Sánchez tiene horas para dar respuesta al requerimiento explícito de los independentistas e implícito de Podemos de "hacer un gesto" en relación con los presos políticos y el referéndum de autodeterminación. Por gesto solo cabe entender la liberación de aquellas, cuando menos, en pleno uso de sus derechos. Y la anulación de este esperpento judicial.
Tengo la impresión de que Sánchez no lo ve del todo así y, por tanto, no hará nada, esperando que los indepes le voten los presupuestos porque sí. Y puede pasar. De no ser porque sí, por alguna otra razón "negociada". Y ya con los presupuestos aprobados, la izquierda española procedería a la restauración del Estado del bienestar, desmantelado a modo por el PP. Pero es de suponer que, fieles a su palabra, los indepes no votarán los PGE.
Sin PGE, el gobierno puede prorrogar los anteriores, pero difícilmente con las manos atadas y un compromiso adicional que ha contraído en Europa de hacer un recorte considerable. Así que, a lo mejor, se ve forzado a convocar elecciones. De haber elecciones, el resultado más verosímil es aumento del PSOE, mantenimiento de la derecha y descalabro de Podemos.
En Catalunya, siempre en su dinámica propia, esta cuestión de la votación de los presupuestos convive con otras que es preciso considerar. Nadie imagina que los PGE puedan votarse favorablemente. Se da por descontado salvo el caso de que, en efecto, el "gesto" del gobierno trastorne el terreno de juego. La dinámica del movimiento independentista está ganando la calle y presionando a las instituciones. Estas, olfateando peligro, deciden blindarse frente a tormentas posibles, para mantener la unidad de acción. En el govern tal cosa es fácil, en el Parlament, no tanto.
La presión, emanada sobre todo de los CDR y la CUP, se hace en nombre del mandato del 1-O de implementación de la República con el que todos están comprometidos. Está claro que el camino de esa implementación lleva a la confrontación directa con un Estado para el cual cuestionar la monarquía en un parlamento es inadmisible. Una confrontación inevitable, tanto por el incremento de la acción en la calle como por el de la represión del Estado. Y que se materializará en el momento en que las instituciones catalanas desobedezcan al Estado como parece estar pidiendo la gente.