dimecres, 17 de gener del 2007

Un artículo de Cebrián.

El País de ayer traía una "tribuna" del señor Juan Luis Cebrián, titulada "El equilibrio y el director de orquesta". (No pongo enlace porque es de pago). No creo que la pieza tenga muchos comentarios. En primer lugar porque El País permite votar por estos artículos pero, si no estoy equivocado, no comentarlos. Y, en segundo, por la prevención que el autor despierta. ¿Quién de los comentaristas y publicistas à la page y que no esté en la trinchera neonazi, perdón, quiero decir "liberal", se atreve objetar al gran diario y, mucho menos, a criticar a su factótum? ¿Quién no debe algún favorcillo o está a la espera de algún otro? Regla no escrita de la intelectualidad española: se pasa sobre las producciones de Cebrián sin hacer muchos reparos, no vaya a moverse la maquinaria del mandarinato y te lamine.

Pero en algún lugar deberá alzarse la bandera de la independencia de juicio, la discrepancia, respetuosa, claro, con contenidos a los que se pretende dar importancia no por su valor, sino por la influencia que tiene quien los escribe que, al escuchar sólo los aplausos de lxs paniaguadxs, puede acabar creyendo que el dinero y el poder, además de puestos en clubs selectos y sillones en academias, dan genio, profundidad, calidad.

El artículo es un colofón a la entrevista con el señor Rodríguez Zapatero que El País publicó en dos días seguidos y al debate del pleno extraordinario del Congreso, una recapitulación general, un juicio elegantemente distanciado sobre el gran problema español del terrorismo etarra. Hace falta un gobernante, un director de orquesta de verdad, y tanto el presidente del Gobierno como el del principal partido de la oposición no están a la altura debida, que el autor da a entender que domina.

Se entra en harina recordando una cita de Anthony Burgess según la cual cualquiera puede ser director de orquesta. Antes que escritor, Burgess era compositor, y esa expresión es una típica licencia de quien amando la música, se lleva mal con sus intérpretes porque suele sentirse traicionado, igual que los literatos con los críticos. Pues la tarea del director es interpretar. Es absurdo tomar la cita al pie de la letra, como tampoco debe hacerse con la de Antonio Gramsci de que "todos somos filósofos". No obstante, Cebrián se sirve de ella, aplicándola a una afirmación del señor Rodríguez Zapatero en la entrevista citada de que cualquiera podría ser presidente del Gobierno y advierte que no, que no todos pueden ser directores o presidentes porque hace falta algo más que mover la batuta. Su ejemplo tiene que haber enfurecido a los beethovenofilos al decir que dirigir la 5ª sinfonía es mucho más fácil que dirigir algo de Schönberg o de Stravinski... por el hecho de que los músicos se la sepan de memoria. Pasmoso, verdaderamente pasmoso. (Arriba, en desgravio, un retrato de Beethoven, hecho en el año de 1905, de Franz von Stuck, lleno de fuerza beethoveniana, de esa que cualquiera puede interpretar).

En el terreno concreto de los gobernantes, la búsqueda de la cita ilustrativa tampoco puede ser más impropia. Luego de una nada original observación sobre las listas cerradas, dice el señor Cebrián: "Eso no garantiza de ninguna manera que nos gobiernen los mejores, contra las ambiciones platónicas..."

Para seguir con los desagravios, traigo el Platón y Aristóteles del fabuloso fresco de Rafael en la stanza della segnatura en el Vaticano, "la escuela de Atenas", para que deliberen entre ellos sobre la afirmación de Cebrián, porque Platón no ambicionaba el gobierno de "los mejores", sino de los filósofos. Eso de "los mejores" parece algo más propio de Aristóteles, y tampoco.

Y todo ese alarde de cultura mal placée viene ¿a santo de qué? Pues a santo de que los españoles estamos privados de un verdadero director de orquesta, no de alguien que se limite a mover el palito. (Podía el autor haber escrito "el papelito", haciendo su discurso algo más chispeante). Carecemos de un verdadero dirigente. Carecemos de un auténtico liderazgo dice el académico, en estos momentos de zozobra. Para probar tan acongojante diagnóstico reparte unos cuantos equidistantes y neutrales mandobles a derecha e izquierda, descalifica la realidad del señor Zapatero y el futuro del señor Rajoy, y deja a los lectores preguntándose qué solución se puede encontrar. Una pregunta, sin embargo, que el autor responde con su habitual claridad en el último párrafo. No haya duda, para resolver el problema del terrorismo etarra, los españoles estamos necesitados de:

"Una estrategia que no puede ser sólo policial, por más que se extreme el rigor en este aspecto, sino que pide a voces la instrumentación de una acción política".
¿Queda claro? Este artículo fue sólo una elegante y culta introducción a otro que vendrá de inmediato, en el que el autor ilustrará acerca de qué aspecto concreto, práctico, tangible tendrá esa "acción política" que, por cierto, su diario niega vehementemente en sus editoriales.