Mi artículo de ayer el elMón.cat, titulado El principio del fin. Es un juicio sobre el juicio que tiene sin juicio, como a don Quijote, a medio mundo.
De todas las penosas intervenciones de las acusaciones ayer, un conjunto de simplezas, falsedades, incongruencias y falacias, me quedo con la reiterada justificación de los límites a la libertad de expresión. Es la prueba evidente de que este es un juicio político, o sea, una farsa. Si de lo que se trata es de probar delitos, es decir, hechos, ¿a qué viene lo de los límites a la libertad de expresión? Está claro, a dejar fuera de su alcance como derecho determinadas manifestaciones, por ejemplo, las independentistas; a convertir en delito el independentismo, una ideología. Y, de esa falacia, colgaron luego sus amazacotadas consideraciones sobre la autodeterminación, la soberanía, etc.
El gancho era la libertad de expresión que, sostenían las acusaciones, no es un "derecho absoluto"; por encima está la unidad de la patria, que no se puede mancillar de obra ni de palabra. En efecto, no hay más que mirar la triste historia de los Estados Unidos, sometidos a la tiranía del carácter absoluto de la libertad de expresión, clavado en la 1ª enmienda de su Constitución: "El Congreso no aprobará ley alguna que imponga una religión o impida su libre ejercicio, ni que restrinja la libertad de expresión y de prensa..." ¡Pobres Estados Unidos, esclavizados por la libertad de expresión absoluta, desconocedores de la fina jurispericia de los fiscales y acusaciones españolas! Casi 250 años padeciendo los horrores del libertinaje por no querer imitar el modelo español y su brillante historia.
En fin, después de escuchar con mucho provecho a las defensas, ejemplos de competencia profesional, nivel jurídico, claridad política y consistencia ética, hoy toca escuchar a los acusados. Hombres y mujeres que llevan más de un año injustamente encarceladas/os y sometidos a un procedimiento penal inicuo que no debiera ni haber comenzado.
Hombres y mujeres que se enfrentan a decenas y decenas de años de condena por haber cumplido un mandato democrático por convicción ideológica.
¿Y se atreven a decir que no es una persecución política cuando una de las acusaciones es un partido político contrario a los de los acusados?
Aquí el texto en castellano:
El comienzo del fin
Creían que reunirían masas
ingentes en Colón. Estaba seguros ellos y sus adversarios. Estaban tan seguros
todos que hasta los socialistas se acobardaron (para lo que no hace falta
mucho) y Sánchez, asustado, denunció a voz en grito el derecho de
autodeterminación, a Satanás, sus pompas y sus obras. Los jueces aprovecharían
para mostrarse íntegros, asegurando que no se doblegan a la presión de la
calle.
Pero no hubo presión. Casi no
hubo ni calle. Cuatro gatos pardos mal contados. Y era previsible. Que un partido trufado de delincuentes y
corruptos, mandado por un parásito, un señorito chillón, venga a salvar la patria, aliado a un
aventurero sin principios y un fascista de manual con pistola al cinto, ya no
cuela ni entre españoles.
Y la publicidad. Pensaban que
podrían reducir el eco del proceso a las paredes de la sala y la prensa amiga
de Madrid, nutrida de fondos reservados. Y han venido a controlar hasta
periódicos de las antípodas. Pensaban ventilar la tarea en alguna covichuela
llena de oropel, pero sin que trascendiera su comprada iniquidad. Pensaban que
podrían bajar al cieno de lo exquisitamente “técnico-jurídico” y la sala se les
ha convertido en una tribuna mundial desde la que unos políticos perseguidos
injustamente darán a conocer su causa. Realmente cabe preguntarse si en
realidad pensaban o están tan acostumbrados a la impunidad de los herederos del
franquismo que no se molestaban en hacerlo.
Y se encuentran en una situación
que no saben resolver. Si absuelven, darán alas al independentismo. Si
condenan, también y, además, no hay modo de ocultar tanta sinvergonzonería en
el oscuro lodazal que llaman España. El mundo entero está mirando cómo un tipo
que enchufó irregularmente a su hija tiene el rostro de juzgar a los demás. Y
el tipo está solo bajo los focos. El gobierno que impartió las primeras órdenes
de ataque judicial ha caído y el actual no acaba de colaborar del todo en
disfrazar de judicial una pura persecución política. Aunque quizá sea solo por
incompetencia; no por falta de voluntad.
Otro que vive en el limbo, el
gobierno. Sánchez sigue contando a quien quiere escucharle su patraña preferida
de que el independentismo no es mayoritario en la sociedad catalana, como si la
gente no tuviera ojos ni juicio para discernir las mentiras de este embustero
compulsivo. Es obvio que no sabe de lo que habla, como su asesor Borrell, un
catalanófobo furibundo con licencia para engañar impartida directamente por el
Borbón, a quien no conviene perder de vista porque es quien, como siempre, está
moviendo los hilos de la enésima astracanada reaccionaria española.
Realmente, el proceso del 1-O es
una bomba de relojería activada con esta burla hispánica al sentido
contemporáneo de justicia. A cada hora y día que pasen el mundo verá que el
Tribunal Supremo español actúa como la justicia de Peralvillo a las órdenes de
los gobernantes. La sentencia negando una vez más el sagrado derecho de
igualdad entre los catalanes y los españoles consagrará la ruptura entre España
y Catalunya y, al día siguiente al fallo aquí habrá dos países: una monarquía
corrupta y una república emergente.
Y entonces quizá comprendan los
gobernantes españoles que la independencia de Catalunya se la han ganado los
catalanes por sí solos, pues no han tenido apoyo o solidaridad activa alguna,
salvo minúsculas excepciones, en el resto del Estado. Sí han tenido oposición,
rechazo y represión de los administradores fieles de la herencia de Franco y
quienes, debiendo haberlos combatido, también la han hecho suya, como son las
tristes y claudicantes izquierdas españolas.
La ayuda ha llegado,
paradójicamente con el desprecio, el abuso colonial y la incompetencia autoritaria con que las
autoridades españolas de derechas o de izquierdas han tratado de extirpar el
anhelo de libertad de un pueblo, basado en sus legítimos derechos nacionales.
La perpetuación de este abuso secular y su desvergonzada imposición a golpes de
porra y de mazo judicial han acabado inclinando la balanza de la historia del
lado de la independencia catalana.