diumenge, 20 de gener del 2019

La Estatución

Podemos se deshace en cumplimiento del destino de faccionalismo y personalismo comunistas que lleva en su seno. En esta penúltima trifulca al uso de la "verdadera" izquierda, juega también un papel confuso el pulso de las generaciones. Las de Carmena y Errejón puentean a los gallos del corral. La cosa promete y, como se ventila en los muy sesgados medios, pronto se llenará de episodios chuscos.

Podem en Catalunya, que pasó hace un tiempo una crisis a raíz de la salida de Dante Fachín, creo recordar, aparece fiel aliada de Catalunya en comú, el partido de Colau y más gente. Y es, cómo no, un partido de orden.

Los comunes han decidido clarificar su posición contraria a la independencia mediante un documento programático aprobado por el Consell Nacional que, es de suponer, será la máxima autoridad entre congresos. Una especie de ideario o programa de acción que pretende eso, clarificar, acabar con la ambigüedad que les viene caracterizando. Y lo han hecho de forma sutil, taimada, ambigua.  Hay que interpretar.

El razonamiento es retorcido. Comienza deslumbrando con una fórmula brillante, una propuesta insólita: una Constitución dentro del Estado español. Ahí es nada: Constitución, Estado, magnas palabras; prueba de que tratamos asuntos serios, graves.

A continuación se expone cómo se llevará a cabo esa propuesta: mediante un referéndum pactado con el Estado. Esto se entiende fácilmente y hace coincidir a los Comuns con los independentistas: un referéndum de autodeterminación pactado con el Estado en el que los comunes propondrían esta fórmula intermedia entre la autonomía y la independencia. ¿Por qué no? Los indepes preferimos un referéndum binario: independencia sí o no. Pero, cambio de que haya referéndum, nadie objetará a negociar opciones siempre que una de ellas sea "independencia".

¿Y si el Estado se niega a pactar referéndum alguno? Mejor dicho, ¿y si se sigue negando a pactar referéndum alguno? Porque negarse, ya lo ha hecho y en ello está. No es un secreto para nadie que no hay posibilidad de que el Estado español pacte un referéndum de autodeterminación si no es a la fuerza. Por eso la propuesta de los comunes tiene trampa: condicionan su fórmula a un referéndum pactado porque saben que no se pactará jamás. Se elimina la ambigüedad. Los comunes rechazan la independencia. Paladinamente.

Porque ¿qué se propone entre tanto, mientras se consigue el referéndum pactado? ¿Se propone acudir a la unilateralidad, proseguir la DUI, ya proclamada en sede parlamentaria, el 27 de octubre, cuando Coscubiela mostró en público su voto negativo? De ningún modo. Se propone esperar gestionando mientras tanto los asuntos cotidianos en el marco autonómico que los dioses nos han dado. La ambigüedad ha quedado definitivamente aclarada: los comunes solo aceptarán la independencia si se la impone la mayoría del electorado en un referéndum en el que ellos van a votar otra cosa. ¿Está claro?

Por eso se queja amargamente la plataforma soberanista del partido. Aparte de señalar que la declaración, programa, ideario o lo que sea se ha aprobado en un órgano sin previa consulta a las bases, los soberanistas detectan ausencias reveladoras en el documento: no se habla de República Catalana, ni del mandato del 1-O, ni de independencia. Es natural: Catalunya en Comú no quiere la independencia, ni deja de quererla si se la imponen democráticamente. Lo extraño es que los críticos no lo vieran antes.

En cuanto a la brillante propuesta, tiene aspectos divertidos. No lo llaman confederación porque no los tilden de alucinados, pero es lo que es. Y su inconsecuencia queda patente por cuanto no especifican si la Constitución será monárquica o republicana. No lo hacen por no pillarse los dedos. Prefieren pillarse la lengua.  Obviando este pequeño detalle, queda por averiguar en qué se distinguiría una Constitución de un estatuto de autonomía  fuera de en el nombre; cuál sería su garantía frente a una intervención arbitraria del poder central, de las acostumbradas. Esa garantía solo puede darla la independencia y, por tanto, de lo menos que se está hablando es de Confederación.

Queda a la imaginación del lector el tipo de reforma constitucional preciso para transformar el reino de España en una confederación.

Pero, en fin, esta es la propuesta y cada cual tiene derecho a formular la que estime pertinente.

Hay un sector del independentismo proclive a entenderse con los comunes. Estos lo animan, poniendo el acento en las cuestiones sociales de la izquierda. El problema es que ese entendimiento solo puede hacerse con merma del objetivo independentista. Un problema sin solución porque la independencia es la única estrategia de supervivencia. El Estado no va a ceder ni el mínimo necesario para que los partidarios del entendimiento puedan justificar el aplazamiento del objetivo sumándose a la estrategia de la espera.

Recuérdese el mito de Pandora: la esperanza es lo último que se pierde. Lo único que quizá deba aquí ahora aclararse es esperanza ¿de qué? Los comunes lo dicen claramente: esperanza de seguir como estamos. Los indepes partidarios de entenderse con esta gente ¿qué esperanza tienen?