En realidad, este post lo escribí ayer pero, cuando estaba terminándolo, mi mujer me pasó el video del señor Aznar negando la evidencia ante las cámaras de televisión y mi sentido patriótico me obligó a darle preferencia sobre la afición a las bellas artes. Me pareció impresionante el aplomo con el que el señor Aznar dice que lo blanco es negro y muy digno de verse. Para lxs curiosxs, el enlace está en el primer post de ayer.
El tema de Rosamunda estuvo muy presente en la corta vida del músico en diversas composiciones, desde la forma de la obertura mencionada hasta un cuarteto de cuerda, pasando por la musica incidental que suele interpretarse como suite de concierto. Y es bellísimo. Curiosamente, vino acompañado del fracaso. Schubert no consiguió nunca la consideración social que se merecía (¿quién podría a la sombra de Beethoven a quien el joven Franz adoraba y junto a quien está enterrado?), pero a algunas de sus piezas les fue peor que a otras. Rosamunde es de las que tuvo peor suerte. La ópera de la que era obertura, Alfonso y Estella fue rechazada y la de Rosamunde resultó un fracaso que sólo duró dos días en escena. El libreto se había perdido (hace poco se ha encontrado una copia), pero la música de Schubert (que contiene una de las más hermosas melodías pastorales que conozco, con ricas variaciones), se conservó y es hoy de mucha frecuencia en los repertorios más consolidados.
Todo cuanto rodea a Schubert viene con ese halo de fracaso y melancólico olvido. Su propia vida, acabada a los 31 años a causa de algo derivado de una sífilis, es como un representación paralela de la Sinfonía inacabada. Tanto es así que ese destino fue póstumo. La imagen de más arriba es una curiosa representación de Schubert en concierto, rodeado de bellas señoritas, como a él le gustaba, pintado/imaginado por Klimt en 1889, o sea, unos 61 años después de la muerte del músico. Hoy el cuadro también ha muerto. Fue destruido durante la segunda guerra mundial. Un destino.