dimarts, 14 de novembre del 2006

DOCTORADO TERRORIS CAUSA.

Según El Plural, hoy se debate en la Universidad de Salamanca si retirar el doctorado honoris causa a Franco.

Pues, Señor, corría el año de gracia de 1954. Era Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca el eximio don Antonio Tovar, ilustre filólogo, y Ministro de Educación Nacional (que así se llamaba el ministerio por entonces), el no menos eximio don Joaquín Ruiz-Giménez, a su vez ilustre jurista. En aquel momento, a algún pelota de los que habitualmente rodeaban a Franco, debió de ocurrírsele que sería de justicia que el Jefe del Estado y del Gobierno, Generalísimo de los Ejércitos, Jefe Nacional del Movimiento Nacional, Caudillo de los españoles por la gracia de Dios, fuera también doctor honoris causa por la más antigua universidad española, cuna de una escuela en Derecho Internacional y en Filosofía del Derecho, centro espiritual de la Hispanidad, como Sevilla lo fue comercial.

O quizá lo pensó el mismo Franco. Fuera como fuese, pensado y hecho, porque a aquellos que llevarían adelante el designio, el ministro Ruiz-Giménez (en la foto, sentado en segundo plano, por delante del Caudillo) y el rector Tovar (al que no se ve, probablemente porque esté en último plano, muy propio de él), los nombraba el Invicto. Franco designaba a los ministros, a los rectores, a los alcaldes, a los directores de los medios, a media España, así que, cuando lo hacían a él doctor honoris causa, en realidad, se nombraba a sí mismo.

Dos años después, con motivo de los acontecimientos de 1956, el señor Ruiz-Giménez fue destituido de ministro y el señor Tovar dimitió de rector. En realidad, no tengo duda de que a los dos, hombres muy académicos, el acto debió de parecerles estrambótico. No hay sino ver al militar en aparejo de gala, con botas de montar en primer plano a la izquierda para darse cuenta del espectáculo, que venía a ser un doctorado honoris causa manu militari.

Antonio Tovar fue una curiosa personalidad, al estilo de Ridruejo o Laín, un hombre cultísimo, jurista y filólogo clásico, profesor de varias universidades españolas, argentinas, estadounidenses y alemanas. En sus años mozos fue falangista, por exaltación juvenil y, terminada la guerra, ocupó algún cargo del servicio de propaganda, pero se desvinculó pronto y tomó el camino de eso que se llamó el "exilio interior", doblado en su caso con uno exterior.

Ese doctorado fue un disparate celtibérico: el saber humillándose ante el Espadón. Creo que se lo dieron en filosofía, pues no estoy seguro, pero como si se lo hubieran dado en botánica. Un disparate. A medida que pasa el tiempo, los disparates de antaño, y antaño tomados como normales, manifiestan su naturaleza esperpéntica y es entonces cuando hay que restablecer el sentido común. Sobre todo, para evitar males mayores. El otro día, en la carretera, encontré un pueblo de Ciudad Real, en plena Mancha, que se llama, toma ya, Llanos del Caudillo. O eso se arregla de algún modo o el punto de la carretera en que aparece el nombre puede representar peligro de accidente.

Este Llanos del Caudillo, que debe de ser lugar próspero porque tiene hasta inmobiliarias, fue una creación del Régimen, también hacia 1956, obra del Instituto de Colonización y poblado, muy probablemente, con colonos adictos. Lo que sucede es que está enclavado en un lugar que es como hacer a Franco doctor honoris causa en Caballería. No solamente se encuentra pegando al Campo de Calatrava, poderosa orden militar, sino que se halla en lo más profundo del territorio del Quijote, cerca del Campo de Montiel y no mucho alontanado de la Sierra Morena, donde el Caballero por antonomasia hizo mil locuras. Gustaba el Generalísimo de codearse con los héroes patrios, reales o imaginarios. Porque si los Llanos del Caudillo plantean un problema sólo nominal, habrá que ir pensando en qué se hace con la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, donde yacen en simbólica cercanía, pero muy reales, el caudillo civil y el militar. Y, ya puestos a plantear problemas, otro también nominal pero grueso: ¿puede seguir habiendo una fundación, acogida al régimen de fundaciones, que se llame "Fundación Nacional Francisco Franco" o debería tener otro nombre?

En fin, que deseo a los universitarios salmantinos una deliberación fructífera.