dimarts, 5 de març del 2019

El proceso existencialista

Que el proceso del 1-O es una farsa ya lo sabe todo el mundo. Le han caído todos los epítetos posibles, "surrealista", "kafkiano", "inquisitorial". En un acertado artículo, Oriol Izquierdo afirma que Rajoy es un idiota en sentido flaubertiano y lo compara acertadamente con los inimitables Buvard y Pécuchet. De acuerdo, en el entendimiento de que Rajoy es la suma de ambos.

Y el logro final:  ya no es un juicio a los encausados, ni siquiera a los independentistas; es un juicio al Estado español en el que este trata de salir airoso de la imagen de ineficiencia, incompetencia, malevolencia, ilegalidad y arbitrariedad que sus servidores están dando.

La comparecencia ¡como testigos! de los tres mandos principales directamente relacionados con la materia, Rajoy, Sáenz de Santamaría y Zoido dejó meridianamente claro que los gobernantes no tomaron las decisiones que llevaron a los hechos que se juzgan ni tienen la más remota idea de quién pudo tomarlas. Una clase práctica de varias horas acerca de uno de los postulados básicos del existencialismo: el hombre es libre y en cada momento ha de adoptar decisiones de cuyas consecuencias será luego responsable. Salvo que se sea gobernante español, en cuyo caso se cobra pero no se adoptan decisiones, con lo cual no hay responsabilidad que valga. Es más, en un alarde de idiotismo flaubertiano, Rajoy afirmó en cierta ocasión que no era obligatorio tomar decisiones y, además, no tomar una decisión precisamente es una decisión. Y una decisión que tampoco acarrea responsabilidad porque es una no-decisión. Definitivamente, el reino de España estaba por entonces en manos de auténticos irresponsables en todos los sentidos del término.

Ayer, el proceso intensificó su nota existencialista con la declaración de José Antonio Nieto, exnúmero 2 de Interior. Este sujeto, a diferencia de sus superiores, que solo se hablaban con vírgenes, ya se hizo humano y admitió haber adoptado algunas decisiones. Por fin había alguien que sabía algo de algo. Pero era un saber falso, tramposo, hipócrita, tratando de soslayar la responsabilidad, la encarnación misma del "hombre de mala fe" sartreano, el que miente y trata de ocultar sus fines no confesables con grandes proclamas. La mala fe quedó patente cuando, ante las preguntas de la defensa, el tal número dos de Interior se vio obligado a desdecirse del relato que él mismo había dibujado a preguntas de las acusaciones, a reconocer que no había habido violencia, que no había efectivos heridos, que cuanto había contado antes era no era hecho cierto, sino su opinión, y le hicieron insinuar con toda la mala fe del mundo que los heridos por las cargas eran falsos, y afirmar rotundamente y contra toda evidencia que no había habido cargas y que la violencia que se empleó fue proporcional y la mínima posible. Eso no es mentir estrictamente. Es no decir la verdad, típica muestra de la mala fe.

Hoy comparece Pérez de los Cobos, el que dirigió todo el llamado "operativo" de los piolines, el que se preseentó de camisa azul el día de la Tejerada para ponerse al servicio de la Patria. Sigue el existencialismo. Ahora toca la náusea.