Ayer nos pasamos por la exposición de Gustave Moreau de la Fundación Mapfre, en Madrid. Está bien, porque ver algo de Moreau siempre está bien, pero resulta escasa. Algunos óleos, algunas acuarelas, dibujos y muchos bocetos. Poca cosa para un hombre que dejó más de 8000 obras. Aun así, interesante, porque, además es semitemática: asuntos orientales y la representación de la mujer como ser misterioso y maligno. Ambos temas tratados con el minucioso y personalísimo estilo simbolista. Porque Moreau, que muestra a veces marcadas influencias de unos u otros, especialmente Ingres (Edipo y la esfinge) y de Chassériau, de quien se supone que pudo llegar a ser amante, y también de Rossetti o Hunt, se mantuvo al margen de las modas y la sociedad de su tiempo, aislado en su rica mansión parisina (hoy Museo Moreau), viviendo de las rentas y dedicado al arte y a la investigación de la mitología, las leyendas del pasado, egipcias, orientales, cristianas. En aquel palacete llevaba una vida, como decía Degas, de "un ermitaño que sabe a qué hora sale el tren".
La obra de Moreau oscila entre la interpretación refinada de los mitos con especial carga de ambigüedad (Apolo, Orfeo, Hesiodo y las musas) y la visión idealizada de las leyendas medievales (cosa que compartía con el romanticismo), como se ve en la imagen de la doncella y el unicornio. Una obra, como siempre en él, que delata el perfecto conocimiento de la historia ya que, sabido es, sólo las doncellas pueden amansar a los unicornios. Doncella que más parece un efebo o un andrógino. Moreau tiene asimismo una clara tendencia mística que a veces desemboca en extrañas e inquietantes representaciones donde lo perverso, pecaminoso, demoníaco, se mezcla con la trascendencia divina, como esa Aparición de la derecha, que recoge el momento inventado en que la cabeza cortada de San Juan se manifiesta milagrosamente en mitad de la danza de Salomé ante Herodes y Herodías.
Salomé es una de sus figuras femeninas preferidas. Los organizadores de la exposición han destacado una frase de Moreau que define a la perfección un punto de vista sobre la mujer, compartido por muchos simbolistas, decadentistas, diabólicos, góticos y otras corrientes de fines del XIX:
"La mujer, en su esencia primera, es el ser inconsciente, loco por lo desconocido, por el misterio, enamorado del mal bajo la forma de seducción perversa y diabólica".Muy convincente, pero ¿qué tiene de específicamente femenino esa condición? Parece la condición humana sin más. Esa aproximación de la mujer a lo diabólico es la base de la imagen de la mujer fatal. La exposición tiene cubierto este flanco: además de Salomé, hay una Judith, (un dibujo) y un par de Dalilas: todas mujeres que le cortaron algo a un hombre, la cabeza, el cabello, allí donde residía su fortaleza, su virilidad. En el fondo, lo que fascinaba a Moreau de estos episodios era su fuerza oculta: las mujeres emasculando a los hombres. Por eso se ha dicho que Moreau es un precusor del estudio del subconsciente y de las vanguardias del siglo XX.
Su originalidad, sin embargo, su carácter especial, aislado, personalísimo se aprecia muy bien en una de las obras expuestas (las imágenes de más arriba no están en exposición) dedicada al Cantar de los Cantares, la figura de la Sulamita, la esposa a la que Salomón dirige los más encendidos y eróticos versos: ("Tus dos pechos son dos mellizos de gacela, que triscan entre azucenas", reza la versión de la BAC, (Cant, 4, 5). La Biblia del oso, de Casiodoro de Reina, lo dice con mayor llaneza y más castizamente: "Tus dos tetas, como dos cabritos mellizos de gama que son apacentados entre los lirios".) Pues bien, el episodio que Moreau elige para su juvenil, descompensada y algo torpe composición, es uno en el que apenas se repara habitualmente, perdido en el arrullo de las tersas y coloridas metáforas de los dos amantes, cuando la Sulamita, que había salido en pos del esposo, topa con "los centinelas que rondan la ciudad, me golpearon, me hirieron. Me quitaron mi velo los centinelas de las murallas." (Cant. 5, 7) Un momento de violencia apuntada, el único en el que se interrumpe el relato de embelesos poéticos con dos o tres referencias verbales ("me golpearon, me hirieron, me quitaron") para crear un clima de deseo, angustia e incertidumbre, si bien los guardianes que pinta Moreau no parecen en actitud especialmente hostil. Sean mujeres fatales o no, las de Moreau comparten una característica a veces más acusada, a veces menos. Una observación detenida de otra de las representaciones femeninas simbólicas que también se exhibe en la exposición, Betsabé, muestra a ésta bajo una forma andrógina muy parecida a las distintas variantes que pintó de Hesiodo a lo largo de su vida. De hecho, en una de sus obras más significativas, Jasón, apenas hay diferencias entre el jefe de los argonautas y su compañera, la hechicera Medea. O sea que, en efecto, la atracción fatal de las mujeres es la de los hombres.