa allí de donde eres; cosa que ya era imposible para ellos... y para todo el mundo.
El concierto en el tejado del edificio de Apple, en Saville Road en aquel frío día de enero de 1969, no estaba anunciado, así que, al final, subió la policía y lo clausuró. Como otra curiosidad: es una de las dos únicas ocasiones en que los Beatles grabaron una composición con un quinto músico: Billy Preston, al que vemos fugazmente, manos a la obra, entusiasmado.
Quien quiera escuchar una de las más fabulosas composiciones rítmicas de todos los tiempos, que pinche sobre la imagen.