Unos querían asaltar los cielos en nombre de la revolución y se quedaron en los pasillos del Congreso, trajinando papeles. Otros quieren subirse a las más elevadas montañas en nombre de la libertad y han coronado 18 cumbres, incluida la más alta de Catalunya, designadas personalmente por las presas y exiliados políticos. Y no haya temor: Palinuro no se dejará llevar por su exaltado carácter a hablar de la naturaleza mágica de las montañas; mágica y sagrada.
Es la escalada por la libertad de cada uno/a de los presos y exiliadas políticas, por la independencia y la República. La idea dominante en los mensajes que se les han enviado es que no se normalizará la injusticia y que no se detendrán. 17.850 personas se han machacado un sábado escalando peñas con una media de 1.100 metros, en algunos casos con tiempo desapacible para reivindicar su república. Hace unas semanas unas siete mil personas de 150.000 se pronunciaron en un referéndum sobre la República en Vallecas. Cierto, proporcionalmente es más, pero en Catalunya habían de hacerse kilómetros escarpados mientras que en Madrid bastaba con desplazarse dando un paseo en una agradable mañana por calles bien asfaltadas.
No se entiende cómo siguen los unionistas pensando que cabe detener este movimiento. Ya no hablo de revertirlo, sino de detenerlo. Es toda una sociedad en marcha. Carod Rovira lamenta que no haya nadie al timón en este momento, pero, al margen de que eso sea discutible, la cuestión es si el movimiento no se dirige solo por la iniciativa colectiva popular. Hace poco también Puigdemont decía que quien quiera saber hacia dónde se va, que mire lo que hace la gente. Y está bien claro.
La izquierda no sabe qué hacer. El PSOE teme -y teme bien- que insistir en la represión, con o sin jueces, lleve a un conflicto mayor que obligue a medidas excepcionales, imposibles de justificar en el exterior. Podemos plantea una política regeneracionista española y se obstina en ignorar el independentismo catalán, al igual que hacen los medios, porque no lo entiende. Y no lo entenderá nunca porque el independentismo niega aquel planteamiento al negar la legitimidad al Estado español que Podemos no discute y su forma monárquica en especial, también aceptada aunque a regañadientes.
A cambio de estas incomprensiones los morados se afanan en generar un ente de sinrazón. un patriotismo de izquierda español, un oxímoron que, en el fondo, no se diferencia del patriotismo colonial castellano de siempre.
Catalunya es la mayor crisis constitucional de España desde 1978. Para la izquierda española, una catástrofe, pues no puede articular una relación racional con el independentismo catalán transversal. Fuera de los ridículos anatemas de la tapadera del 3% de la corrupta burguesía recortadora catalana, la izquierda no tiene en el fondo ninguna razón de izquierda para no entenderse con el independentismo en una fórmula referendaria y respaldar la vía unilateral catalana si el nacionalismo castellano no deja otra salida.
Toda la política española gira en torno a Catalunya. Si no hay referéndum pactado, solo cabe detener el independentismo catalán deteniendo la política española y demostrando que España no es un Estado de derecho.