Ya era hora. Parabienes a Iglesias. Fue a Lledoners en demanda de la aprobación a los PGE porque sí y fiado al común acervo de la izquierda que todos compartimos, estemos en donde estemos. Regresó cautivo del cautivo, con aviso de vuelta a Sánchez y ruego de que se ponga al habla con el presidente de la República, esa que los unionistas dicen que no existe. Y así ha sido. Enhorabuena y felicidades por enmendar un yerro descomunal. Ahora habrá que ver si el contacto personal al que Puigdemont invita a Iglesias y este ha tomado con recelo, sirve para algo. En concreto, para que Podemos acabe perfilando una posición inteligible (y, a ser posible, de izquierda) sobre el independentismo catalán.
Hay muchos escollos que vencer. El primero, la acusación a Iglesias de entrevistarse con un prófugo de la justicia y un enemigo de España. Puigdemont no es un prófugo de la justicia y se mueve en libertad por Europa y lo de "enemigo de España" es cosa de perspectiva. A muchos nos lo parecen más Aznar y Rajoy que Puigdemont y Junqueras.
Las acusaciones de traición y pactar con el enemigo le vendrán también a Podemos desde los círculos más catalanófobos de su aliado en el gobierno y en los PGE. Pero Sánchez no podrá apoyarlos porque si aceptó que Iglesias se viera con el no-preso político Junqueras, ahora no puede oponerse a otra entrevista con el exiliado no-político Puigdemont. Y tampoco enfadarse si alguien pone en práctica su monserga sobre el diálogo, dialogando.
La cuestión es: dialogando ¿de qué? Me atrevería a recomendar a las partes que, antes de fijar un objeto del diálogo, dedicaran un tiempo a conocerse mutuamente, a expresarse en confianza y de buena fe. Seguro que luego el diálogo concreto es más fructífero. Y lo sería más si invitaran a alguien de la CUP, a Anna Gabriel, que les pilla cerca. Sobre todo es importante que Iglesias vaya a Waterloo despojado de la armadura doctrinaria con que ha disimulado su incomprensión de la revolución catalana. En la cárcel ha visto el horizonte republicano. En el exilio verá el sentido de la transversalidad y el hecho de que la CUP haya dado prioridad a la cuestión nacional sobre la social.
Eso es lo que destroza el apolillado anatema que trae el de Podemos en el maletín doctrinal de la izquierda española de que el independentismo es una cortina de humo para tapar la corrupción del 3% de una burguesía que, además de corrupta, es supremacista y xenófoba. Y no porque esa burguesía corrupta etc se haya hecho independentista, sino porque también es independentista la burguesía no corrupta, y la empresa y las finanzas y la clase media, los partidos, las asociaciones de la sociedad civil, el ámbito municipal, las instituciones, el mundo profesional, el clero y hasta la izquierda más anticapitalista y antisistema. Se trata de una revolución de nuevo tipo que los de Podemos podían haber identificado antes de ser menos dogmáticos.
Encontrar respuestas a demandas que ni se entienden es el gran reto de la izquierda española. Se devana esta los sesos tratando de encontrar un punto medio, una terza via entre los dos monstruos de la política represiva y la independencia. Un reto imposible de abordar a primera vista pues se trata de elaborar una propuesta de izquierda que acepten los independentistas y los unionistas.
Nada que hacer porque, además, ya está hecho. Ese punto medio entre los dos extremos es el referéndum pactado de autodeterminación vinculante y con mediación internacional. Y no como un desideratum que se alcanzará cuando vuelva Arthur de Avalon, sino como una medida práctica y realizable que puede ponerse en práctica cuando se es parte del gobierno de hecho y se cuenta con la mayoría parlamentaria precisa.
Una vez cargadas las pilas en Waterloo, Iglesias puede ir a planteárselo a Sánchez como consuelo por no contar con la firma de los indepes en los PGE..