dijous, 1 de novembre del 2018

La Crida Nacional per la República

El artículo de ayer de elMón.cat, titulado "Fundaciones". Versa sobre el nacimiento de la Crida Nacional per la República (CNR). O, mejor dicho, sobre las reacciones al nacimiento de la CNR. Una parte de estas es muy negativa, sobre todo la que viene de los partidos políticos. Lo atribuyo a sectarismo. Pero, por si acaso este juicio fuera demasiado duro, me apresuro a señalar que el nuevo movimiento dispone de un arma casi imbatible: la doble militancia. Esta institución plantea el problema en sus exactos términos. La acendrada costumbre de colgar etiquetas a los demás ("de derecha", de "centro", etc) típica de los que las llevan puestas, como buenos sectarios, queda contradicha por el hecho de que la Crida no objete a que sus afiliados/as y miembros, militen, a su vez, en otros partidos, de izquierda, centro o derecha. Es decir, el problema lo tienen esos otros partidos que se encuentran en la desagradable posición de tener que prohibir a sus militantes que también se afilien a otra formación, o sea la posición de no respetar la libertad de elección de sus afiliados o, dicho claramente, la de ser sectas.

Aquí la versión española

FUNDACIONES

La convención fundacional de la Crida Nacional por la República (CNR) clarifica de forma que no todo el mundo encuentra cómoda la cuestión esencial, el meollo del independentismo desde el punto de vista táctico y estatégico. Es una forma nueva de entender el camino a la independencia y la independencia misma. O sea, una nueva propuesta para hacer más efectiva la acción camino a la República y una visión nueva de esa República.

En las empresas se sabe que el principal enemigo de toda novedad, de toda innovación es la rutina de los intereses creados. Aconsejan neutralizarlo sin perder el tiempo en discusiones inútiles. La inercia acabará vencida siempre que la innovación sea oportuna y tenga fuerza, sin necesisdad de perder el tiempo en tertulias La Crida trae dos propuestas innovadoras que apuntan al éxito en el futuro inmediato, basado en su naturaleza abierta y la sencillez de su aplicación. Su interés no radica en lo que se propone, sino en lo que no se propone. Son dos negaciones. Nada más simple.

No es un partido político y se disolverá una vez conseguido el objetivo de la República independiente. No es un partido político y no quiere serlo en el futuro.

La segunda parte, disolverse una vez alcanzado el objetivo, resuelve de un plumazo la polémica sobre el famoso ensanchamiento de la base. Es imposible imaginar un llamamiento más universal, inclusivo y amplio que el de sumarse a un movimiento en favor de una república cuyo contenido nadie pretende pre-establecer.

La República es el nombre del régimen de libertad que nos hemos dado los catalanes. Qué contenido haya de tener, dependerá de la correlación de fuerzas que luego se establezca en una Catalunya libre. Cómo se organizará, con qué instituciones, es algo que saldrá del proceso constituyente en marcha. De momento, lo más importante es implantarla y para hacerlo se requiere el concurso de todos y todas sin más requisito que el espíritu republicano, la independencia de juicio y el amor a la libertad.

Para todo lo demás, ya están los partidos políticos y la legitimidad de su acción en pro de unos u otros objetivos. Pero es precisamente desde este ámbito, el de los intereses partidistas creados, de donde vienen los ataques a la Crida. Como era de esperar. Nadie hace sitio de grado al recién llegado que, además, trae aires de triunfo.

Lo primero es cuestionar que no se trate de un partido, cuenta habida de que planea presentarse a elecciones. La objeción es formal. Cabe presentarse a elecciones como una coalición electoral y también cabe configurarse como partido político “por imperativo legal” para participar en las elecciones, lo que es un derecho, sin ser de verdad un partido político. Ni querer serlo.

El segundo ataque trae veneno sectario, del que corre a veces por los partidos y consiste en poner en duda la transversalidad de la Crida, imponiéndole una etiqueta (derecha, centro, centro derecha), quiera o no. De ese modo se pretende desactivar su mayor atractivo para situarla en un plano de igualdad con los partidos, esos que quieren la independencia pero a partir de una idea predeterminada de cómo habrá de ser el resultado. La ventaja de la Crida es que permite luchar por una República abierta, no condicionada por ideología alguna, por muy salvífica que sea.

Todo el mundo se había felicitado mucho por la transversalidad del movimiento independentista hasta que ha llegado uno que ha hecho de ella su principio organizador. Ahora resulta que ya no es tan conveniente porque se puede realizar. Sin embargo, la Crida aporta un medio infalible e inatacable para mantener la trasversalidad: la aceptación de la doble militancia. Se puede ser miembro de la Crida y de cualquier otra organización política puesto que lo único que se pide es independentismo. El problema no es, por tanto, la verdad de la transversalidad sino si los partidos políticos están dispuestos o no a respetar la libertad de elección de sus militantes. El problema es, pues, de los partidos. Y no es muy prometedor que traten de descargarlo sobre la nueva formación imponiéndole etiquetas sectarias